Por
Arturo Volantines
Hace poco, con algunos días de diferencia, murieron esos escritores nortinos que fueron grandes amigos: Sergio Gaytán y Juan García Ro. Los unía la edad, la literatura; eran especialistas en la lengua; connotados sabedores del patrimonio del norte; hijos de la región de Antofagasta; guardianes de la historia literaria del norte y grandes difusores. Publicaron atiborrados: muchos libros propios y de otros, hasta el mismo día en que murieron. Otra coincidencia: publicaron, cada uno, dos libros en esos mismos días, y no los vieron.
Ambos fueron durísimos. No transaron en su devoción. De alguna forma propusieron o insinuaron una teoría de la literatura del norte y una ideología del mundo atacameño. Les faltó vida.
Sergio Gaytán fue huraño con el prójimo literario, especialmente con los escritores del norte. Fue un padrino. A Hernán Rivera Letelier lo acogió y lo patrocinó en los ’80 en Antofagasta; lo puso por delante, y tenía razón. Luego, se decepcionó; lo trataba duro —como a muchos otros— muy bien asistido por su conocimiento, pasión y reflexión informada. También, fue pretoriano del pasado literario del norte; ayudó a poner en el tapete este patrimonio; se dedicó a Sabella y Bahamonde, y se volvió especialista del siglo XX en el ethos del desierto. Y con eso, arrastró a muchos contemporáneos e, incluso, descuidando su propia obra. Fue tutor de algunos poetas nortinos del ’80 y del Grupo Recital, los cuales protegió y promocionó hasta el día de su muerte. En cambio, discriminó y maltrató a los del Grupo Salar. El tiempo le pegó un portazo. Era muy ilustrado; espadachín, hasta la soberbia, de la cultura de Antofagasta.
Juan García Ro combinaba muy bien su trabajo literario con la de difusor y editor, que dejó huellas profundas en el Huasco. Laborioso y exigente. Era muy cariñoso. Esto no quitaba que fuera correcto, tenaz y claro. Su visión política era rigurosa: de izquierda y democrática, pero personal y autónoma. En los últimos años, tuvimos acercamientos importantes en el federalismo y plena coincidencia contra el centralismo oprobioso. Era muy honesto y reflexivo; pero también exigía contrapartida. Y muchos quedaron repitiendo en su aula. Le decíamos: “Juanito el bueno”. No se prestaba para confusiones, ya que sus opiniones filológicas eran vigorosas, fuertes y virtuosas. Era bonachón; confiaba en la gente. Sin embargo, no aceptaba incumplimientos ni sobadas de hombros. Varios fueron zarandeados por su persistencia y consistencia. Fue legendaria su devoción por el libro y su capacidad de entusiasmar en la lectura.
Ambos fueron duros conmigo. Y, también, con otros. Generalmente, sus opiniones eran lapidarias. Eran malas pulgas. Al final de su vida, Juan García Ro hizo mucho para que hubiera un trabajo común entre los tres. Lo estaba logrando. Los escuchaba con detención y respeto. Me dolían las muelas cuando examinaban obras y autores nortinos. Dejaron una marca indudable. Y aportaron brillantemente al patrimonio del norte. Obviamente, un dúo como este, no se veía desde Sabella con Bahamonde.
Sergio Gaytán fue cruel conmigo. Es testigo el poeta Wilfredo Santoro; sobre todo, de su odio al Grupo Salar. Influyó en el poeta Eduardo Pelao Díaz, para que este me injuriara y me descuerara. Casi al final de sus días, el Pelao me pidió perdón, y alcanzamos a remar algunas iniciativas culturales y su autorización para que yo lo publicara. Creo, que los esfuerzos de Juan García fueron mellando la resistencia de Gaytán contra mí; además, de mi persistencia y pertenencia a la literatura. En muchos encuentros y seminarios compartimos. Fue aceptando que no podía ningunearme. También, fuimos compartiendo opiniones, deconstrucción y otros análisis de la literatura del norte. La mutua devoción por los legendarios como: Chango López, Manco Moreno, Ossa y otros y los héroes de las guerras civiles y del Pacífico, hizo otro tanto. Hace un poco más de un año, concibió algo sorprendente. Presentó mi libro: Sobre Eros & tumbas. Leyó en Vallenar un texto revelador sobre el libro cargado de opiniones enjundiosas, aplicadas y atentas. Tal vez, lo mejor que se ha escrito de mi escasiosa poesía. La última vez que lo vi, en Chañaral de Aceituno, lo escuché denostar a un escritor relevante del norte, que me dio escalofríos. Entendí que él era así. Y meridianamente justo.
Con Juan García Ro trabajé hasta sus últimos días. Lo visité en Vallenar, unos días antes. Y hablamos por fono un par de hora antes que falleciera. Era afanoso: de jornada completa. Hablábamos a cada rato. A menudo, discutíamos asuntos literarios y editoriales por horas. Había que llevarle el ritmo. Ha sido el mejor publisher del norte. Era capaz de sostener el control de las actividades en forma profesional. Creo que su trabajo en ENAMI y en la Pellets de Huasco le perfeccionó su fuerza detallista, numérica y estadística de cada situación. No olvidaba un compromiso ni deuda por lejana que fuera. Publicó mi último libro; se entusiasmó. Su generosidad tenía fama. Me retó muchas veces. Muchas veces lo escuché. Era severo en las cuestiones de las formas y reglas del idioma. Era un homo gramático. A veces le hice caso. Era como mi hermano mayor. Me lo insinuaba. No hay duda que ha sido uno de los mejores amigos, tal vez el mejor. Fue un maestro. Y nos dejó una labor heroica. Labor maciza desde el Huasco. Puso la bandera del patrimonio muy alta; marca que se verá más alta con los años.
Ambos, murieron casi juntos. Quedaron como montañas de la nortinidad. Fue un privilegio haber sido zarandeado por ellos. Me ayudaron de todas maneras a ser mejor y, al decir de Gorki, a perfeccionar mi ir: Por el Mundo y Mis universidades.