“Todo cambia, nada permanece”, escribió el filósofo griego Heráclito, hace casi dos mil años atrás. En Chile, apenas hace dos años, en los meses previos al denominado “estadillo social, existía una clara ventaja de la derecha con miras a la elección presidencial de 2021. Ante la pregunta ¿quién te gustaría que fuera el próximo presidente o presidenta de Chile?, un 44% del total de menciones espontáneas correspondían a figuras del sector.
Pero tras el estallido social de 2019, para la entonces entusiasta derecha “todo se derrumbó”, como reza la letra de una romántica canción popular, debido a que ni Piñera ni su coalición supieron leer ni diagnosticar la realidad del país. Es decir, quedaron al desnudo, porque Chile no era el jaguar de Sudamérica como todos creíamos o nos hacían creer.
Las demandas del pueblo organizado que exigía mayor igualdad y dignidad, bajo el lema “No son 30 pesos, son 30 años”, castigaron fuertemente a la derecha encabezada por Piñera. Dos años más tarde, el sitio de vanguardia del conglomerado oficialista es sólo un vago recuerdo, graficado en las recientes elecciones de constituyentes, donde la derecha no alcanzó ni el 30% en la elección de constituyentes y en la pauperrísima elección de gobernadores, en la que sólo logró triunfar en una sola región y, más encima, con un candidato que ni siquiera es militante, sino un independiente.
Para mal de males, la oposición se muestra claramente fortalecida con coaliciones que llevan sus propias candidaturas presidenciales prácticamente consolidadas, como son los casos de Jadue y Provoste. “Si hace dos años quien ganaba la primaria en Chile Vamos era el más probable presidente en 2022, hoy el ganador no tiene ni siquiera asegurado el peaje para el balotaje. Una situación que de seguro está agitando los tambores en la derecha más dura, aquella que no ve nada pródigo en apostar por una centroderecha a la europea y preferiría asegurar los muebles en las trincheras del Rechazo o un poco más”.
Para Chile Vamos, el dilema está dividido entre mantener el camino de la moderación programática a costa de perder electores más extremos, como el neo y clásico pinochetismo o, por otro lado, retroceder para buscar algún tipo de pacto con los republicanos. “Esto último, inevitablemente arrastraría una pérdida de electores más moderados y, posiblemente, la opción de ganar en segunda vuelta representando a amplios sectores de la sociedad”, dijo Ex Ante.