Todavía me produce cierta sensación difícil de explicar con palabras recordar las pruebas sorpresa, deleite de algún profesor del secundario. Parecía que lo saboreaba, mientras a uno se le arrugaba el estómago tratando de poner las ideas en claro para responder las preguntas.
Debo aclarar que a mí como estudiante aplicada y exigente conmigo misma, no me consolaba demasiado el hecho de que esas pruebas no tuvieran nota. Me perturbaba el solo hecho de ser pillada sin preparación previa.
Así somos. Nos gusta saber lo que vendrá, necesitamos tener un pronóstico del tiempo acertado, miramos la contratapa de un libro evaluando si cumple con nuestras expectativas, vemos los trailer de una película para saber si dedicaremos una hora de nuestro tiempo a verla. Y está bien.
Pero en la vida, ahí sí que no hay tráiler, ni contratapa, ni pronóstico del día, ni nada que se le parezca. Y, ¿sabes qué? Es una tremenda bendición no saber lo que vendrá.
Adivinos, agoreros, leen las cartas, la mano, la borra del café, y otras muchas formas más simples o sofisticadas de adelantar algo del futuro. ¿Para qué?
¿Alguna vez te prepararon una fiesta sorpresa y lo descubriste antes sin querer? Perdió el encanto, ¿verdad? Aumentó tu expectativa, gastaste energía simulando no saber nada, y se perdió el factor sorpresa.
O quizás alguna vez te “preparaste” para una cirugía buscando en internet los detalles de la misma, sufriendo de antemano al pensar en los posibles contratiempos o consecuencias de la misma.
En ambas situaciones el factor sorpresa es una bendición. Nos permite estar relajados y disfrutar mientras podemos de lo que tenemos.
Comienza cada día con la seguridad de que, aunque para ti el contenido será sorpresa, nada toma desprevenido a nuestro Papá del Cielo. Él tiene todo en sus manos y te dará en cada momento la cuota de fortaleza que necesites.
Feliz y bendecido día.
Por Lore Burgos-Psicóloga