El centralismo no queda en Santiago  

Marco Enríquez-Ominami

 

La historia de los conflictos y problemas sociales del último lustro en Chile, si excluimos las demandas de las élites, tiene un denominador común: el centralismo. Las movilizaciones en Calama, Tocopilla, Freirina, Magallanes, Aysén, las que han venido y las que vendrán, respiran por la herida del centralismo. Incluso el terremoto se convirtió, pasado el tiempo, en un problema “de regiones”. Pero el centralismo no queda en Santiago.

 

Cómo va a quedar en Santiago, si esta es una de las ciudades más segregadas del mundo. Si hasta en el sentido común está esto de «Plaza Italia pa’ rriba y Plaza Italia pa’bajo». Digo, somos el país más desigual de la OCDE y no nos puede extrañar que nuestra capital también lo sea. Cualquier funcionario de planificación del nivel regional o de niveles comunales de la Región Metropolitana va a estar de acuerdo conmigo en esto. El centralismo ata de manos por igual al planificador de Cerro Navia, al del GORE de la Región Metropolitana, al de la Municipalidad de Lebu y al de Puerto Cisnes. Porque el centralismo, si queda en alguna parte, es entre Teatinos 120 y La Moneda, tal vez, a veces, para el verano, en Cachagua y Caburgua, y a veces, seguramente también, en las cocinas de la casa de los Zaldívar, y de otros pocos bien pocos.

 

La descentralización es un problema solo para nuestra élite, que constantemente a lo largo de la historia se ha negado a reconocer las identidades, y por tanto también, las capacidades de los chilenos para administrar, decidir y fiscalizar sobre sus propios territorios. Porque la descentralización no es un problema. Es una oportunidad para reconocer que cada persona es experta en su propia vida. “Las cosas” no vienen cortadas desde Santiago. Vienen cortadas desde Hacienda, desde la SUBDERE y desde La Moneda. Empoderar a las regiones significa empoderar a valdivianos, ariqueños y calameños, pero también a los santiaguinos respecto de sus propios territorios, respecto de sus propios sueños.

 

Hemos debatido el centralismo por 200 años, y ya basta. Nosotros, los progresistas, desde siempre, hemos planteado una descentralización en serio. No como los cambiofóbicos, que siempre dicen que van a descentralizar Chile, pero cuando “la gente en regiones demuestre que es capaz”. Yo sé que las regiones se la pueden. He trabajado y visitado todas. Y sé que empoderarlas inmediatamente es posible. No podemos seguir gastando la plata que es de todos según lo que piensen políticos y banqueros que ni siquiera viven en Santiago. Viven en Vitacura.

 

Es hora de tomar decisiones. Por eso propongo, al día siguiente de asumir, la elección directa de intendentes, la realización de plebiscitos en cada región para que la gente pueda decidir el sentido del desarrollo y de las inversiones de sus comunas y regiones, la autonomía presupuestaria regional, la creación de un fondo de catástrofes que permita a cada región diseñar y enfrentar el riesgo de acuerdo a sus conocimientos históricos y técnicos. Propongo, además, fortalecer a los emprendedores de cada territorio, a partir de un sistema crediticio que les permita asumir créditos justos y el 0% de impuestos para todas las PYMES que reinviertan sus utilidades en sus empresas.

 

El centralismo no queda en Santiago, porque la distancia de esta desigualdad permanente en que se ha convertido Chile, queda en todas partes.

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