Era 28 de agosto de 1789 y en la Asamblea Constituyente de Francia se hacía la pregunta más revolucionaria de la época: ¿Cuánto poder debe tener el rey?
A eso se resumía la disyuntiva fundamental que tenía ante sí la Revolución francesa: darle continuidad a la decadente monarquía o ponerle fin.
Pocos podían predecir entonces que la cuestión precipitaría el fin, pocos años más tarde, de los omnipotentes reyes de Francia.
Y que Luis XVI y su esposa María Antonieta terminarían sus días ejecutados en la guillotina, ante el desafiante pueblo parisino que aplaudía entre gritos de «!Viva la República!».
La escena, antes de esa pregunta central, era simplemente impensable.
Pero los franceses se enfrascaron en su Revolución, el proceso que puso fin al poder absoluto de la monarquía y de la Iglesia, cuestionado por los burgueses que emergieron como nueva fuerza política.
Y así inició una transformación social y económica que tuvo un profundo impacto en el orden político y cuya influencia llegó hasta hoy, no solamente en Francia sino en el mundo.
De ese convulso periodo surgieron, además de conceptos como los «derechos del hombre» y «nación», los nombres de las dos principales tendencias políticas que han regido el mundo desde entonces: la izquierda y la derecha.
Y en esta definición tan dicotómica y contrapuesta desde su propio origen, tuvieron que ver unas sillas.
Las sillas de la Asamblea
Para explicarlo, tenemos que volver a la sala de la Asamblea Constituyente, a ese día de agosto de 1789 en el que estaba teniendo lugar la votación sobre el poder que debía tener Luis XVI.
Cuenta la historia que el debate desatado en la asamblea, integrada tanto por seguidores de la Corona como por revolucionarios interesados en tumbarla, era tan acalorado y pasional que los contrincantes se terminaron ubicando estratégicamente en la sala según sus afinidades.
De un lado, en las sillas ubicadas a la derecha del presidente del organismo, se sentó el grupo más conservador.
Eran los leales a la Corona, quienes querían contener la Revolución y que el rey conservara el poder y el derecho al veto absoluto sobre toda ley.
Eran partidarios de que en Francia se instalara una monarquía constitucional, algo parecido al ejemplo inglés. Es decir, un rey poderoso con un Parlamento que dependiera en gran medida de su figura.
Del otro lado, en las sillas de la izquierda, se comenzaron a reunir los revolucionarios que tenían una visión opuesta.
Eran los más progresistas de la sala, los que pedían un cambio de orden radical.
Para ellos, el rey solo debía tener derecho a un veto suspensivo.
Es decir, si este no estaba de acuerdo con una propuesta de ley podía suspender el proceso por un tiempo determinado, pero no podía detenerla definitivamente ni cancelarla.
Suponía el fin del poder absoluto del monarca.
Según recogen los registros del Senado francés, la votación de ese día la ganaron los que estaban sentados a la izquierda, con 673 votos frente a los 325 que emitieron los de la derecha.
Eso terminaría marcando el curso de la Revolución francesa.
Con este resultado, la monarquía había comenzado a enterrarse en Francia.
Pero más allá de aquella jornada, los asambleístas siguieron ubicándose en la sala por afinidades.
Y la dicotomía no tardó en colarse en el lenguaje político, algo que terminó siendo muy práctico para los editores de las primeras actas de la Asamblea y de los primeros periódicos revolucionarios.
Para Pierre Brechon, politólogo francés y profesor emérito de ciencias políticas de la Universidad Sciences Po, una de las razones por las que los términos se quedaron en la jerga política tiene que ver con su simpleza.
«El pensamiento tiene este aspecto dicotómico y para entender, al menos en un primer momento, necesitamos de cosas simples. Podríamos haber encontrado otros términos que pudieron haberse difundido mundialmente, pero lo que es importante es que se necesitaba un vocabulario simple (…). Y en las discusiones políticas la derecha y la izquierda son puntos de referencia simples», le dice a BBC Mundo.
Brechon recuerda que esta dicotomía política en Francia no se quedó en la discusión sobre los poderes que debía tener el rey, y que más bien evolucionó marcando algunos de los hitos de la historia del país.
Así, una vez que la monarquía se derrumbó, en el sigo XIX el debate se centró en qué tipo de república debía establecerse: si una más conservadora, con un Estado ligado a la Iglesia, tal como lo prefería la derecha, o si una república laica, como pedía la izquierda.
Luego, en el siglo XX, la división se manifestó hacia lo económico, con la derecha a favor de un mercado liberal y la izquierda por uno regulado.
La popularización de la izquierda y la derecha
Durante una buena parte del siglo XIX, los términos izquierda y derecha fueron únicamente usados por políticos.
En realidad, pasaron muchos años hasta que esas nociones salieron de los predios de la Asamblea Nacional francesa y llegaron a la gente común.
Para que eso sucediera hizo falta educación.
Hay que recordar que en Europa algunos países como Alemania y Francia, esta última en plena efervescencia de su revolución, fueron pioneros en el establecimiento de sistemas educativos públicos a principios del siglo XIX.
Y según el politólogo Brechon, una cosa trajo a la otra.
La popularización de los términos izquierda y derecha «estuvo ligada a la politización progresiva de los individuos y a la elevación del nivel educativo de las sociedades desarrolladas», le explica a BBC Mundo.
Pero si bien los términos nacieron en Francia, lo cierto es que se expandieron en el mundo occidental.
Y más allá de los nombres de las tendencias, se extendió esa noción de la política como una oposición de fuerzas, en blanco y negro, en lugar de ese espectro diverso que en realidad es.
Aunque la pareja de opuestos más universal es la de izquierda vs. derecha, bajo la misma lógica existen también progresista vs. reaccionario, conservador vs. liberal o demócrata vs. republicano.
De la dicotomía a la pirámide
Más de dos siglos después del surgimiento de la izquierda y la derecha, el espectro político lo compone una gama de grises en la que, como suele quedar patente en las encuestas, se sitúa la mayoría de la gente.
Brechon lo describe de forma gráfica como una pirámide.
Llegó a esa figura en una de sus últimas investigaciones sobre identidad política, que realizó durante las elecciones presidenciales de 2017 en Francia, un país con más de 80 partidos y movimientos políticos.
En la encuesta, los investigadores pidieron a los participantes que se posicionaran políticamente en una escala del 0 al 10, en la que el 0 representaba la extrema izquierda y el 10 la extrema derecha.
«Lo que observamos es una especie de pirámide que tiene su cima en la posición central, en el número 5, y después desciende hacia los extremos, donde se ubican muchas menos personas. La media de los franceses se sitúa en el 5».
Aunque esto no aplica a todas las naciones.
El espectro político varía dependiendo del país, su historia y su contexto.
Del otro lado del Atlántico, Estados Unidos, un país con una tradición de dos partidos fuertes que se han alternado el poder durante gran parte de su historia —el Demócrata, que se identifica con una tendencia liberal y el Republicano, más conservador y a la derecha— , acaba de vivir una de las elecciones más polarizadas de su historia.
Como un partido de fútbol
Lilliana Mason, profesora de gobierno y política de la Universidad de Maryland y autora del libro «Acuerdo incivil: cómo la política se convirtió en nuestra identidad»(Universidad de Chicago, 2018), dice que en EE.UU., el país en el que vive y enseña, la política se está viviendo como una suerte de evento deportivo.
Según Mason, en su país, la ideología ha quedado a un lado para dar paso a otra categoría, la de los ganadores y perdedores, algo que marcó el ritmo de los discursos de la última campaña electoral.
«No se trató de políticas, se trató de ‘vamos a ser los ganadores o vamos a ser los perdedores’. El electorado está mucho más entusiasmado con qué equipo es el que va ganando, como si estuvieran viendo un partido».
Para la experta, esa polarización, aunque ahora se hace más evidente, lleva cuatro décadas gestándose.
Lo que hay es «básicamente un Partido Republicano que representa en gran medida los intereses de grupos tradicionales de alto estatus, hombres blancos, cristianos y del otro lado el Partido Demócrata, que representa a todo lo demás. Y la principal discusión entre ellos es sobre si la jerarquía social todavía existe y si debe ser sacudida».
Así, más de 230 años después, la polarización termina por recordar a ese escenario dicotómico, de polos opuestos en el que estalló la Revolución francesa.
Una sublevación que, cuando cuestionó el poder absoluto de Luis XVI, también puso en tela de juicio la jerarquía social de la época, dividiendo a la sala entre aquellos que decidieron sentarse a la izquierda y los que se inclinaron por las sillas de la derecha.
- Ana María Roura @anamaroura
- BBC News Mundo