Por Juan Cristóbal Romero
Cuando a raíz del estallido social de 2019 se instaló la frase “Chile cambió”, el decir tuvo mucho de profecía, porque al malestar expresado se sumó la inesperada y devastadora pandemia, con efectos económicos amplificados por otros fenómenos simultáneos, como el ingreso masivo de migrantes, y posteriores, como la guerra de Rusia contra Ucrania, con la consiguiente inflación. Y a lo expuesto hay que agregar: la crisis de representación política y social, el cambio climático, la polarización del debate público; la pérdida del tejido social; la incertidumbre laboral…
Frente a este escenario, cabe preguntarnos: ¿Qué Hogar de Cristo, para qué Chile? ¿Cómo debemos ser para atender las demandas y necesidades del país actual y futuro?
En este nuevo ciclo político y social, avanzar hacia un Estado Social de Derechos es un camino inevitable. Las personas creen y demandan principios esenciales para el desarrollo: dignidad, solidaridad, igualdad sustantiva y justicia social, junto con un Estado más comprometido con la provisión de recursos esenciales para el bienestar.
“Hacer bien el bien” –la desafiante frase de Diderot, el filósofo de la Ilustración francesa– ha sido siempre el imperativo de excelencia que mueve al Hogar de Cristo. Y ahora que nos toca abordar las necesidades de este nuevo Chile con una mayor pobreza y una mayor conciencia de diversidad, hemos reorientado nuestra estrategia social.
Lo central es que hoy los ciudadanos –de todo estrato socioeconómico– quieren involucrarse en las decisiones. Y nosotros creemos que no puede haber real inclusión sin una participación incidente de todos. Las mujeres son parte esencial de ese involucramiento activo, que les ha sido negado históricamente, lo mismo que las personas de la comunidad LGTBIQ+. Esto implicar trabajar con una perspectiva de género. Y con una mirada intercultural, además. En 2006, la población extrajera era de 154.643 personas; hoy son cerca de 1,5 millones las personas migrantes en Chile. De ellas, el 17% vive en pobreza.
Otra definición es comprender la interacción de las personas con dónde viven; es decir, lo territorial. Debemos responder a las necesidades de los territorios, reconociendo los recursos y sistemas sociales públicos y privados disponibles en cada uno. Para un trabajo social adecuado a los tiempos que corren, y tomando la experiencia de países que nos llevan la delantera en sistemas de cuidado, es necesario transitar hacia programas más personalizados y preventivos, priorizando modalidades de atención domiciliaria y ambulatoria, para así retardar el ingreso a instituciones residenciales de larga estadía. Por eso, en los próximos dos años, Hogar de Cristo irá transformando sus residencias en una red de servicios de cuidados domiciliarios, extensa, personalizada y diversa.
Otra clave es construir estrategias amplias de trabajo integrado e intersectorial que den cuenta de los factores que originan y mantienen comportamientos problemáticos, como el consumo de alcohol y otras drogas. Trabajar con población en situación de pobreza debe centrarse en el fortalecimiento de su desarrollo –eso que los sociólogos llaman “capacidad de agencia”–, y el reconocimiento de sus derechos requiere acciones de prevención, promoción y restauración.
Estas son algunas de las bases de nuestra estrategia social para este Chile diverso y con mayor pobreza que enfrentamos este 2023 que se inicia. Un Chile, que nos obliga a ser más ágiles y flexibles, a centrarnos en las personas y sus comunidades, convencidos de su capacidad de salir adelante, haciendo realidad la frase “Nada sobre nosotros sin nosotros”.