El flamante vencedor de la Liga se sobrepuso a las eliminaciones en la Copa Libertadores y la Copa Argentina; también a las numerosas lesiones y a las bajas por convocatorias
En el fútbol te puede ir bien o mal, pero lo que no podés no tener es convencimiento de lo que vos querés”. Marcelo Gallardo siempre tiene claro qué desea en el campo de juego. Su mensaje es preciso y directo. Sus 20 integrantes del cuerpo técnico y sus 28 futbolistas del plantel profesional lo saben a la perfección: el que se relaja, pierde. Su mentalidad competitiva y ganadora es abrumadora. Siempre va por más. Incluso cuando el horizonte se pinta más oscuro que claro. En esos momentos, busca que el dolor sea un alimento para sostenerse con la templanza propia de un exitoso ciclo de más de siete años. Cuando todo se está por caer, surge la valentía y el carácter de un equipo de época que no para de regenerarse y nunca pierde su voracidad ofensiva. Porque tras un 2021 repleto de obstáculos, problemas y dolores de cabeza, River pudo cerrar el ciclo con una sonrisa: se recompuso a los golpes, logró la ansiada Liga Profesional con tres fechas de anticipación y volvió a ser campeón local después de siete años de espera.
Y ahora en diciembre lo espera el Trofeo de Campeones contra Colón para buscar una nueva estrella. La lluvia copiosa que azotó durante todo el jueves a la Ciudad de Buenos Aires no opacó ni un segundo la fiesta millonaria. Unas 72 mil almas se hicieron presentes en el Monumental con una ilusión a cuestas: lograr ese punto que les permitiera festejar cerca de las 23.30. Entre martes y jueves hubo largas filas desde la mañana hasta la noche en la boleterías para retirar los carnets únicos en los que se cargan los tickets comprados. Y desde muy temprano, y hasta minutos antes del inicio del juego, en las calles aledañas de Núñez se podía percibir ese clima de fiesta como si fuese una final y solo faltaran los últimos minutos con el partido a favor. El convencimiento era total: el público se acercó a ver campeón a su equipo. Y así fue.
En la previa, hubo un recibimiento acorde a las circunstancias con una gran preparación de la Subcomisión del Hincha con tirantes y pendorchos rojos y blancos para pintar a todo color las cuatro tribunas del estadio. Y el pitazo final hizo estallar las gargantas que acompañaron a los once futbolistas del Muñeco durante todo el encuentro. River volvió a adueñarse del torneo local para estirar su liderato en la Argentina: tiene 37 ligas ganadas a lo largo de su rica historia y le sacó tres de distancia a Boca. Además, alcanzó su 50° conquista nacional entre copas y ligas, y aventajó a su máximo rival por dos coronas.
Pero nada le fue sencillo al máximo campeón local a lo largo del 2021. Y los primeros cuatro pasos fueron un pequeño presagio de lo que el resto del año le tenía preparado. En los cuatro partidos iniciales recibió puras desilusiones en el cierre del semestre postergado por la pandemia. Primero, empató 2-2 con Boca en la Bombonera y luego cayó 2-0 con Independiente en Banfield y se quedó sin entrar a la final de la Copa Diego Maradona. Y luego, fue goleado 3-0 por Palmeiras en Avellaneda y no pudo dar vuelta la historia en Brasil con aquel recordado triunfo 2-0 que no le alcanzó para acceder a la final de la Copa Libertadores 2020. Vacaciones y a barajar y dar de nuevo.
Llegó la pretemporada, Ignacio Fernández emigró a Brasil, el club desembolsó más de 10 millones de dólares y aterrizaron seis refuerzos: Agustín Palavecino, David Martínez, Jonatan Maidana, Alex Vigo, José Paradela y Agustín Fontana. El 4 de marzo logró el duodécimo título del ciclo y el 67° de su historia al golear 5-0 a Racing en la Supercopa Argentina 2019 que se jugó en Santiago del Estero, pero el primer semestre tuvo una marcada irregularidad en un claro proceso de transición con resultados cambiantes y un funcionamiento colectivo que no se terminó de afianzar. A partir de mayo, comenzaron los contratiempos más marcados: el brote de Covid-19, con 15 futbolistas contagiados a un día del superclásico contra Boca por los cuartos de final de la Copa de la Liga, fue el primer bombazo.
Paulo Díaz, Federico Girotti, Enrique Bologna, Germán Lux, Robert Rojas, Nicolás De La Cruz, Rafael Borré, Bruno Zuculini, Tomás Castro Ponce, Franco Petroli, Franco Armani, Matías Suárez, Benjamín Rollheiser, Agustín Palavecino y Santiago Simón se perdieron el clásico en la Bombonera y el entrenador tuvo que hacer debutar a Leo Díaz, arquero suplente de la Reserva, y citar a Agustín Gómez, Tomás Lecanda, Felipe Peña Biafore, Tomás Galván, Daniel Lucero y Lucas Beltrán de urgencia.
El dolor de aquel empate 1-1, con posterior eliminación por penales, se diluyó por lo que vino después: una heroica clasificación a octavos de final de la Copa Libertadores. Sin arqueros disponibles y sin el aval de la Conmebol para anotar a otro por los contagios, River saltó a la cancha contra Independiente Santa Fe sin suplentes y con Enzo Pérez lesionado en el arco. Ganó 2-1 y la noche del 19 de mayo pasó a la historia, ya que luego selló su pase en la Copa a pesar de caer 3-1 con Fluminense en la última fecha del grupo. Así, culminó con 11 victorias, ocho empates y cuatro empates una primera mitad del año sin muchas luces.
Llegó el parate, Rafael Borré se fue libre, Gonzalo Montiel fue vendido a Sevilla, se sumaron Enzo Fernández y Braian Romero desde Defensa y Justicia y la pretemporada en Estados Unidos trajo otra alerta: las miocarditis de Enrique Bologna, Paulo Díaz y Leonardo Ponzio por el Covid-19. Los dos primeros jugadores no tuvieron mayores inconvenientes, pero el capitán de 39 años se perdió la preparación y hasta septiembre no pudo jugar.
A partir de ahí, comenzó una impresionante mala racha de lesiones, que alcanzó las 30 bajas en 27 encuentros en el semestre y que había empezado en febrero: tras la mononucleosis de Gonzalo Montiel y la fractura en el antebrazo derecho de Javier Pinola, el DT más nunca pudo tener al plantel completo. La última vez fue el 20 de febrero en el 3-0 a Rosario Central en la Copa de la Liga. Y no solo eso: debido a las tres ventanas de convocatorias, tuvo que armar equipos hasta con 10 jugadores menos. Tan es así que contra Sarmiento e Independiente, en plena fecha FIFA de agosto, jugó sin marcadores centrales naturales, con Peña, Zuculini y Pérez oficiando de defensores.
“Fue un mérito muy grande sobreponernos a todas las dificultades que tuvimos para conformar el equipo. Requirió de haber tenido que meter mano a algunas alternativas que por ahí no eran las convenientes o no eran las mejores. Sacamos a flote partidos que llegamos con mucha problemática y pudimos sacar buenos resultados y eso nos sostuvo”, supo decir el Muñeco en octubre y, recientemente, agregó: “Nosotros mantenemos nuestra forma de entrenar. No modificamos lo que solemos ser. Siempre hay situaciones en las que estás expuesto. Hemos tenido mala fortuna y acontecimientos muy particulares. Lo importante es que hemos seguido fluyendo de acuerdo a cómo trabajamos para que el equipo se desarrolle como cada partido en la cancha. No podríamos ejecutarlo si no entrenáramos como entrenamos. Aprendimos a convivir con una coraza por las lesiones y sufrimos mucho. Pero cuando los demás no ganan, seguimos ganando”.
Es que tras un arranque con algunas dudas, en julio le ganó 2-0 a Argentinos Juniors en La Paternal, se clasificó a cuartos de final de la Copa Libertadores y enfiló dos triunfos que hicieron crecer al equipo en la Liga: 3-0 a Lanús y 4-0 a Unión. Pero en agosto llegaron los nuevos cachetazos: empató 0-0 con Boca y perdió por penales en los octavos de final de la Copa Argentina y fue eliminado por Atlético Mineiro de la Copa de forma categórica con caídas 1-0 en el Monumental y 3-0 en Belo Horizonte.
Así, el gran logro del año fue reconstruirse a partir de los impactos. Masticó dos derrotas consecutivas para transformar esa bronca en motivación. Y cuando parecía que el equipo podía hundirse, se reflotó. ¿Cómo? Gallardo empezó a potenciar la confianza de niveles individuales que estaban en caída; se aferró a la seguridad de los referentes Franco Armani, Milton Casco y Enzo Pérez; se apoyó en las divisiones inferiores otorgándole confianza plena a jóvenes como Felipe Peña, Enzo Fernández, Santiago Simón y Benjamín Rolheiser; le encontró el lugar en el campo a Agustín Palavecino; pateó el tablero para cambiar el esquema, dejar el 4-3-3 o la línea de tres centrales y encontrar otras respuestas con los hoy habituales 4-1-3-2, 4-3-2-1 y 4-2-3-1; y, por sobre todas las cosas, contó con la explosión de un joven de la casa que fue moldeado a fuego lento por el DT: Julián Álvarez, autor de 15 goles y cinco asistencias en los últimos once partidos. Goleador de la Liga, máximo exponente del equipo y figura absoluta en cada encuentro para no extrañar a Suárez, al margen por la operación debido a la sinovitis de su rodilla.
Esquivando obstáculos y sufriendo por demás, River se recompuso para ser campeón. Alcanzó los 17 partidos invicto en la Liga y festejó en el Monumental sin contar por lesiones o suspensiones con pilares del equipo como Casco, Angileri, Enzo Pérez, Zuculini, De La Cruz y Suárez, pero con el poder de fuego de un plantel obstinado en salir campeón con extremos muy marcados: los experimentados que tiran del carro y son el ejemplo y los jóvenes que empujan con su talento, ganas y energía. Mientras tanto, el capitán del barco sigue siendo el mismo: con Gallardo todo parece más fácil.