Roberto Quintanilla Pereira tiene un mal presentimiento, no obstante lo cual cumple con su rutina diaria, se acicala como de costumbre y viste su mejor traje aquella mañana del jueves 1° de abril de 1971.
El cónsul general de Bolivia en la ciudad de Hamburgo todavía mantiene su olfato de espía del servicio secreto estadounidense: algo anda mal, pero sus presunciones desaparecen cuando la bella joven australiana se hace presente en su oficina situada en el 125 de calle Heilwigstrasse, República Federal de Alemania.
Ella ha pedido una entrevista con el cónsul para interiorizarse sobre los visados de turistas extranjeros que quieren visitar Bolivia. Ella es hermosa y a él todavía le quedan ganas de galantear, por eso la hace pasar a su despacho y acuerda con su secretaria, quien hará de traductora porque el cónsul no habla inglés, que vaya hacia la recepción en busca de unos folletos turísticos.
Quintanilla le pide a su visitante que tome asiento. Es lo último que pide.
En esos cinco segundos que ambos han quedado a solas, la joven saca un revólver Colt modelo Cobra calibre .38 SPL de su cartera y le pega tres balazos que ingresan por debajo de la tetilla derecha del desgraciado cónsul.
Los agujeros forman en su pecho un triángulo escaleno perfectamente agrupado por el que brotan chorritos de sangre. Él está mortalmente herido y se va muriendo de a poco. Ella se llama Monika Ertl y acaba de pasar a la historia como la mujer que vengó al Che Guevara.
La condena del Ejército de Liberación Nacional (ELN), el brazo armado de la revolución cubana en Bolivia, se cumple según lo planeado.
Los cargos por los que el exjefe de Inteligencia del Ejército Boliviano ha sido aniquilado son varios, pero los guerrilleros los resumen en unos pocos: torturas, asesinatos y desapariciones, vínculos con la CIA y sobre todo, responsable de la cacería de Ernesto Guevara, quien murió fusilado en la Higuera tras recibir 9 disparos aquel lunes 9 de octubre de 1967, tras el fracaso de su incursión guerrillera en la selva boliviana.
Quintanilla fue quien, además, ordenó que al Che le cortaran las manos después de muerto.
Hans y Monika Ertl, de Baviera a Bolivia
Hans Ertl era un típico alemán de Baviera, un ser con aires de superioridad, bien parecido y competitivo al extremo: atleta, montañista y temerario, había sido el camarógrafo de Olympia (1938), una de las películas que exaltó al nazismo con mayor éxito. Su carrera en el cine iba cuesta arriba.
Hans era además amante de Leni Riefenstahl, oficialmente designada como “directora de cine del Reich”, con quien solía tener relaciones sexuales en cualquier lugar donde el amor los encontrara.
Pero Hans se distanció de Leni para formar una familia a la manera tradicional y seguir su propio camino; y mientras terminaba la película que lo dejaría en la historia, nacía Monika, su primera hija, la mujer que ocupó todos sus pensamientos hasta el día de su muerte.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Hans Ertl se había convertido en un destacado cronista de guerra. Filmó el frente de batalla, no importaba si desde los cielos rusos a bordo de un Heinkel He 111 o en el polvo africano montado en el Volkswagen de Erwin Rommel: donde sea que fuera Hans estaba listo para apuntar su cámara 35 mm y documentar los episodios más destacados del régimen nacionalsocialista, como el encuentro entre el Führer y Benito Mussolini.
Era tan bueno en lo suyo que algunos comenzaron a llamarlo “el fotógrafo de Hitler”, aún cuando jamás se había manifestado a favor del nacionalsocialismo ni se había afiliado al partido nazi ni a ninguna de sus organizaciones satélites.
Pero, con el final de la guerra en 1945, todo cambió para Hans. Con una Alemania ocupada y partida en dos, la industria del cine le dio la espalda y si bien no fue confinado a un “campo de reeducación”, todos lo tenían como un colaboracionista que había contribuido con la propaganda nazi.
Quizá para evitar el destino obscuro al que fue condenada su antigua amante Riefenstahl, el papá de Monika Ertl decidió emigrar con su familia a la selva boliviana, donde continuaría con su saga documental, allanando nuevos caminos jamás explorados.
Es así como la familia Ertl se establece en una granja de La Paz, donde una nutrida comunidad alemana les da la bienvenida.
Papá Hans se siente a gusto: tiene los escenarios del nuevo mundo a disposición para ser filmados por primera vez en la historia y además es bien reconocido por otros alte kameraden (viejos camaradas), que como él también se han radicado en Bolivia.
Uno de ellos en particular frecuenta su rancho bautizado La Dolorida. Se llama Klaus Barbie pero se hace llamar Altmann, y es un criminal de guerra conocido como “el carnicero de Lyon”. En Francia al capitán SS lo han condenado a muerte en ausencia por el fusilamiento de miles de partisanos y por enviar a 44 niños judíos al campo de exterminio de Auschwitz en Polonia.
Pero esto al gran cineasta que es Hans lo tiene sin cuidado. Son, para él, “cosas del pasado, dramas de guerra”. Él suele dejar a su familia en La Paz para deambular por el mundo en busca de exóticas experiencias. Es lo único que le importa.
Sin embargo, por esos tiempos Monika se enferma. Experimenta un trastorno mental que algunos diagnostican como epilepsia emocional o juvenil, producto del cambio radical de geografía y de vida, de Baviera a La Paz, de la ciudad al campo y del llano a 3,640 metros sobre el nivel del mar.
Alumna del Castillo de Neubeuern, un internado para la élite de la comunidad bávara, la pubertad la encuentra en el altiplano y desata en ella un torbellino de emociones incontrolables. Su familia debe internarla en una clínica, donde logra recuperarse luego de meses de confinamiento y una batería de corticoides.
Tal vez por todo esto, la mayor de las tres hermanas Ertl sigue siendo la preferida de Hans, quien al ver sus habilidades detrás de cámara sueña con convertirla en la Leni Riefenstahl de una Sudamérica inexplorada.
Así es como Hans se interna en una expedición a los Andes y al Amazonas para filmar Paititi, un éxito documental del año 1955, junto con dos de sus hijas, Monika y Heidi. Les va tan bien que hacen una nueva película, Hito Hito, en la que la mayor de los Ertl maneja la segunda cámara.
Monika se destaca no solo como cineasta sino como aventurera y con solo 17 años es capaz de cazar serpientes venenosas como yararás o corales, cocinar iguanas y tortugas a la cacerola o sartenear pirañas para el almuerzo.
Su puntería con la pistola de puño es envidiable. Porta una 22 para defensa en caso de ser atacada por un puma.
Si Monika hubiera sido varón, podría haber sido un comando táctico, piensa el padre: “Dispara como un muchacho”.
“Era capaz de ser más masculina que un verdadero macho”, ha dicho Regis Debray, su colega en la guerrilla cubana, según se cita en la biografía La mujer que vengó al Che Guevara del periodista alemán Jürgen Schreiber.
Si el mito de las Amazonas fuera cierto, ella podría haber sido la líder de la tribu.
Monika Ertl, de la alta sociedad a la guerrilla guevarista
De vuelta en La Paz, Monika se ha convertido en una mujer a la que le sobran pretendientes. Su valor a la hora de internarse en el monte la hacen popular entre la alta sociedad alemana de Bolivia y contrasta con su bella figura, su blanca piel y sus ojos claros.
A los 21 años se casa con un joven llamado igual que su padre: quizá lo único que ambos tienen en común, pero siendo hijo de una acaudalada familia germana que explota una mina de cobre en Chile, eso parece bastar para la familia de Monika.
Al lado de su mujer, el joven Hans no cuadra. El matrimonio no funciona. La vida acomodada la sumerge en una profunda depresión y empieza a tomar partido por ideas radicales que nada tienen que ver con la cultura del marido, entre las que se cuentan la defensa del indigenismo empobrecido.
Su temprana experiencia andina le brota por los poros.
Pero además, Monika comienza a rechazar a la “generación de los nazis”, es decir, a la de sus padres, sus suegros y amigos. La relación se enfría como hielo después de algunos años pero sigue como si nada, hasta que la pareja cae en la cuenta de que los hijos ya no vendrán.
Una ginecóloga que trabaja con un médico nazi en un consultorio de La Paz le asegura a Monika que ella “podía tener una docena de hijos si hallara un macho”.
Después de una larga década, logra el divorcio, y esto coincide no solo con su renacer espiritual e intelectual, sino con su ingreso a la guerrilla guevarista del Ejército de Liberación Nacional.
En 1968, cuando la muerte de Ernesto Guevara todavía está presente en Latinoamérica y su figura se va haciendo cada vez más grande, Monika comienza una relación con Guido Inti Peredo, el sucesor del Che en Bolivia.
La relación es un fuego y ocurre con las normas propias de la clandestinidad, pero se trunca cuando el jefe guerrillero es capturado por el Ejército boliviano, un 9 de septiembre de 1969.
Su torturador se llama Roberto Quintanilla Pereira, jefe del operativo que le da captura, agente de la CIA y egresado de la Escuela de las Américas de Panamá: un cuadro táctico entrenado por las fuerzas especiales de los Estados Unidos en la lucha contrainsurgente.
A Quintanilla le decían Toto y había sido ascendido en 1967 a teniente coronel después de la muerte del Che por su capacidad en la lucha contra “la infiltración comunista castrista”, como puede leerse en el libro de Schreiber.
Vengar al Che, vengar a los camaradas
Por sus cualidades físicas e intelectuales, su entrenamiento natural y capacidad para la guerrilla urbana, Monika no tarda en ascender en la golpeada cúpula del ELN, que viene siendo diezmada por las sucesivas dictaduras bolivianas con apoyo estadounidense.
Le dicen “la gringa”.
Ella es la elegida para vengar al Che y al Inti, y “exterminar” al Toto Quintanilla en el marco de un plan de venganza organizado desde Cuba en el que también caerán el ex presidente boliviano René Barrientos, el campesino delator Honorato Rojas, el general Juan José Rojas y el coronel Joaquín Zenteno Anaya, entre algunos otros, todos ellos vinculados directamente con la muerte del líder de la revolución cubana.
Monika comienza a viajar a Europa. Lo hace oficialmente para negociar los derechos de las películas de su padre en la República Federal Alemana (RFA); allí teje contacto con izquierdistas italianos y maoístas alemanes.
Su nombre de guerra es «Imilla».
De vuelta en Bolivia, va a ver a su padre a La Dolorida y le pide permiso para refugiar a un grupo guerrillero del ELN en la hacienda. Hans se niega, le pide que se salga de la organización y le diagnostica que todo va a terminar mal.
Hans sabe que nada puede hacer por retener a su hija de las fauces de una represión mortal.
Desde ese momento, “la gringa” Monika, la alemana Imilla, pasa a la clandestinidad.
Cuando se conoció en Bolivia la noticia del asesinato de Quintanilla, Hans Ertl supo que quien había hecho los disparos había sido su hija, por más que 50 años después no exista prueba material alguna que lo demuestre.
Después del “ajusticiamiento” del militar, el viejo Hans sabía que Monika tenía los días contados y lo único que le pedía a Dios era que no fuera salvajemente torturada como sus camaradas. Rezaba para que un disparo mortal la salvara de todo aquello.
La ejecución de Quintanilla habría sido perfecta si Monika, en el momento del escape, no hubiera tenido que luchar con la mujer del militar, quien llegó a la oficina poco después de escuchar los disparos.
En la pelea, la asesina perdió la peluca, la cartera y el revólver Colt Cobra 38 SPL: dejó demasiadas pruebas en la escena del crimen, y al mes la policía alemana ya la estaba buscando.
Los militares bolivianos no tardaron en ponerle un precio a su cabeza: por su captura ofrecían 20.000 dólares, una cifra que cuadruplicaba la recompensa que habían ofrecido por el Che cuatro años antes.
Monika escapó de Europa con la asistencia de innumerables camaradas, logró llegar a Chile, entonces gobernada por Salvador Allende, y de allí se refugió en Cuba. Volver a Bolivia no era una opción: hubiera significado una muerte segura, y así fue.
En 1972, la noticia según la cual el carnicero Lyon, Klaus Barbie, se refugiaba en La Paz, la sobresaltó: se trataba del mismo “tío Klaus” que era amigo de su papá y que ella había conocido desde su llegada a Bolivia.
Monika se ofreció para participar de un nuevo operativo tanto más complejo que el asesinato de Quintanilla.
La idea era capturar a Barbie, quien solía pasearse por La Paz lo más campante, y llevarlo secuestrado a Francia, donde sería juzgado por sus crímenes, de alguna manera emulando el secuestro de Adolf Eichmann en la Argentina por parte de la Mossad una década atrás.
Monika volvió a Bolivia con un nombre falso pero el operativo de captura del nazi se frustró. El tío Barbie no era solamente un criminal de guerra ya retirado, sino un colaboracionista bien pago de la dictadura del general Hugo Banzer, con cuyo gobierno solía hacer negocios tanto con el entrenamiento de tropas como con el tráfico de armas y de cocaína. Barbie era un cuadro de la elite de las Waffen-SS y un agente de la CIA. Andaba bien custodiado.
Incluso Barbie había estado en Hamburgo haciendo negocios la misma semana en que ocurrió el atentado a Quintanilla. Fue él quien le entregó la urna con las cenizas del muerto a su viuda. El destino quiso que no se cruzara con su “sobrina” por cuestión de días. Dos años después, el “tío” Klaus le dio caza.
El 12 de mayo de 1973 Monika fue emboscada por un comando boliviano en La Paz. Cayó muerta a balazos en la calle junto a un compañero de guerrilla, el argentino Osvaldo Ukaski.
Cuando Hans Ertl escuchó por la radio que su hija había sido ultimada a balazos, suspiró y le agradeció a Dios que no la hubieran capturado viva.
Cuando los militares aseguraron la zona del “enfrentamiento”, un hombre de tez blanca, vestido como un empresario y que había colaborado con las fuerzas de seguridad para capturar a Monika, se paró frente al cadáver y dijo:
―Es ella.
Era “el tío” Klaus Barbie, criminal de guerra nazi al servicio de la dictadura de Hugo Banzer, agente de la CIA, narcotraficante y amigo de la familia Ertl.
El gobierno de Banzer nunca entregó el cuerpo de “la gringa” guerrillera a sus deudos y se cree que fue enterrado en alguna indeterminada fosa común de El Alto, sin manos ni pies, como a Quintanilla le hubiera gustado.
Hans Ertl siguió viviendo en su granja La Dolorida. Escribió varios libros y brindó algunas entrevistas. Se convirtió en un viejo solitario, acumulador de cachivaches, rodeado de mugre y animales salvajes.
En La Paz le decían el “escritor loco”, “el gringo” o el “viejo ermitaño” pero nadie jamás osó decirle “nazi”.
Con el tiempo se convirtió en una leyenda viva y de todo el mundo llegaban personas que querían entrevistarlo para conocer más sobre su cine documental, hoy considerado de culto.
Murió el 23 de octubre del año 2000 a los 93 años y hasta el último día de su vida, y sin que se lo preguntara, solo hablaba de su hija Monika.
Fuente: La Nación