La retirada del hermano de Fidel como primer secretario del Partido Comunista abre una nueva etapa en la isla sin grandes cambios a la vista
Su hermano Fidel quizá estuviera orgulloso de él. Muerto el comandante, Raúl aseguró la continuidad del Estado que ambos fundaron por las armas en su juventud. Pero si Raúl fue el garante de la supervivencia del comunismo en Cuba, lo fue también de la falta de libertades y las privaciones que ahogan sus compatriotas. El menor de los Castros dijo adiós este fin de semana a su cargo de primer secretario de partido comunista cubano. el último que conservaba y desde el que en los últimos años ha supervisado el ascenso de una nueva generación de burócratas.
El general puede ahora retirarse a descansar al Oriente cubano, donde se rumorea que pasará sus últimos años. En junio cumplirá 90. Castro se despidió reafirmando sus ideales socialistas y «con la satisfacción del deber cumplido», afirmación que contrasta con el país que deja, sumido en su peor crisis económica desde el llamado «Periodo Especial» de los 1990, cuando la caída de la Unión Soviética dejó huérfana y quebrada a la Cuba castrista.
Su retirada fue acogida con indiferencia en La Habana y en Miami, los dos ejes de un país partido en dos desde hace décadas. Al contrario de lo que sucedió con la muerte de Fidel en 2015, el exilio no salió esta vez a la calle a brindar con champán. La esperanza ha dejado paso a la frustración. El bloguero Alberto de la Cruz cree que «nada va a cambiar en Cuba y la familia Castro va a permanecer al mando». Es una creencia extendida y no del todo infundada. A los miembros más jóvenes de la casta la vida parece sonreírles. El hijo de Raúl, el coronel Alejandro Castro Espín, se perfila como uno de los mandos militares de mayor peso y Sandro Castro, nieto de Fidel, apareció recientemente en un vídeo divirtiéndose al volante de un Mercedes deportivo, un alarde capitalista por el que luego se disculpó.
Dicen quienes lo trataron que Raúl siempre fue más austero y discreto que el estruendoso Fidel, y cuando este cayó enfermo y le cedió el timón en 2006, se consagró a la tarea de reformar la economía cubana. Siempre bajo la premisa de que la apertura económica no implicara cambios políticos indeseados. Era el hombre indicado, el hermano fiel que como ministro de Defensa siempre estuvo al frente de las Fuerzas Armadas, en realidad la corporación más poderosa de Cuba.
El historiador Antoni Kapcia, de la Universidad de Nottingham, dice que Raúl «no fue el Gorbachov de Cuba. Sus reformas no desestabilizaron el sistema, sino que fueron unas reformas significativas que permitieron que el sistema siguiera funcionando».La pregunta que muchos jóvenes cubanos se hacen hoy, también en versos de rap irreverentes, es para quién funciona ese sistema. La apertura económica de Raúl siempre fue por detrás de las demandas de una sociedad ansiosa de oportunidades al margen de la planificación centralizada al que Raúl nunca renunció.
Su gran apuesta, el acercamiento a EEUU en la era de Obama, con la histórica visita del presidente estadounidense en 2016, quedó en agua de borrajas en cuanto Donald Trump se instaló en la Casa Blanca y recrudeció unas sanciones que el demócrata Joe Biden no tiene prisa por abandonar. Los timoratos cambios quedaron entonces congelados y la economía continuó por la senda de un deterioro para el que nadie atisba el final. En 2020, el PIB cayó un 11%.
La pandemia terminó con el turismo y empujó al gobierno a una liberalización sin precedentes del mercado laboral y a suprimir el peso cubano convertible, una moneda de valor inflado que encubría la situación desastrosa de muchas empresas estatales. cubanas. Como previeron los expertos, estas medidas han provocado inicialmente una fuerte inflación y un inevitable ajuste del mastodóntico e ineficiente sector público.
Esta es la Cuba que Raúl Castro le deja a su sucesor, Miguel Díaz-Canel, un anodino ingeniero, descendiente de inmigrantes asturianos, un cuadro comunista desde muy joven que promete «continuidad». Raúl marcó en su despedida el alcance de posibles reformas: «Hay límites que no podemos rebasar porque las consecuencias serían irreversibles y conducirían a errores estratégicos y a la destrucción misma del socialismo».
Pero, como revela la emergencia de los artistas disidentes del llamado Movimiento San Isidro y sus desafíos públicos al gobierno militar, las cosas evolucionan más deprisa fuera que dentro del Partido Comunista. El joven emigrado Avi Vizoso le dijo al “Miami Herald” lo que significa para él el legado de Raúl: «Su historia es la historia de un régimen viejo que nunca funcionó».
¿Cuánto tiempo sobrevivirá ese régimen sin Raúl? Pocos vaticinan cambios radicales a corto plazo, pero Juan Peña, anticastrista exiliado desde 1965, lanza una advertencia desde su mesa de siempre en el Café Versailles de Miami: «Los cubanos no temen ni respetan tanto a Díaz-Canel como a Raúl y a Fidel».
Cuba experimenta estos cambios políticos mientras sufre el azote de la pandemia de covid-19. En las últimas 24 horas se han reportado 1.037 nuevos positivos y se elevó a 13 el récord de fallecidos en una jornada, según el parte diario del Ministerio de Salud Pública (Minsap). La escasez de alimentos derivada de la crisis económica obliga a que la gente salga a la calle y haga largas filas para adquirir productos básicos, lo cual complica la contención de la transmisión del coronavirus.
El país caribeño acumula hasta hoy un total de 93.511 contagios y 525 muertes a causa de la enfermedad que genera la covid-19. La elevada trasmisión de los últimos meses se refleja en un promedio de 1.013 casos diarios, mientras aumenta la letalidad, que en lo que va de abril ha sido de 100 muertes, después de que en todo marzo fueran 101.