La tercera ciudad del país latinoamericano mueve la industria de este género musical a golpe de escuelas, orquestas, discotecas, museos… Seguimos su ruta, convertida en un reclamo turístico, sin olvidar su centro histórico, su barrios bohemios, sus mercados y sus arepas.
Con su escuela de salsa Swing Latino, considerada la mejor del mundo, el coreógrafo colombiano Luis Eduardo Hernández, conocido como El Mulato, ha recorrido 130 países. De las Maldivas, donde llegó «después de un viaje de 24 horas para una actuación de dos minutos», a Estados Unidos, donde sus bailarines escoltaron a Jennifer Lopez en la última edición de la Super Bowl. La academia está desde 1991 en Cali, la tercera ciudad de Colombia en número de habitantes (2,5 millones) tras Bogotá y Medellín y capital del departamento del Valle del Cauca, además de la salsa a nivel mundial.
Las cifras avalan esto último: más de 5.000 bailarines viven en ella, tiene 127 escuelas, 115 orquestas, 140 bares, discotecas o danzódromos, un Festival Internacional con 12.000 espectadores… Hay que añadir toda una industria alrededorque no para de crecer, ya que aquí están las productoras, los estudios de grabación, los sastres que confeccionan el vestuario para las actuaciones, los fabricantes de instrumentos… Y todo desde que, en los años 60, a los djs de las discotecas caleñas les diera por acelerar las revoluciones por minuto de los ritmos que llegaban de Nueva York, Cuba y Puerto Rico, pasando de 33 a 45.
EL CABARET NÚMERO UNO
El gesto hizo que surgiera un nuevo tipo de salsa, más rápida y difícil de bailar, claro, lo que situó en el mapa internacional del género a Cali. Hasta hoy, cuando siguen brillando templos salseros como Delirio (en él se inspiró la cineasta españolaChus Gutiérrez para su película Ciudad Delirio en 2014) o El Mulato Cabaret, la exitosa sala de de espectáculos que también dirige Hernández.
La ruta musical sigue en el Museo de la Salsa, el más antiguo y completo del mundo. Se ubica en el Barrio Obrero desde 1968, el humilde distrito donde empezó todo. Allí, Carlos Molina, hijo del fotógrafo oficial homónimo de estrellas como Celia Cruz, Tito Puente, Héctor Lavoe o Rubén Blades, rescata la historia del género entre imágenes, instrumentos, vestuario, contratos y cartas. «Exhibimos 720 fotos, pero mi padre tiene 300.000 negativos, de los que solo ha revelado 40.000», afirma Molina. A dos pasos está El Chorrito Antillano, un bar de salsa donde la vieja guardia lo da todo.
Faltaría la plaza Jairo Varela, compositor de Cali pachanguero, todo un himno, donde se alza un monumento en forma de trompeta descomunal que le rinde tributo a él y a la salsa en general, «junto a grafitis que ensalzan la identidad de la urbe con lemas como Cali es cali y lo demás es loma«, explica Susanna Salo, una finlandesa que acabó en el país latino por amor a la salsa y que ejerce de guía turística y profesora de baile desde su empresa Ritmos de Colombia.
No solo de salsa vive Cali. Su centro histórico también merece un tour pausado al ser una de las ciudades más antiguas no solo de Colombial, sino de toda América Latina (se fundó en 1436). El recorrido arranca precisamente en el que está considerado el edificio con más solera en pie, la iglesia de la Merced, levantada en 1541 y a la que se unen hoy dos museos: el arqueológico y el de arte religioso. Muy cerca está el Teatro Municipal Enrique Buenaventura, uno de los símbolos arquitectónicos (con su estilo clasicista italiano) y culturales de la urbe y donde han actuado artistas como Raphael o Alejandro Sanz.
EL GATO DEL BULEVAR DEL RÍO
El itinerario sigue en el Palacio Nacional, la Casa de las Memorias del Conficto y la Reconciliación, el Museo del Oro Calima (dedicado a las civilizaciones prehispánicas) o el Centro Cultural de Cali, un edificio de ladrillo de inspiración mudéjar en el que se celebran los festivales internacionales de Poesía y Cine. La siguiente parada es en la calle de la Escopeta, foco de street art. No está claro si se llama así por las peleas que se sucedían en ella en la época colonial o porque su forma recuerda (con bastante imaginación) a una escopeta.
Sea como sea, sus grafitis, cafés y dan vida a esta pintoresca calle que acaba en el Bulevar del Río. De carácter peatonal, los fines de semana se llena de conciertos de salsa, blues o jazz al aire libre, mimos, runners, ciclistas y familias al completo de paseo. Los vendedores ambulantes que dispensan arepas y luladas, guarapos, champús, raspados y otras bebidas de nombres imposibles a base de caña de azúcar no faltan. También hay que asomarse a la impresionante iglesia La Ermita, de estilo neogótico.
Otra de las pecualiaridades del bulevar (y de todo Cali) es la escultura de bronce de tres toneladas de un gato realizada por Hernando Tejada, el artista pop más prolífico del país. No en vano, a Cali se la conoce como la ciudad de los gatos. Al gigantesco minino le acompañan otras 15 estatuas de gatitas repartidas por todo el bulevar. «Fueron creadas por diferentes escultores y son las novias del gato principal», comenta Luz Marina Álvarez, fundadora de la empresa de ecoturismo Destino Pacífico, que realiza tours tanto por Cali como por la costa del Valle del Cauca.
SAN ANTONIO, EL BARRIO DE MODA
Toca descubrir la zona de moda, San Antonio, un barrio tradicional de casas coloniales que concentra ahora gran parte de la actividad artística y bohemia de la ciudad a golpe de grafitis decorando las fachadas, galerías (El Palomar, La Manigua, La Maceta…), tiendas de antigüedades, firmas locales y artesanías (Here we go, Sita Atahualpa, Pulgueros…), hoteles-boutique (San Antonio), restaurantes con encanto (El Zaguán de San Antonio, Casa Alebrije…) o antiguas imprentas reconvertidas en centros de arte (La Linterna). Hay que sumar los modernos locales donde organizan cuentacuentos, talleres culturales y sesiones de cine aderezados con arepas (Lengua de Mariposas), cervezas artesanales (BBC), jugos naturales (Green Magic Land) o, claro está, café colombiano (Macondo).
Uno de los que concentra todas estas actividades es Ambos Mundos, un café-librería donde se venden e intercambian obras, al tiempo que montan encuentros literarios, exposiciones y conciertos de rock clásico. «Colaboramos con los cafeteros del Valle del Cauca, que producen de forma sostenible, porque nuestra idea es conectar el mundo campesino con el mundo cultural a través de un proyecto solidario. De ahí nuestro nombre», señala Juan Moncada, gestor cultural del lugar, decorado con imágenes de grandes de la literatura como Gabriel García Márquez o Virginia Woolfy máquinas de escribir trajinadas.
Saltamos al barrio de El Peñón para disfrutar de un clásico, las empanadas del hotel Obelisco, con sus con vistas al río Cali. Al lado está el Museo La Tertulia, el más importante de Cali, antes llamado de Arte Moderno. Ofrece tanto exposiciones fotográficas sobre el conflicto terrorista en el país como laboratorios artísticos, talleres de diseño, seminarios o ciclos de películas independientes en su cinemateca. Además, cuenta con «una colección permanente de artistas americanos relacionados sobre todo con el arte gráfico«, señala Natalia Vivas, coordinadora de Comunicación. Otro museo que no hay que perderse es el de la Cinematografía o Caliwood, ya que ésta es la ciudad colombiana donde se desarrolla la industria del cine. Ni Bogotá ni Medellín. El centro cuenta con una colección de artefactos analógicos del siglo XIX a 1980.
Entramos ahora en un mercado latino, Galería Alameda, donde se pueden comprar brebajes para fomentar la virilidad en una tienda esotérica o frutas tropicales XXL como el chontaduro, carnosa y con forma de globo. También dispone de una zona de puestos de comida típica, de ceviches a arepas o marranitas vallunas, una fritura de plátano verde rellena de chicharrón de cerdo. Con el estómago lleno, despedimos la ciudad desde las alturas subiendo el cerro de los Cristales, donde está la estatua de Cristo Rey, de 26 metros de altura y un parecido razonable al redentor de Río de Janeiro.