Sin ir más lejos, la semana pasada la publicación Newsweek publicó un extenso reportaje en el que, según fuentes de inteligencia, Putin tendría un cáncer avanzado por el que ha sido sometido a tratamiento. Y no sólo estaría bajo la amenaza de un mal físico, pues en dicho artículo también se menciona que ha habido un complot para asesinarlo.
Lo cierto es que de un tiempo a esta parte han aparecido fotografías del mandatario ruso con el rostro hinchado y hay vídeos en los que parece algo trémulo. Se sabe que desde que estalló la pandemia Putin ha tomado precauciones extremas, con intervalos en los que ha desaparecido y se han disparado las especulaciones.
Tampoco han ayudado a sofocar los rumores las reuniones que ha mantenido con líderes internacionales en medio de la cruenta invasión que ha lanzado en Ucrania. En los encuentros se ha mantenido en el extremo de una kilométrica mesa para mantener distancias con cualquiera que no sea de su absoluta confianza.
Putin sigue el patrón de los gobernantes autoritarios o abiertamente déspotas que pretenden aferrarse al poder a toda costa: los rodea la falta de transparencia de quienes no se sienten obligados a darle explicaciones a nadie.
Es posible que tenga un sinfín de achaques y alguno podría ser considerable, pero el hombre fuerte de Rusia lleva años proyectando una imagen de macho alfa cuya fortaleza física parece simbolizar un carácter inexpugnable que ningún enemigo puede vencer.
Ahora, con una guerra innecesaria que con el paso de los meses ya es una sangría humana y a un alto costo económico que afecta a la nación invasora, Putin necesita mostrarse firme en su objetivo de doblegar a Ucrania y a su presidente, Volodomir Zelenski. Pero de ser ciertas las informaciones sobre su mal estado de salud, estaríamos ante un tipo malherido que toma decisiones bajo el signo de quien no contempla en el horizonte vital un largo recorrido.
Se dice que cuando las personas se enfrentan a la muerte pueden sufrir epifanías que las conducen a dar giros inesperados para dejar una huella positiva. Pero no es menos cierto que la reacción contraria también es posible, sobre todo en individuos narcisistas que, ante su propio fin, no les importa llevarse todo por delante.
Con o sin enfermedad, un personaje tan siniestro como Putin, que carga con su pasado en la KGB y que se desempeña en el poder como un emperador corrupto y vengativo frente a sus adversarios, no es de fiar en momento alguno. Incluso toda la especulación en torno a su salud puede ser más un objeto de distracción que nos aleja de meollo de lo que está en juego: el futuro de una Ucrania que está siendo destruida con saña, y de la mano va el de Europa bajo las intimidaciones desde el Kremlin como un lobo que enseña las garras de un eventual enfrentamiento nuclear.
No es la primera vez que circulan toda clase de rumores sobre un dirigente con un perfil como el de Putin. De los dictadores, cuyas vidas son opacas, se propagan muchas historias (algunas las diseminan sus círculos de poder) que acaban por tener algo de verdad y también de mentiras.
Del sátrapa norcoreano periódicamente se habla de que podría estar enfermo. En Cuba de vez en cuando se dice que Raúl Castro está a punto de morir. La enfermedad y agonía de Hugo Chávez estuvieron rodeadas de un gran hermetismo. Es el relato habitual de quienes en vida no se ciñen a las reglas del Estado de derecho. En la hora de su muerte tampoco lo hacen.
¿Está Vladimir Putin gravemente enfermo? El parte médico que podría despejar las hipótesis y dudas no está disponible. Al menos por ahora. Pero no hay duda de que el gobernante ruso sí padece la enfermedad del abuso de poder. Todas sus acciones confirman el diagnóstico y la prognosis no es buena.
Por Gina Montaner en Twitter: @ginamontaner.
Fuente: EL NUEVO HERALD