Carlos Peña y el Chile que viene: “El orden tantas veces ridiculizado en el debate, estará de vuelta”

Columnista de El Mercurio, rector de la UDP, autor de Pensar el malestar (Taurus, 2020) y La política de la identidad (Taurus, 2021), dos ensayos en los que indaga en los desafíos del Chile contemporáneo, aborda el país que encuentra Gabriel Boric y las herramientas del gobierno entrante para solucionarlos.

-¿Cuál es la característica más palpable de lo que ocurrirá este 11 de marzo?

-El rasgo más notorio es el cambio generacional. No se trata que un hombre viejo entregue el mando del estado a una persona joven. Es más que eso. Se trata de que aquellos que pasan a conducir el estado, comenzando por el presidente, poseen un horizonte vital radicalmente distinto a aquellos que lo abandonan. El modo de concebir el tiempo y la historia y el lugar que en ella le cabe a la voluntad es quizá el aspecto más notorio de esto que yo llamaría el nuevo horizonte vital. Mientras los más viejos piensan que el pasado es el suelo donde pueden hincar los talones para dar el primer paso, los más jóvenes creen, y ya veremos si el tiempo les da la razón, que el suelo es un obstáculo y que lo mejor, por decirlo así, es saltar.

Desde luego esa sensibilidad puede ser corregida y es probable que así ocurra sobre todo si, como el presidente Boric lo mostró en la segunda vuelta, existe capacidad reflexiva, la capacidad de tomar distancia de los propios entusiasmos y mirar el rostro casi siempre feo de la realidad.

-¿Y cuáles son los rasgos de ese rostro?

-Bueno, los más obvios son suficientemente conocidos y de largo plazo. Basta enumerarlos para advertir la magnitud del desafío.

Hasta antes de octubre o incluso después de él, pudo creerse que el desafío consistía en corregir lo que entonces se pensó (a veces contra la evidencia) era una gigantesca y abismal desigualdad. Chile, se pensó por momentos, había alcanzado una modernización ante todo mezquina y era hora de distribuir mejor sus frutos. Hoy el problema es cómo sostener el proceso modernizador en los aspectos más benignos que posee: el crecimiento, el mercado del trabajo, la expansión del consumo. Y para ello no basta el fervor por la justicia. La entrada de Mario Marcel al Ministerio de Hacienda es un signo de que los aspectos técnicos de la vida en común que estaban a la base de la modernización siguen siendo importantes. El problema para Boric será, en este aspecto, el de conciliar un discurso que pretendía correr –a punta de voluntad- el muro donde termina lo posible, con este otro aspecto de la política que consiste en reconocer donde principia ese muro que en vez de depender de la voluntad suele imponerse a ella. Hasta hace poco se pensaba que el problema de Chile era la gratuidad universitaria impedida, se insinuaba, por la cicatería de la banca y el afán de lucro; pero mientras se insistía en eso crecía el déficit de vivienda en Chile que hoy salta a la vista. No hay mejor ejemplo de cómo los viejos problemas reaparecen. Ese es un primer aspecto.

-¿Y el segundo?

-Otro aspecto fundamental es cultural. Boric y el gobierno que conduce tendrá que lidiar con las expectativas y demandas de su propia generación (y que él mismo se ha encargado de estimular). Lo que mostró octubre es que a la base del malestar hay una cuestión cultural, relativa a un profundo proceso de individuación que estimuló en las nuevas generaciones la subjetividad y la búsqueda de formas o estilos de vida diferenciadores, idiosincrásicos. Hay, por usar una frase que se empleó en la literatura sociológica de los ochenta, una lucha por definir “la gramática de las formas de vida”. Este proceso -que se manifiesta en cuestiones tan diversas como el feminismo, el veganismo, el animalismo, etcétera- desata expectativas que alimentarán demandas frente al gobierno que no podrán ser satisfechas, como hasta ahora, solo con declaraciones y gestos simbólicos.

Pero no acaba allí. Se encuentra todavía la situación internacional de Chile. Hay que decidir si Chile se acerca a la región de América Latina o si mantiene su vocación por llamarla así globalizadora. Es probable que el latino americanismo esté de vuelta. El problema es que él no es sólo una definición geopolítica, sino también ideológica.

-Sobre la manera de enfocar el orden público se ha generado un amplio debate al interior del próximo gobierno

-Y quizá uno de los principales problemas que habrá que afrontar sea el del orden público. Chile viene de un lapso de dos años en que se ha deteriorado la legitimidad de la fuerza pública y en que nuevas formas de conducta desviada han surgido, tanto como consecuencia de la estructura social, como resultado de la inmigración que, como es inevitable, arrastra también consigo -junto al trabajo y, el esfuerzo y la imaginación que le harán bien a la sociedad chilena- estilos y nuevas formas de convivencia y a veces de criminalidad que es necesario controlar. El orden tantas veces ridiculizado en el debate, estará de vuelta.

En fin, se encuentra la cuestión constitucional. El diagnóstico del presidente ha sido que la actual constitución impide una política transformadora. La mala noticia es que la nueva constitución si se aprueba, lo que es probable, no bastará: hay un complejo entramado legal que es indispensable para que las reglas constitucionales sean, por decirlo así, operativas. Si el diagnóstico del presidente es correcto, la política transformadora no será posible. Y si en cambio esta última resulta, el diagnóstico (según el cual el problema era la constitución) se mostrará erróneo.

-¿Respecto del tema indígena, qué deben hacer las próximas autoridades?

-Bueno, desde luego, esa es una de las principales. Se arrastra desde fines de la dictadura. Durante el XIX se intentó asimilar a los pueblos originarios, en el XX se les olvidó puesto que la preocupación estuvo puesta en el proletariado o el campesinado. Aylwin puso en la agenda el desafío del reconocimiento; pero desgraciadamente los gobiernos que siguieron no fueron capaces. El presidente Lagos recibió el Informe sobre verdad histórica y nuevo trato (de una Comisión presidida por P. Aylwin de la que yo mismo formé parte) donde se sugerían medidas de justicia política, acciones de la memoria y de reparación para esos pueblos, pero el informe quedó por allí en un cajón. Nada se hizo. Este problema como se ve -¡este sí!- es fruto de treinta años de olvido. El resultado de ese olvido está a la vista: la radicalización. Lo que hay que hacer allí ahora es lograr que esos pueblos formen una voluntad colectiva que se integre a la comunidad política, única forma de aislar a los violentos. En ese sentido la ministra del Interior tiene razón cuando afirma que hay que buscar caminos políticos con cierta urgencia.

-Y sobre la política propiamente tal ¿Cuál es su perspectiva?

-En ese ámbito deberá enfrentar severos peligros y resistir tentaciones. La principal de todas es la de reemplazar los partidos por los movimientos sociales: sería un error que le costaría caro a la democracia. Los movimientos y la espontaneidad de la vida social acaban siempre sacrificando a las instituciones, instalando la participación por fuera de ellas. El segundo es creer (como creyó Piñera) que su triunfo es una adhesión ideológica de la mayoría a su punto de vista. No es así. Cuando triunfó Boric triunfó una sensibilidad, no una ideología.

-¿Logrará el gobierno hacer las transformaciones anunciadas?

-Es de esperar que sí; aunque lo más probable es que sean menos profundas y menos radicales de lo que se anunció o se hizo creer. Y ello no por falta de voluntad, sino porque no es fácil desmontar una trayectoria de tres décadas y una cultura que, mal que pese, ha permeado a todos los sectores sociales. Existen amplios grupos medios que esperan compartir el riesgo de la enfermedad y la vejez; pero que no quieren renunciar a su autonomía, a la posibilidad de consumir y de elegir en cuestiones tan relevantes como la educación. Tampoco lo quieren los jóvenes que han experimentado un profundo proceso de individuación que es el que explica, como decía más arriba, la búsqueda de identidad en todas las esferas de la existencia en que están empeñados. Se que este punto de vista es rechazado por las nuevas generaciones (o por parte importante de ellas) pero se trata de una dimensión cultural del Chile contemporáneo de la que ellos mismos participan y que no será fácil modificar.

Por Alfonso Peró

Ex Ante

Síguenos en facebook

Comparte

Facebook
Twitter
WhatsApp
error: Contenido protegido!!!