Uno solo puede esperar que los partidos no acaben resultando un factor de infección, no hubiera valido la pena, opina Tobias Oelmaier.
Ceremonia de apertura de la final de la Eurocopa entre Inglaterra e Italia en el estadio de Wembley, en Londres, este domingo (11.07.2021).
Estaba claro desde hace tiempo que este torneo no iba a ser un veraniego cuento de hadas exento de problemas. Desde antes ya de que la pandemia del coronavirus atemorizara a la humanidad. La sola idea de un festival del fútbol paneuropeísta contaba con pocos partidarios. El entonces presidente de la UEFA, Michel Platini, quería erigirse un monumento y presionó para celebrarlo así.
Muchos anfitriones significa muchos votos cuando se trata de la reelección en el cargo. Además, un campeonato inflado de participantes: 24 en lugar de las habituales 16 naciones, casi uno de cada dos países de Europa pudo luchar por el título en la fase final del torneo, una concesión a las federaciones, sobre todo pequeñas, que lo habían convertido en presidente de la Federación Europea en ese momento. No le sirvió de nada a Platini. El francés se topó con un asunto de corrupción en 2015. Y la Eurocopa 2020 no arrancó con buen pie desde un primer momento.
Sin tener mucho en cuenta la pandemia
Luego vino el coronavirus. El aplazamiento de un año se decidió rápidamente cuando la pandemia empeoraba cada vez más durante la primavera pasada. No había otra opción. Pero pronto quedó claro que tampoco había alternativa a celebrar el campeonato este año. Costara lo que costara. Incluyéndose el requisito de un mínimo de espectadores para las ciudades anfitrionas. Bilbao y Dublín no pudieron o no quisieron aceptarlo debido al creciente número de contagios. Las otras doce ciudades aceptaron más o menos voluntariamente la inmoral cláusula. La FIFA volvió una vez más a recibir críticas. Además del tema de los viajes.
La decisión de continuar el partido entre Dinamarca y Finlandia a pesar del paro cardíaco de Chrisitan Eriksen se queda en la retina, al igual que la gestión del tema de la iluminación arcoíris en el estadio de Múnich para protestar contra la discriminación sexual. La UEFA mostraba no tener tacto al tratar la situación. El sucesor de Platini, Aleksander Ceferin, desapareció por completo hasta poco antes del final del Campeonato de Europa en lugar de mediar, en lugar de dar explicaciones.
Perdedores de la Eurocopa: Löw y la UEFA
La Federación Europea de Fútbol, la UEFA, es la gran perdedora de esta Eurocopa. Además de la selección alemana del ya ex seleccionador nacional Joachim Löw, claro está. No había forma de llevarse el florero continental con su fútbol de conejillo acobardado. Despejes a balonazos por parte de sus cinco defensas, pases horizontales de Toni Kroos en el medio campo, un Leroy Sané completamente inseguro y un disparo fatal de los retornados Thomas Müller: que el tiempo de Löw se acabó lo ha subrayado la Eurocopa de manera impresionante.
Hinchas ingleses celebran fuera del estadio de Wembley el gol de Luke Shaw frente a Italia nada más empezar la final.
Lo positivo fue la calidad de juego de los equipos en el terreno de juego. No se cumplieron los temores de que tantos participantes supusieran bajar el nivel. Las naciones supuestamente débiles como Finlandia, Gales, Suiza, Ucrania, Hungría o Austria enseñaron a los equipos establecidos a temerles. Los partidos emocionantes eran más la regla que la excepción. Siete prórrogas y tres tandas de penaltis tuvieron lugar en la fase final.
Con valentía a por el título
Y -que tome nota la cúpula de la Federación Alemana- el valor fue recompensado. La Squadra Azzurra de Italia, con un impresionante espíritu ofensivo y una creatividad arrolladora, volvió a la cima de la mano de su seleccionador nacional Robert Mancini, después de haberse perdido por primera vez un mundial en la Copa del Mundo de Rusia en 2018. O su rival en semifinales, Luis Enrique, que se atrevió a no seleccionar a ni un solo jugador del Real Madrid. Algo hasta ahora impensable en España. Después de los resultados obtenidos, ya no necesita justificar más su decisión.
¿Fue una buena Eurocopa 2020 o una mala? No hay respuesta para esta pregunta. Fue un rayo de esperanza, un paso más hacia la vuelta a la normalidad, mientras nadie sabe todavía cómo de virulenta va a ser una posible cuarta ola de la pandemia en Europa. Ha traído aire fresco a una vida cotidiana todavía marcada por las limitaciones. Uno solo puede esperar que los partidos, con hasta 60.000 espectadores en los estadios de Budapest y Londres, no acaben resultando un factor de infección, como fue el caso del partido de la Liga de Campeones entre Bérgamo y Valencia en febrero de 2020. Ciertamente, no hubiera valido la pena.
(lgc)