LEGADO DE LA BATALLA DE CERRO GRANDE

Al cumplirse 162 años de la batalla de Cerro Grande —y 200 años del Liceo de La Serena—, cabe preguntar por el aporte a la cultura de esta revolución y de los radicales en la formación cultural de Chile y, especialmente, del Norte Infinito.

En Atacama y Coquimbo se creó un movimiento de ampliación hacia el desierto, que se resolvió con la guerra del ’79. Copiapó, Caldera, Taltal, Tierra Amarilla, Vallenar, Vicuña y La Serena fueron focos de mucha actividad liberal: poética y pensamiento creativo al servicio del cambio. Se publicaron tantos diarios y revistas; que, Incluso, hoy, en estudios internacionales llama esto la atención.

Por ejemplo, el foco proactivo en Vicuña fue extraordinario. Se originó un movimiento radical que facilitó la aparición de la Generación Naturalista, encabezada por Gabriela Mistral. Los héroes de las guerras civiles y del ’79 se atrincheraron en Vicuña. Crearon, entre otros, a El Elquino, que generó una cultura reluciente. Hasta el día de hoy, ese patrimonio respira y aporta.

Resultó importante, para que surgiera este movimiento liberal, la creación del Liceo de La Serena. Allí estudiaron los dos primeros periodistas costumbritas genuinamente chilenos: José Joaquín Vallejo Borkoski —Jotabeche— y Nicolás Álvarez Borkoski —el Diablo político—: Eran primos y muy pobres; fueron los primeros becados del Liceo, y resultaron clave para la cultura. La pléyade de estudiantes y profesores notables de este Liceo ha sido redentora: Los hermanos Concha, los Muñoz Godoy, los Alfonso Cavada, los Comella, los Machuca, algunos de los hermanos Matta y Gallo y varios de los mineros que crearon la exitosa industria minera de Chile.

Este Liceo, hoy llamado Gregorio Cordovez, cumple 200 años. Sus rectores y profesores han sido albur para el florecimiento de la cultura nortina. Es el caso milagroso de Pedro Cantournet, que dejó la sotana y, sobre sus hombres, se echó el propósito de dotar al norte del edificio educacional acorde a lo que se soñaba. El huasquino, Juan de Dios Peni fue otro rector, que dio la vida para que el Liceo tuviera la impronta necesaria.

Numerosos profesores innovaron y dieron sustento a una época para lograr cambiar la tradición colonial beata; por otra, apegada a la ciencia y liberal, que pudiera generar nuevas ideas y más justicia social. Importantes profesores fueron: Bernardo Ossandón, Néstor Rojas, Adolfo Formas, Eliseo Peña, Abraham Vera, Buenaventura Osorio, Jorge Peña Hen, Alfredo Berndt, Alfonso Calderón, Barak Canut de Bon y tantos más.

Resulta también notable la cantidad de escritores, poetas y pensadores que estudiaron en este Liceo: Clodomiro Concha, Manuel Concha, Ricardo Dávila Boza, Federico González, Saturnino Mery, Alamiro Miranda, Policarpo Munizaga, Benjamín Vicuña Solar, Julio Vicuña Cifuentes, Ricardo Antonio Latcham, Braulio Arenas, Fernando Binvignat, y muchos más. El Liceo fue crisol de los héroes de las insurrecciones 1851, 1859 y 1891. Y, para qué decir, de alumnos y profesores que se enrolaron en la guerra del Pacífico: Francisco Machuca, Pedro Regalado Videla, Wenceslao Vargas, Rafael Varela, Clodomiro Varela, Marcelino Iribarren, etcétera.

Fue refulgente la creación de la imprenta del Liceo, donde se publicaron algunas obras notables, como el Tratado de Ensayes (enero, 1844) de Ignacio Domeyko; la llegada de este y la primera generación de profesionales mineros (los primeros 16 ingenieros de mina de Chile) y el arribo, antes, de Carlos Lambert. Domeyko hizo una revolución, que cualificó a muchos hijos del norte; le dio categoría internacional e hizo florecer al país. Creo, firmemente: es uno de los precursores de la república. En sus desvelos, encontramos mucho de cómo somos en esta franja del mundo, tan bien contada en sus memorias: Mis viajes; 2 volúmenes (2 tomos); Ediciones Universidad de Chile,1978.

Las revoluciones que encabezaron Pedro Pablo Muñoz y Pedro León Gallo tuvo la importancia de crear una cultura radical y autóctona, que ensambló un nuevo Chile. La batalla de Cerro Grande es símbolo vivo, que hay que tener en cuenta en la hora concretar la nueva constitución y articular una nueva síntesis del país, para asegurar a las diversas culturas que forman la nacionalidad.

II

Es pertinente recordar la batalla sucedida en el sureste de La Serena, el día 29 de abril de 1859: [En torno al Cerro Grande, formó el Ejército Constituyente. De izquierda a derecha, en las murallas de las tierras de Aguirre, el Regimiento N°1 de Copiapó, Los Zuavos de Chañarcillo, La Legión Huasquina, el Segundo de Línea de Copiapó, Los Cívicos de Copiapó y el Primero de Coquimbo. Al frente, formaba el ejército de Gobierno: mucho más numeroso y con mejores armas. Pedro Pablo Muñoz ocupaba Ovalle y Balbino Comella ocupaba Illapel.

Ese memorable día, al amanecer del 29 de abril de 1859, el Ejército Constituyente, —encabezado por Pedro León Gallo, Ramón Arancibia y el Comandante del Coquimbo, Ignacio Alfonso— atacó al ejército del Gobierno, cortando a esas tropas en dos y tomando algunos prisioneros. Recién a las 7 ½ de la mañana pudo el General, Juan Vidaurre recomponer sus fuerzas. Parecía que la batalla se ganaba.

Fue nuestro Waterloo. En el entusiasmo de ganar se les cedió los faldeos de Cerro Grande a las tropas de Gobierno. Pareciera ser que las ventajas de tan afiatada revolución llevaron a la confianza destructiva. Más que perder; no se supo ganar. Así, como la cultura de las batallas fue esencial en los triunfos de Alejandro, pareciera que el Estado Mayor revolucionario no conocía Waterloo.

Tampoco se pensó en el factor de la traición, que siempre ha estado presente en la historia de Atacama hasta el día de hoy. Siempre el traidor aparece desde mismo intestino, como ayer y como hoy. Como en Cerro Grande, al traidor lo condena el pasado. Quiero decir, que, si el traidor perteneció dedicadamente a un sector, tiende éste a regresar a esa trinchera. Pasa, por ejemplo, con los que estuvieron a favor o en contra del Gobierno de Allende. No podemos culpar sólo a la traición de la derrota de Cerro Grande. Pero, claro, la batalla tuvo un solo y fatal pestañeo de parte del Ejército Constituyente, y eso fue cuando fallaron las armas. Esto lo reconoce, el General de División e Inspector General del Ejército de Chile, Don Francisco Javier Díaz (La Guerra Civil de 1859, Relación Histórica Militar; Imprenta de la Fuerza Aérea de Chile, 1947, Stgo. de Chile.).

La Batalla de Cerro Grande tuvo dos factores más que fueron gravitantes y están relacionados con el armamento. La calidad de las armas del Gobierno era muy superior. El ingenio de Anselmo Carabantes fue notable en la construcción de las armas Constituyentes; pero, también, eran, en cierta forma, armas artesanales, que rápidamente fueron quedando inútiles en la contienda.

Otro factor, fue la actitud de Pedro León Gallo de no repetir el ataque con corvos de la Quebrada de Los Loros. Los corvos permanecieron quietos, y cuando Ramón Arancibia, por cuenta suya, cargó con un puñado de atacameños, ya era demasiado tarde.

Al grito de “Viva la Constituyente”, cayó con múltiples heridas de bala y sable, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Constituyente, el poeta Ramón Arancibia. Con un grupo de soldados atacameños atacó temerariamente cuando la derrota asomaba. Se peleaba cuerpo a cuerpo entre los faldeos del Cerro Grande y las haciendas y murallones del sector. A lo lejos, se asomaba la Portada de La Serena. Ese puñado de atacameños con corvo en mano se batieron a muerte, como había sido fundamental y dramático en el triunfo en la Quebrada de Los Loros, pero ésta vez ya era muy tarde. El General, Pedro León Gallo no había querido que sus tropas lucharan corvo en mano porque significaba muchas bajas. Esto decidió la batalla de Cerro Grande, y no sólo por la evidente traición, tanto en la pólvora falsa en las armas como por los santiaguinos que no se plegaron a la revolución. Ramón Arancibia comprendió que con un acto de arrojo podía cambiar el destino de la batalla y de la revolución; pero, ya era demasiado tarde, y murió con los versos de “La Constituyente” en sus labios. Era media mañana del 29 de abril de 1859.

La actitud de Pedro León Gallo de evitar muertes se sostuvo hasta el final de la Guerra. Por lo mismo, cuando una parte del Ejército Constituyente sobreviviente, atrincherado adentro de la ciudad de La Serena, encabezado por Elías Marconi, le propuso volver a la carga, Pedro León Gallo se negó rotundamente e, incluso, su actitud frente a la capitulación fue coherente; a pesar que parte del ejército se mantenía intacto en Atacama. Pedro León Gallo siempre fue valiente y mesurado.

Tal vez, también gravitó en él, la negación de plegarse de los revolucionarios capitalinos.

Durante 5 horas de combate, el Ejército Constituyente mantuvo fuerte ventaja. Las tropas de Gobierno no tenían capacidad de movimiento y eran envueltos por los revolucionarios. Así, se mantuvo el combate, con notoria ventaja para los revolucionarios. Los distintos asaltos, tantos del Buin como del Séptimo de Línea fueron rechazados. Varias veces el ejército de Gobierno estuvo a punto del desbande. Sólo que, en algún momento, Vidaurre vio que el centro revolucionario se debilitaba por la falta de fuego, y aprovechó, en pocos minutos, de fusilar la oficialidad revolucionaria. Allí, cayeron los oficiales constituyentes: Manuel María Aldunate, Samuel Claro, Guillermo Parker y varios más. Quirico Romero, uno de los más cercano a Gallo cayó fusilado de pie.

Tal vez, como Napoleón, el General Gallo, confió que la batalla de todas maneras se iba a ganar, y que no le era necesario usar el corvo. La ventaja que mantuvo durante toda la batalla, la perdió en un pequeño momento. Ahí, Vidaurre se alzó con el triunfo, si no la historia de Atacama indudablemente sería otra.

A pesar de la derrota, se quebró para siempre en Chile, la Nación de una sola mirada; nació la visión de otra forma de organizarse y de organizar el Estado.

A partir de esta revolución, el norte atacameño se reconoce a sí mismo, con características propias; toma una primera conciencia de su distinción en el mundo. Y el sueño más grande soñado por Atacama y Coquimbo quedó como una semilla].

III

 

EL COSMOPOLITA

La Serena, abril de 1859

Reproducimos la proclama que el General dirigió a la división libertadora del Norte.

Soldados

El grito de guerra ha vuelto a resonar entre nosotros. El enemigo golpea tenaz a nuestras puertas, y el ruido del combate vuelve otra vez a despertar a los valientes.

Rabioso el tirano por la vergonzosa derrota que le hicisteis sufrir el día 14 ha sentido humillarse su orgullo. Débil e imponente, pero cediendo al vértigo de su insano despecho, se ha creído poderoso, y lanza sobre nosotros las viles hordas que aún sostienen su poderío.

No temáis!… Así como en derredor del Sol se apuñan las nubes en un día de borrasca, así se acumulan hoy los infortunios en torno del déspota. Pronto recibirá su castigo, y la historia inmortalizará vuestras hazañas en sus brillantes páginas.

La Justicia, la Libertad, los Derechos del ciudadano, son la causa que habéis jurado sostener. Es llegada ya la hora de que cumpláis vuestro juramento. Con mano firme y segura empuñad pues el acero y disponeos al combate.

Soldados: mirad hacia delante de vosotros y veréis una multitud de pueblos que os piden justicia y libertad. Tornad la vista sobre vuestros pasos, veréis también a multitud de pueblos que han confiado su protección en vuestros brazos y que también os piden libertad. ¿Habrá algo entre vosotros que no quiera hallarse en el campo de honor? No, ninguno!! Marchad, pues; pero tened entendido que la nación os observa para bendecir a los valientes o para lanzar su indignación y su desprecio contra los cobardes! Nada hay que detenga el paso de los libres; porque a su presencia huirán despavoridas las huestes del tirano.

Vuestro General y amigo.

Pedro L. Gallo

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