Horrible, fría, tremendamente estricta y humillante.
Así ha sido descrita la temida prisión rusa donde el líder opositor Alexei Navalnypasará sus próximos dos años.
El más férreo opositor a Vladimir Putin fue arrestado en enero, poco después de aterrizar en Moscú desde Alemania, donde estuvo a punto de morir por un envenenamiento del que acusa a las autoridades rusas.
Ahora, la justicia lo condenó a 3 años y medio de prisión por incumplir los términos de la libertad condicional de una sentencia suspendida en 2014 por malversación de fondos.
El equipo de Navalny desconocía su paradero hasta que este lunes el propio activista confirmó que fue trasladado hasta la IK-2.
A través de su cuenta de Instagram, comparó la prisión con un «campo de concentración».
«Tengo que admitir que el sistema penitenciario ruso ha logrado sorprenderme. Nunca imaginé que fuera posible construir un verdadero campo de concentración a 100 kilómetros de Moscú», dice en el mensaje.
Si bien las prisiones rusas son ampliamente conocidas por sus brutales condiciones, la IK-2 ha sido calificada como la «más dura» en términos de «quebrar» a la gente.
Castigos, vigilancia extrema y privación absoluta del mundo exterior es parte de lo que sus reos —varios de ellos encarcelados por razones políticas—, viven a diario.
BBC Mundo intentó contactar con el gobierno ruso para obtener su versión sobre la prisión IK-2, pero hasta el mometno de la publicación de este artículo no obtuvimos respuesta.
Presión psicológica
La prisión IK-2, también conocida como Colonia Correccional Pokrov o Colonia N2, está ubicada en el distrito Vladimir Oblast, a unos 100 kilómetros al este de Moscú.
Las «colonias penales» son la forma más común de prisión en Rusia y están ubicadas a lo largo del país. La IK-2 tiene distintos departamentos y edificios donde se ubican los dormitorios de los reos y salas para realizar diversas labores.
Navalny se encuentra específicamente en el «Sector de control intensificado A», según confirmó en su cuenta de Instagram.
En conversación con BBC Mundo, un ex prisionero de este complejo penal, Konstantin Kotov, asegura que vivía con temor mientras estaba allí.
«Existe un régimen muy estricto, en el que la administración tiene un control total sobre todos los aspectos de la vida del convicto. Aplica métodos de presión psicológica y presión física para romper la voluntad de una persona. Todos viven con el temor constante de romper las reglas o hacer algo contrario a la administración», dice el activista.
Kotov fue condenado por participar en protestas contra el gobierno de Putin en «repetidas ocasiones», en un caso que causó revuelo en Moscú. Si bien al inicio del proceso judicial en su contra lo condenaron a cuatro años de prisión, finalmente estuvo solo uno encarcelado.
Sin embargo, este fue tiempo suficiente para que Kotov conociera las atrocidades que viven los reos en la IK-2.
Rutina y extremo aislamiento
Su día empezaba a las 6 de la mañana. Luego debía vestirse rápido para salir afuera, sin importar la lluvia o nieve, hacer fila y cantar el himno de Rusia. En seguida, venían los ejercicios matutinos, los cuales debían hacerlos todos por igual.
Más tarde, desayunaba en el comedor común y, tras ello, debía marchar rápido y en formación con las manos en la espalda mientras él y el resto de los prisioneros recibían un «chequeo matutino». Lo mismo se repetía en la tarde.
«Podías estar de pie más de una hora, dos veces al día, bajo climas extremadamente fríos o calurosos, dependiendo de la época del año», cuenta.
En la tarde, debía dirigirse a las zonas de trabajo. Podía tocarle sumarse al equipo de costura o de procesamiento de madera, además de limpiar el área, barrer la basura o sacar la nieve. Si no lo hacía, estaba obligado a ver televisión o anuncios gubernamentales, sin despegar su mirada de la pantalla. Si se quedaba dormido o miraba a otro lado, le podían dar una paliza.
Al final del día, tras la cena, tenía una hora libre donde por fin podía leer o responder cartas, las cuales eran revisadas minuciosamente por los guardias.
«La administración teme que los presos hablen del régimen en la colonia. Y por lo tanto, su comunicación con el mundo exterior se minimiza: solo hay cartas de papel que se someten a una estricta censura. Se permiten llamadas una vez cada dos semanas, no más de 15 minutos», explica Kotov.
«Al mismo tiempo, se monitorean todas las conversaciones. Si un preso les cuenta algo malo sobre la colonia a sus seres queridos, será castigado. Una reunión con un abogado es muy difícil de lograr, se hace lo más difícil posible», agrega.
La extrema vigilancia fue confirmada por Alexei Navalny, quien en su mensaje en Instagram de este lunes indicó que «hay cámaras de video en todas partes, todo el mundo está vigilado y ante la menor infracción hacen una denuncia».
Bajo esta misma lógica, en la IK-2 someten a los reos a estrictas cuarentenas.
De acuerdo con otro exprisionero del recinto, Vladimir Pereverzin, «los carceleros aíslan a los presos unos de otros para seguir el principio de ‘divide y vencerás’. Los grupos pequeños son más fáciles de administrar».
Pereverzin —quien fue acusado de haber malversado fondos mientras trabajaba en la compañía petrolera Yukos— fue liberado en febrero de 2012. A pesar de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos luego refutó la decisión de la corte rusa, pasó 7 años y 2 meses en la cárcel.
«Una persona normal no puede entender lo que sucede en esta prisión rusa. El grado de acoso y humillación de una persona no conoce fronteras y continúa las 24 horas del día. Los prisioneros son expulsados a patadas de sus camas para hacer ejercicio. Luego, van al lavabo, donde hay 5 duchas y 5 inodoros para 60 personas. Siempre estás en un estado de estrés, siempre tienes prisa de ir a alguna parte», explica desde Berlín en una conversación telefónica con BBC Mundo.
Castigos
En esta colonia penal, hay prisioneros que reciben el nombre de «activistas» o «cabras». Estos cumplen un rol importante al cooperar con la administración del recinto, controlando al resto de los reos, monitoreando el cumplimiento de las reglas y espiando todo lo que hacen sus compañeros.
A cambio, estas personas obtienen privilegios como una ducha.
«Ellos se aseguran de que los reclusos sigan el orden, denuncian cualquier abuso al personal de la colonia y son los que utilizan la fuerza física en contra de los otros reos. Conmigo nunca usaron la violencia física, solo ejercieron presión psicológica», recuerda Konstantin Kotov.
En algunos medios de comunicación rusos, como MediaZona, exprisioneros han contado cómo han sido obligados a torturar al resto de los reos.
Pero los guardias también cumplen su rol.
Según Pereverzin, los reos están «completamente bajo el poder» de los gendarmes.
«Ellos pueden hacer lo que quieran. Te pueden matar y luego organizan alguna situación y dirán: ‘Oh, se cayó de las escaleras'», cuenta.
En varias instalaciones penitenciarios rusas se han reportado muertes. A pesar de que muchas de ellas dicen haber sido por «causas naturales», las denuncias por golpizas y torturas son comunes.
«A veces castigan a los presos, los golpean. Especialmente cuando llegan a la colonia y los mandan a hacer cuarentena», agrega Pereverzin.
En el caso de Alexei Navalny, sin embargo, Pereverzin cree que no recibirá castigos demasiado duros. «Ellos no quieren problemas y no van a querer que ese tipo de cosas se haga pública», dice.
Al respecto, el jefe del Servicio Penal ruso, Alexander Kalashnikov, garantizó a los medios de ese país que «no hay ninguna amenaza para su vida o su salud«. «Se le mantendrá en condiciones absolutamente normales», añadió.
Así lo confirma Navalny en su mensaje publicado este lunes.
«Todavía no he visto ninguna violencia, ni siquiera una pisca de ella», dijo. «Aunque debido a la postura tensa de los presos, firmes y temerosos de volver a girar la cabeza, creo fácilmente las numerosas historias de IK-2», agregó.
Impotencia
Tras salir de la cárcel, Pereverzin escribió un libro —»Rehén, la historia de un gerente de Yukos»—, en el que cuenta los detalles de su estadía.
Entre otras cosas, habla de las brutales condiciones a las que estaba expuesto todos los días.
«Es terrible. Hacía mucho frío. Te pasaban una manta pero esa manta no calentaba entonces te enfermabas. Perdí peso porque tampoco te dan buena comida. Comes cosas terribles, solo para sobrevivir», dice.
Otros ex reos han afirmado que no se les permitía dormir con ropa a pesar de que la temperatura de las habitaciones no superaba los 10 grados.
Para Pereverzin, lo más difícil de haber estado preso todos esos años es que sentía «impotencia».
«Te sientes impotente. No puedes hacer nada con esta situación. Sabes que tienes razón, que no hiciste nada para estar en la cárcel, pero estás ahí«, afirma.
Cuando el ex miembro de Yukos salió en libertad, no lo podía creer. «No creí que alguna vez sería libre», dice a BBC Mundo.
Algo similar sintió el activista Konstantin Kotov.
«Estaba abrumado por la emoción. Por primera vez en mucho tiempo, pude abrazar a mi esposa, a mis padres, a mis amigos. Pero claro que mi estancia en la colonia me dejó una huella y no me he recuperado de esta experiencia negativa hasta ahora», concluye.