Felipe Vergara Maldonado
Analista Político
Universidad Andrés Bello
No importa cuál sea la relevancia del acuerdo y los alcances que éste tenga, el compromiso empeñado es una de las bases para una sociedad que se respeta. ¿Se imaginan qué sería de nuestro desarrollo humano, si cuando vemos una oportunidad, una ganancia corta, la tomamos y, con ello, echamos por tierra los débiles cimientos que habíamos formado?
Lo sucedido en estos días, con la elección de la Presidencia del Senado, apunta en esa dirección y va más allá de quienes hayan asumido dicha testera, al trasfondo de lo que significa no respetar los acuerdos previos. Es evidente que las condiciones en que se firmó ese acuerdo administrativo han cambiado considerablemente en el último tiempo, sin ir más lejos, dos de sus Senadores, quienes además tuvieron un rol extremadamente relevante en la ruptura del compromiso, hace dos años eran parte de la DC y con ello, defensores de que asumiera un PPD. Sin embargo, hoy ya no pertenecen al partido que los llevó al Senado, sino que ahora son militantes de Demócratas, que está evidentemente en la línea opositora y contraria a dicho acuerdo. Lamentablemente la Ley anti díscolos, no previó este tipo de situaciones.
Pero, qué hay detrás de no respetar la palabra empeñada, no es sólo elegir otras autoridades a las consensuadas previamente, sino que va mucho más allá, es transmitirle a la ciudadanía que, si las condiciones cambian, perfectamente los compromisos se pueden romper y esa señal es muy compleja; sobre todo cuando quienes las reniegan son autoridades democráticamente elegidas para representar tanto a su electorado, como al resto de la sociedad.
Complejo es, además, que aquellos acuerdos se quiebren por aspiraciones que van más allá del interés superior del órgano al que representan, en este caso al Senado, sino por una muestra de poder, diferencias personales y hasta revanchismo, porque entonces entramos a la ley del más fuerte, que redunda en el perjuicio directo del más débil, que en este caso no es el sector que pierde, sino la ciudadanía, que una vez más observa como las élites, modifican su actuar de acuerdo con sus intereses.
Delicado es también constatar que, aunque esta ruptura del acuerdo haya sido iniciada por una senadora en particular, no se circunscribe exclusivamente a ella; cuando el resto de su sector político hace eco de este desconocimiento, ya sea por acción u omisión, se hacen parte del quiebre y su actuar pasivo, también repercute en la débil confianza que instituciones como ésta, tienen en la población. No es de extrañar que diferentes encuestas evalúen al Congreso como una de las peores instituciones del país.
La ruptura del compromiso empeñado es un relejo más de la incapacidad de diálogo y la búsqueda de acuerdos de interés superior, no respetando de esta forma el mandato electoral que los ubicó en dicho lugar. El exceso de protagonismo de algunos incumbentes, muchas veces, exclusivamente por aspiraciones políticas y el deseo de mostrarse poderoso frente al otro, han dejado al Congreso, una vez más, en una posición desdibujada ante la ciudadanía; situación que se ha repetido en los últimos gobiernos, independiente de quien sea oposición.