Cristián Troncoso Valverde
Académico e Investigador
Facultad de Economía y Negocios UNAB
Durante las últimas semanas hemos sido testigos del horror que ha significado el surgimiento de un nuevo conflicto armado en Medio Oriente, que a la fecha ha cobrado la vida de un sinnúmero de víctimas inocentes. Evidentemente, es imposible (y moralmente cuestionable) cuantificar el ‘costo’ asociado a un conflicto en el que se pierde tan solo una vida humana, pero si podemos aventurarnos a bosquejar sus consecuencias sobre nuestro país. En lo inmediato, este conflicto ha significado presiones extras sobre el precio del dólar cuyo valor durante los últimos quince días promedió los $935, con máximos cercanos a los $950. Esto pone tarea inmediata a la autoridad monetaria local (Banco Central), quien deberá sopesar esto al momento de definir su actuar futuro respecto a la tasa de política monetaria.
Los efectos derivados del conflicto en Medio Oriente son solo una de las múltiples señales que el resto del mundo nos envía respecto para este 2024. El magro desempeño esperado de la economía china (una de las economías más importantes para nuestro país), significa menor demanda para nuestros bienes, y por tanto menor crecimiento del gasto para nuestro país. Asimismo, la potencial alza en las tasas de interés de los Estados Unidos con objeto de mantener bajo control posibles brotes inflacionarios en ese país supone presiones extras para el valor del dólar en Chile, lo que complica aún más la tarea del Banco Central. A todo esto debemos sumar las magras proyecciones de crecimiento para nuestro país por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI), que ubica a Chile en lo bajo de la tabla de crecimiento esperado para el 2024 con un 1,6%. Vale la pena contrastar esta cifra las proyecciones para otros países de la región tales como Perú (2,7%), Argentina (2,8%), Bolivia (1,8%), o Brasil (1,5%). Y como si todo esto no fuera suficiente, Standard & Poor’s (S&P) anunció hace algunos días la rebaja en la perspectiva crediticia de Chile (de estable a negativa), lo que en términos prácticos significa el potencial aumento en el costo de financiamiento para nuestro país.
Todas esta señales suponen un panorama externo pesimista para 2024. Por tanto, cabe preguntarse que hacer en un escenario como éste. Dado que hemos hablado de factores externos que están fuera de nuestro control, lo razonable es ajustarnos de la mejor y más inteligente manera a ellos. Y en este proceso sí que tenemos mucho que decir o más bien, que hacer. Como primer elemento, se hace urgente lograr consenso político y social respecto a medidas que no solo fomenten el crecimiento, sino que permitan reducir el elevado nivel de incertidumbre al que hemos estado (y estamos) expuestos. Si bien no podemos eliminar la incertidumbre asociada con el resto del mundo, sí podemos reducir la producida localmente. Y es que a menor incertidumbre, mayores son los incentivos a invertir (y consumir). Estos consensos deben incluir medidas con efectos de corto plazo (medidas tributarias o laborales, por ejemplo), así como otras de mucho más largo aliento tales como aquellas orientadas a potenciar la formación de capital humano (educación) y generar conocimiento. Y tanto como alcanzar consensos, es vital hacerlo lo más rápido posible y pasar inmediatamente de la palabra a la acción. No hacerlo solo significaría un deterioro en nuestra posición para enfrentar las turbulencias con las que nos espera este 2024.