Vinos Fajardo, una tradición copiapina que perdura en el tiempo

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Mucho se ha escrito a nivel regional e incluso nacional sobre las bondades de la Viña Fajardo de Copiapó, tanto por sus plantaciones de parronales como por su inigualable vino añejo, pero aún así, siempre habrá algo nuevo que acotar sobre este maravilloso vergel que aún subsiste en el pueblo San Fernando, donde el cemento cada día le gana espacio vertiginosamente a las parcelas y plantaciones agrícolas que antaño dieron fama a este pueblo como productor agrícola.

La historia comenzó cuando don Celestino Fajardo Troncoso y Milena Casas Godoy se unieron en matrimonio al comenzar la década de los sesenta del siglo pasado. Ellos empezaron su emprendimiento agrícola con una plantación de 800 matas de duraznos que las tuvieron por cerca de 8 años, pero, lamentablemente, una peste afectó la plantación, lo que llevó a don Celestino a tomar la decisión de cortarlas de raíz y cambiarlas por parras.

Mientras tanto, comenzó a crecer la familia, con seis hijas que hicieron la felicidad del matrimonio. Nina Patricia, Chely, Lili, Dolly, Mabel y Karin, de las cuales Chely y Mabel ya partieron de este mundo.

“El desafío que nos heredó nuestro padre fue producir buenos vinos, cuidar la calidad del producto y, por sobre todo, brindar una atención esmerada a los clientes todos los días del año”, acotó Nina Patricia, la mayor de las seis hermanas.

La Viña Fajardo consta de 8 hectáreas y se ubica en el Callejón El Inca 775 (frente al Líder hacia el cerro), con atención todos los días en horario continuado de 10:00 a 19:00 horas.

Cabe acotar que, al margen de los viñedos, este predio también cuenta con diversos árboles frutales. Lamentablemente, con el aluvión del 2015 se perdieron plantaciones enteras de damascos imperiales, nogales y paltos que murieron, no así las parras que lograron subsistir. “Lograron llegar vivas hasta octubre de ese año, cuando recién pudimos regarlas, por la sencilla razón que todas las acequias estaban tapadas, llenas de barro”, acota Nina.

Sobre los inicios de esta viña como productora del rico mosto copiapino, Nina Patricia reconoce lo siguiente: “Según lo que nos contaba nuestro padre, la primera cosecha fue cualquier cosa, menos vino. Con el paso del tiempo fue aprendiendo y perfeccionando la técnica, además que en este sector había muy buenos viñateros que eran bastante unidos y solidarios y se ayudaban mutuamente. Así fue aprendiendo y perfeccionando en la producción del buen vino”.

En este parronal se encuentran distintas cepas de uva, entre estas, moscatel de Austria, moscatel de Alejandría, uva Italia, uva País y uva San Francisco, con las cuales producen vino blanco, vino tinto, vino añejo, chicha y vinagre.

“Septiembre es para nosotros el mes peack de ventas. Recién ahora está mejorando un poco la cosa, porque durante los meses anteriores las ventas estuvieron muy malas. Los principales compradores son los clientes habituales, quienes llegan gracias a la publicidad boca a boca, porque nunca hemos pagado una difusión”, destaca la hija mayor de don Celestino.

Con orgullo, la primogénita de las hijas Fajardo destaca que el vino añejo que produce su familia ha recorrido el mundo entero. Así, por ejemplo, lo han llevado a Nueva Zelanda, Estados Unidos, México, Australia, Africa, Europa y Latinoamérica. “Es un vino que la gente lo ha ido conociendo por recomendación oral”:

La tarea de producir este exquisito elixir es una persona que ya forma parte de la casa, pues lleva trabajando más de 35 años con la familia Fajardo, aplicando las técnicas que siempre empleó el precursor, bajo la supervisión de una de las hermanas Fajardo que es ingeniera agrónoma.

“Desgraciadamente, somos los únicos productores de vino que vamos quedando en la región. Acá, en el pueblo San Fernando hay otro señor que también produce vino, pero en muy pequeña cantidad, mientras que en la provincia del Huasco solo producen pajarete”, hace notar nuestra entrevistada.

Afortunadamente, las nuevas generaciones -en este caso los nietos- mantienen vivo el interés por continuar con la tradición que heredaron de sus abuelos, se preocupan y les interesa el tema, pero cada uno tiene su profesión e inquietudes propias de la vida. “Mientras tanto, aquí vamos a estar nosotras, las hijas, hasta que tengamos vida, las fuerzas necesarias y, sobre todo, agua para regar, porque sin agua no somos nada”, sentenció Patricia.

A propósito, cabe señalar que este predio solo recibe el vital elemento solo una vez a la semana, con cuyo suministro no alcanzan a regar todas las plantaciones, razón por la cual el riego deben hacerlo parceladamente: una semana riegan un sector, al siguiente el otro. Así van rotando.

“Lo que nosotros vendemos es más que vino, nosotros vendemos tradición, una tradición que heredamos de nuestro padre y que ya tiene 60 años de probada calidad”, concluyó Nina Patricia.

 

 

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