El voto “anti-Morales”, anclado en las clases medias urbanas, se lo disputan el expresidente Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho líder de las protestas contra Morales y es fuerte en Santa Cruz
(AP). Aún desde el exilio, el expresidente Evo Morales es una figura clave de las elecciones de Bolivia del próximo mes.
A pesar de su renuncia al poder en noviembre en medio de violentas protestas que dejaron una treintena de muertos, el país continúa dividido entre quienes lo defienden como la voz de los pobres e indígenas históricamente marginados y quienes sostienen que en sus 14 años en el poder se volvió cada vez más corrupto y autoritario.
Y esta polarización podría profundizar las divisiones étnicas, geográficas y socioeconómicas.
Enclavado en los Andes y con un vasto territorio en la selva amazónica, Bolivia es un país de contrastes geográficos y sociales. La mezcla de su herencia indígena y española ha dado lugar a una rica cultura mestiza que es orgullo de los bolivianos, pero en la administración del poder ambos sectores han vivido confrontados.
De acuerdo con varias encuestas el exministro de Economía Luis Arce, candidato del partido de Morales -el Movimiento al Socialismo (MAS)- lideraría la votación aunque no podría evitar una segunda vuelta.
El voto “anti-Morales”, anclado en las clases medias urbanas, se lo disputan el expresidente Carlos Mesa de la alianza centrista Comunidad Ciudadana y Luis Fernando Camacho, quien lideró las protestas contra Morales y es fuerte en la región de Santa Cruz, motor económico de Bolivia y un contrapeso al dominio político de La Paz.
Si hubiera un balotaje el MAS se vería sometido a más presión si la oposición se encolumnara detrás de un candidato, aunque todavía hay un alto número de votantes indecisos, según María Teresa Zegada, profesora de Sociología de la Universidad Mayor de San Simón de Bolivia.
Independientemente del resultado de las elecciones, los bolivianos podrían encontrarse con otro gobierno débil, ya que aún perdiendo un posible balotaje el MAS tendría el control del Senado, una alta volatilidad política y dificultades económicas en momentos en que la pandemia y las restricciones para evitar su contagio están deshaciendo años de progreso.
“Bolivia enfrenta un camino complicado. Los logros sociales y económicos de la última década corren riesgo de revertirse”, dijo Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, con sede en Washington.
Esta semana, la calificadora de riesgo Moody’s rebajó la nota de Bolivia por los efectos de la pandemia y la reducción en el ingreso de divisas por una menor demanda de gas y petróleo, principal fuente de recursos del país andino.
Bolivia tiene una estructura de deuda favorable y la perspectiva es estable incluso a pesar de que el país atraviesa su primera recesión desde la década de 1980, dijo la agencia de calificación crediticia. Pero la pobreza ronda el 36% y casi el 70% de la economía es informal.
“Dado el débil marco institucional y de gobierno de Bolivia, una sociedad altamente polarizada y un tejido social frágil, Moody’s espera un período prolongado de inestabilidad e incertidumbre política, incluso después de que se celebren las próximas elecciones”, dijo la agencia.
“El próximo gobierno enfrentará probablemente la crisis más dramática de Bolivia en el último siglo… las heridas dejadas por Evo Morales no se han restañado y hay que ir a una reconciliación”, dijo Mesa, quien fue presidente entre 2003 y 2005 en otra transición difícil.
Morales, un exlíder cocalero de 60 años quien fue el primer presidente indígena de Bolivia, enfrenta acusaciones de terrorismo y otros cargos en Bolivia y no es candidato a las elecciones, pero desde su exilio en Argentina ha venido agitando la política de su país.
“No está jugando un papel constructivo”, dijo Shifter.
En un reciente comunicado conjunto, los líderes eclesiásticos bolivianos, la Unión Europea y las Naciones Unidas expresaron que observaban con “beneplácito el inicio de la fase más activa del proceso electoral” en Bolivia y pidieron que se evite cualquier acto de violencia o intimidación.
Pero muchos bolivianos sienten aprensión.
“Nosotros queremos salir de esta pobreza que ha traído la pandemia, pero a los políticos sólo les importan sus peleas por el poder”, se quejó Héctor Delgado en su modesta carpintería en los suburbios de La Paz donde trabaja con sus hijos.
En las calles no hay ambiente electoral, más bien viven agitadas por protestas de gremios que reclaman ayuda al gobierno para afrontar las secuelas de la pandemia.
La disputa interna también ha trascendido al país de 12 millones de habitantes y ha avivado la división entre la derecha y la izquierda en América Latina.
En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas esta semana, Áñez acusó a la vecina Argentina de ″acoso sistemático y abusivo″ a las instituciones bolivianas y de apoyar una “conspiración violenta” liderada por Morales.
En respuesta, la cancillería argentina consideró lamentable que Áñez “haya insistido en procurar involucrar al gobierno argentino… en la política interna del Estado Plurinacional de Bolivia” y la instó a concentrar su energía en asegurar elecciones ″libres y transparentes″.
Para los analistas es preferible ir a los comicios en medio de la crisis antes de que el deterioro económico haga más volátil la política del país más pobre de Sudamérica.
La reconciliación nacional sería el único camino a la unidad, según expertos y la Iglesia católica, pero por ahora es una alternativa muy lejana.
“No hay un plan B”, sostuvo Zegada.
LA RAZÓN Carlos Valdez | Christopher Torchia