LITERATURA COQUIMBANA A COMIENZOS DEL SIGLO XX; ESTUDIOS BIBLIOGRÁFICOS Y CRÍTICOS DE LUIS SOTO AYALA

Por Arturo Volantines

Cuando Gabriela Mistral llegó a Antofagasta (1912), debajo del brazo llevaba la Antología Chilena, Prosistas y Poetas Contemporáneos, la intelectualidad en Chile, del copiapino, Pedro Pablo Figueroa, cuyo libro influenciaría en ella. Entre los antologados, iba con poesía y un adónico retrato, Manuel Magallanes Moure, que enamoraría a Gabriela. Este libro viene a demostrar el gran inicio republicano de la literatura del Norte, que después, paso a paso, iría desapareciendo del Canon chileno hasta la negación, y con la misma Gabriela Mistral como ejemplo. Pedro Pablo Figueroa demuestra, en este texto, la importancia de los atacameños al inicio de la literatura chilena: los hermanos Matta, Rómulo Mandiola, Pedro León Gallo, Carlos Walker Martínez, Rosario Orrego, entre otros. También, señala la importancia de Mercedes Marín del Solar, hija de serenenses. Y, además, nombra a los locales: Adolfo Valderrama y al “Diablo Político”, Juan Nicolás Álvarez. Explica: “Es la primera vez que se acopia en una antología la labor literaria en nuestro país./ Las colecciones de artículos y de poesía que han publicado en otras épocas, como las reunidas por Juan María Gutiérrez, Ricardo Palma y José Domingo Cortés, no han revestido una índole nacional”.

También, Pedro Pablo Figueroa atisba un primer ordenamiento canónico de la literatura chilena. Manifiesta que la literatura puede dividirse en tres períodos históricos: “el que comprende la Independencia, el movimiento intelectual de 1842 y el que produjo la evolución política de 1870”. En este ámbito, nace la literatura serenense.

En 1908, se publicó el Parnaso Coquimbano —que aún nos sorprende de forma y fondo—: Literatura Coquimbana; Estudios Bibliográficos y Críticos sobre los literatos que ha producido la Provincia de Coquimbo, por L. Carlos Soto Ayala, obra ilustrada con los retratos de los principales escritores de esta provincia. Este texto sorprendente, que está dedicado a Pedro Pablo Figueroa, incluye a 31 autores e ilustrada —como dice el anuncio en el texto— con los retratos de los principales escritores de la provincia. Infelizmente, sólo se publicó la primera parte, hasta la página 156, y con únicamente 18 autores. Soto Ayala pide, que se debe ensamblar esa parte con la otra, donde también deben insertarse los retratos. Una década después, en la Selva Lírica (1917), se da cuenta que aún no ha sido publicada la segunda parte, y al revisar las copias que hemos encontrado, incluidas las tres de la Biblioteca Nacional, creemos que el autor, definitivamente, no publicó esa segunda parte, dejando este libro, absolutamente memorable, en irreparable falta.

En la misma Selva Lírica, al poeta y abogado, L. Soto Ayala (La Serena, 1886 — Santiago, 21 de noviembre de 1955), se le trata de poeta menor. Soto Ayala pagó un precio altísimo, ya que su obra fue poco considerada. Los colegas de entonces, que son también los de ahora, no permitieron reconocer tan magnífico aporte. Solo ha sido mencionado en relación a Gabriela Mistral.

Esta obra, que es clave para la literatura chilena, nortina y, particularmente, para la provincia de Coquimbo, considera a los siguientes escritores: Juan Nicolás Álvarez, Hortensia Bustamante de B., Clodomiro Concha, Manuel Concha, Ricardo Dávila Boza, Juvenal Díaz Araya, José Ignacio Escobar, Lucila Godoy Alcayaga, Ricardo Gibbs, Pablo Garriga, Manuel Antonio Guerra, Joaquín González González,  Federico González G., Francisco Machuca, Saturnino Mery, Alamiro Miranda, Carlos Mondaca, Policarpo Munizaga, Mariano Navarrete, Osvaldo Palominos, Néstor Rojas Villalobos, David Rojas González, Francisco Sainz de la Peña, Víctor Domingo Silva, Narciso Tondreau , Francisco A. Subercaseaux, Sinforoso Ugarte Alcayaga, Adolfo Valderrama, José María Varas Blanche, Julio Vicuña Cifuentes y Benjamín Vicuña Solar. Salta a la vista que faltan, Valentín y Manuel Magallanes, pero es comprensible, ya que Valentín es difícil de clasificar porque nació en Santiago, su obra literaria y revolucionaria la hizo en Atacama y ejerció como abogado en La Serena, para luego regresar y morir en Santiago. En el caso de Manuel Magallanes Moure, sólo vivió hasta los 7 años en su ciudad natal y después se fue a Santiago, lo que seguramente incidió en no incluirlo, aunque como hemos dicho, ya había mucho recelo y, aún más, cuando se trataba de autores nacidos en la misma ciudad, o podría también tratarse de animadversión, ya que Magallanes Moure gozaba de fama y consideración en el ámbito oficialista, incluido el calcetineo, como puede verse en la legendaria Revista Zig-Zag, a comienzo del siglo XX.

Algunos de estos autores, considerados por Soto Ayala, no los conocíamos. Hecho relevante, ya que esta lista resulta muy necesaria para ordenar y reordenar la historia de la literatura de la Región de Coquimbo, y, obviamente, la literatura chilena. A la mayoría los habíamos leídos, fundamentalmente, en los diarios de la época de la región, donde se publicaba en forma profusa creaciones poéticas, especialmente, en el más notable diario, entre muchos que ha tenido la región: El Coquimbo. Además, estos diarios fueron importantísimos, bibliográficamente, en la segunda parte del siglo XIX: testimonios indudables (afortunados) de los hechos heroicos y trascendentes de Coquimbo.

Este volumen es una de las obras más selectas de Chile en su ámbito. Viene a poner certeza de la importancia de estos recuentos y que en muchas ocasiones son salvadores de los autores de la provincia; de hacer justicia, a pesar del constante manto de desconsideración centralista.

Tres méritos indudables tiene esta obra: rescata la producción de autores imprescindibles de la literatura chilena, ya que algunos de ellos llegaron a ser Premio Nacional de Literatura, y otros, son parte fundamental a partir de la república; la aclaración en su introducción y prólogo a la invisibilidad de la literatura nortina, y que sigue persistiendo hasta la fecha; y, lo más fundamental, la inclusión por primera vez —y desde su propio terruño, ya que pasarían muchos años para que volviera a suceder este hecho antológico— de una muchacha “prosista” de 18 años, llamada Lucila Godoy Alcayaga.

Igualmente, resulta fundamental para resolver la controversia respecto al primer escritor genuinamente serenense. Hasta ahora, yo había sido partidario de Mercedes Marín del Solar como merecedora de esta distinción, ya que sus padres fueron serenenses, y ella pasaba grandes períodos en esta ciudad. Pero, queda muy aclarado en esta obra, que tal distinción le corresponde al “El Diablo Político”, Juan Nicolás Álvarez (La Serena, 17 de abril de 1810 — El Callao, 24 de mayo de 1853). Soto Ayala dice de Álvarez: “La Historia Literaria de Coquimbo se abre con un nombre por demás ilustre, con el nombre de un gran ciudadano, periodista y revolucionario: Juan Nicolás Álvarez B., llamado “El Diablo Político”.

Por su parte, Pedro Pablo Figueroa, apunta: “Allí (La Serena) lo encontró el movimiento revolucionario que estalló el 7 de septiembre de 1851 y como periodista y tributo liberal, concurrió a su desarrollo, en las reuniones de la Sociedad Patriótica y de la Sociedad de la Igualdad, con Antonio Alfonso, Pedro Pablo Muñoz, Teodosio Cuadros, Ventura Osorio, Santos Cavada, y en el periódico La Serena, que fue su trípode de escritor público en el seno de su pueblo. La Serena fue, como El Diablo Político, su tribuna de luchador en la capital de la provincia de Coquimbo y desde sus columnas prestigió el pendón revolucionario con los lampos de luz de fuego que brotaban de su pluma al choque de las ideas. Mientras se preparaba el pronunciamiento, fue delegado de sus correligionarios de La Serena ante los partidarios que dirigían la opinión en Santiago, para uniformar los trabajos tendientes a elevar a primer magistrado de la República al ilustre general don José María de la Cruz. Durante El Sitio de La Serena, que siguió al pronunciamiento, redactó El Periódico de la Plaza, para conservar vivo el entusiasmo del pueblo y de los soldados. Triunfante la revolución en La Serena, Juan Nicolás Álvarez fue nombrado auditor de guerra del ejército revolucionario. De este modo, fue soldado y periodista de la revolución./ En su Historia del Levantamiento y El Sitio de La Serena, don Benjamín Vicuña Mackenna pinta a Juan Nicolás Álvarez como [al periodista tribuno de la revolución de La Serena], especie de [tipo nuevo en el periodismo, que escribía en aquella época como las más altas inteligencias contemporáneas]”.

El autor, en su El por qué de este libro, señala tan lúcidas y permanentes opiniones, que pareciera que las dijo ayer y no hace más de cien años: “Las provincias, y particularmente las del Norte, son miradas con profunda indiferencia por el centralismo de la capital. Fuera de Santiago, el arte es una ridiculez, la industria un sueño, el trabajo una utopía, y entre tanto, las provincias, con el sudor de sus frentes varoniles, no se cansan de brindar a manos llenas riquezas innúmeras a los mismos que esclavos quisieran verlas”. Luego, complementa: “Literatura Coquimbana viene a ser una reparación de justicia, un homenaje póstumo a los hombres de idea, a los luchadores incansables de esa provincia heroica, cuyos hijos llevaban enlazados en el campo de la vida la espada del guerrero y el laúd del trovador”.

En otra parte del prólogo, arremete memorablemente: “Por ahora, Literatura Coquimbana sólo aspira a que se sepa de los hombres de péñola de Coquimbo y, a que los que esta obra lean, admiren el tesoro inmenso de poesía escondido entre selvas virginales y en la falda de los montes siempre nevados de esa provincia”.

Finalmente, Soto Ayala, hace notar la profunda hermandad entre Atacama y Coquimbo y su destino común y su relación con el Estado de Chile: “Atacama y Coquimbo —las dos hermanas del Norte— han escrito páginas admirables de glorificación histórica, ya bajo una misma tienda de campaña, al estruendo de los cañones, ya bajo el cielo adorable de las tardes del estío, cuando cada alma es una lira de cuyas cuerdas brotan plegaria a la magnificencia de la naturaleza. El libro que ve hoy la publicación es sólo la primera parte de una obra que pudo llamarse Dos Musas Hermanas. Ojalá no esté lejos el día en que pueda tributar igual homenaje de justicia y admiración a los escritores de Atacama, la cuna de los grandes pensamientos, y en donde cada hombre es un apóstol y un guerrero, y cada mujer un ángel y una musa; donde el hombre —encarnación de ideas de gloriosa independencia— parece nacido en  los tiempos de la antigua Roma, y la mujer de ojos divinos y soñadores lleva en el alma reminiscencia de tres tierras: la del araucano, altivo y no domado; la del español, galante y caballeroso; y la del querube, casto y sentimental”.

Posteriormente, viene un estudio de Guillermo Muñoz Medina llamado: Literatura Coquimbana, donde hace un recuento geográfico, histórico y literario de la Región de Coquimbo. Señala: “Esta antología es la fórmula inspirada y exacta de la génesis literaria de Coquimbo”. También, atisbo la importancia de esta antología, ya que cuando publiqué El Burro del Diablo (2008), se connotaron en la crítica semejanzas e ironías. Dice, Muñoz Medina: “Literatura Coquimbana representa verdadera novedad entre nosotros. No tenemos noticias que en Chile se haya formado otro libro de esta naturaleza. Lo que se escribe en Chile, por bueno que sea, si se llega a leer, es para olvidarlo enseguida. Pocos pueblos nos parecen más indiferentes a la literatura nacional que este, tan patriota por lo demás. Aquí, ni en los liceos se da a conocer a los alumnos el nombre de nuestros literatos, ya que los Libros de Lectura que destinan a las clases de Castellano en los años inferiores, son reuniones de trozos de autores extranjeros en su mayor parte./Literatura Coquimbana puede prestar utilísimos servicios a la enseñanza, para dar a conocer a los educandos un grupo notable de autores nacionales, para inculcar en ellos amor por los literatos del país, para desarrollar en sus almas sentimientos de patriotismo, enseñarles que hay en su patria una literatura que debe interesarles, y que existen literatos chilenos a quienes deben estimular con sus aplausos”.

Después, insiste en lo que me parece la devoción, que ni entonces ni ahora se ha valorado y, más triste aún, porque hay algunas voces locales que les gusta el oficio de yanaconas y de andar mostrándole la pierna al centralismo. Manifiesta, además: “Literatura Coquimbana exhuma del cementerio del olvido en que injustamente se las tiene, por pertenecer a otra edad y a otra tendencia tal vez, muchas poesías hermosas de tiempos felices para letras nacionales. La hora de su aparición es oportuna. Ella es el archivo de las bellezas literarias de los hijos de Coquimbo, la gloriosa estadística que perpetuará el recuerdo de sus nombres y la memoria de sus mejores obras”. En lo sustancial, en la introducción, Muñoz Medina hace alabanzas a las “tradiciones”, que tan importantes han sido en La Serena, desde Manuel Concha, Juan Nicolás Álvarez, Francisco Antonio Machuca, Gustavo Rivera Flores, Alfonso Calderón, Fernando Moraga, Kiko Carvajal e, incluso, el controvertido José Joaquín Vallejo.

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