Reuniones telefónicas y a través de video conferencia, registros de avance, tareas escolares, estudio on line, preparar comidas, vigilar a los más pequeños y desinfectar la casa para prevenir el contagio del virus. Necesidad de protegerse, incertidumbre y deseos de que todo vuelva a la normalidad, es lo que viven miles de personas desde que la modalidad de teletrabajo se instaló en nuestro cotidiano.
Pero este concepto no es nuevo. Desde que Jack Nilles (1975) acuñó por primera vez el término, se ha planteado su uso como un remedio para distintos problemas de la sociedad: reducción de costos de las empresas, conciliación de la vida laboral y familiar son algunos de ellos. En nuestro país y en medio de la emergencia, la Cámara de Diputados aprobó este lunes el proyecto que regula el teletrabajo, en el que se establece que el trabajador y su empleador podrán pactar, al inicio o durante la vigencia de la relación laboral, la modalidad de trabajo a distancia.
¿Pero qué implica desde la perspectiva de género?
Desde la perspectiva de género esta modalidad puede constituir una real opción de inserción laboral y de desarrollo profesional. Implica la posibilidad de realizar un trabajo remunerado y valorado social y culturalmente, compatibilizando con las tareas que tradicionalmente se han asignado al rol de mujer y que están adscritas a lo doméstico y al cuidado de terceros. Pero, en este mismo punto radica el riesgo, por cuanto acentúa y perpetúa los estereotipos que como sociedad queremos modificar para avanzar en igualdad.
Si bien no podemos desconocer que un alto porcentaje de mujeres realiza labores no remuneradas y que la opción de teletrabajo puede constituir una oportunidad de acortar las brechas salariales, también debemos cuestionarnos las desigualdades de género que existen en cuanto a la sobrecarga que implica desempeñar diversidad de funciones en un mismo espacio y tiempo.
La investigadora Francisca Barriga en su estudio “No es amor, es trabajo no pagado: Un análisis del trabajo de las mujeres en el Chile actual” (2019) evidenció que las mujeres ejercen múltiples roles, deben cumplir con sus jornadas laborales, pero la sociedad no ha avanzado lo suficiente como para que las tareas domésticas y de cuidado de terceros sean responsabilidad compartida en toda su dimensión.
Dado que el teletrabajo, la suspensión de clases, y posible cuarentena nacional están instaladas en la realidad actual, es importante proponer acciones tendientes a compatibilizarlas. Por ejemplo, compartir las labores de la casa entre adultos (hombres y mujeres) y también los demás miembros del hogar; darse espacios de ocio y de interacción familiar, ordenar tanto los horarios como los espacios físicos, dejando tiempos acotados que todos y todas conozcan y respeten.
El escenario que ha provocado el COVID-19 invita a reflexionar. Es tiempo de interpelar nuestras concepciones, cuestionar los patrones sociales establecidos, visibilizar la desigualdad y avanzar en la corresponsabilidad de las tareas domésticas y de cuidado, ya que son labores fundamentales para el funcionamiento de nuestra sociedad.
Carolina Salinas Alarcón
Coordinadora Unidad de Género y Diversidad
Ucen Región Coquimbo