Sergio Salazar Henríquez
Académico Kinesiología
Universidad Andrés Bello
¿Cuál es la función principal del cerebro? Pensar, sentir, recordar. Respuestas válidas, pero incompletas. La evolución sugiere otra: el cerebro existe para generar movimiento. En la conmemoración del Día de la Actividad Física, reflexionemos sobre algo que puede parecer muy elemental, pero que tiene un impacto profundo en nuestra vida diaria: nuestra capacidad de movernos. Aunque solemos asociar la actividad física con un ejercicio planificado o un deporte, el movimiento va mucho más allá de esto. Es, de hecho, la esencia misma de lo que somos como seres humanos y la forma en que nos conectamos con el mundo que nos rodea.
Desde el mismo momento en que nacemos, la vida comienza con el movimiento: primero, movimientos involuntarios que mantienen nuestras funciones vitales, como el latido del corazón o la respiración. Con el tiempo, esos movimientos simples se transforman en acciones más complejas, como levantar un brazo, caminar, escribir o incluso bailar. Estos gestos, aunque a menudo los realizamos de manera automática, son el resultado de un sistema que ha evolucionado para integrar de manera precisa y eficiente los estímulos sensoriales que percibimos con nuestras respuestas motrices.
Al reflexionar sobre el origen de nuestra capacidad para movernos, es fascinante pensar que, a lo largo de la evolución, el cerebro humano ha perfeccionado este proceso. El movimiento no solo se originó para asegurar nuestra supervivencia, como cuando nuestros ancestros necesitaban huir de un depredador o buscar alimentos, sino que se convirtió en la clave para la interacción y la adaptación con el entorno. Hoy, más que nunca, el movimiento sigue siendo fundamental no solo para mantenernos con vida, sino para contribuir a nuestra salud física y mental.
En la actualidad, a medida que la tecnología y los avances en el mundo nos han facilitado muchas tareas, la actividad física sigue siendo crucial para nuestra salud. Si bien no tenemos que cazar o correr para sobrevivir, nuestro cerebro sigue procesando cada acción motriz con la misma complejidad que cuando nuestros ancestros dependían de estos movimientos para sobrevivir. Si te levantas de una silla, caminas por la calle o simplemente tomas un teléfono móvil, tu cerebro está realizando cálculos y ajustando tus movimientos de manera increíblemente precisa.
El movimiento, más allá de su importancia en la supervivencia, tiene efectos profundos en nuestro bienestar. La actividad física regular no solo mejora nuestra salud cardiovascular, sino que también fortalece nuestros huesos, aumenta nuestra flexibilidad y mejora nuestra memoria. Sin embargo, los beneficios no terminan ahí. El movimiento también es clave para la liberación de endorfinas, las conocidas hormonas de la felicidad, que nos hacen sentir mejor con nosotros mismos.
Además, tiene un valor social incalculable. Cuando bailamos, jugamos o simplemente caminamos con otros, el acto de movernos se convierte en una herramienta para la conexión emocional que fortalece nuestros lazos sociales y promueve un sentimiento de comunidad. Los gestos, las caricias, la comunicación verbal y no verbal: todo está mediado por el movimiento.
Por tanto, no es solo una función neuromecánica, sino una fuente continua de salud y un medio para interactuar con los demás. La actividad física diaria, aunque a veces sea vista como una obligación, es, en su núcleo, un acto de vida. Nos permite experimentar el mundo de manera más rica y profunda. Al reflexionar sobre la Actividad Física, debemos recordar que cada movimiento, desde los más pequeños hasta los más complejos, es una manifestación de lo que somos como seres humanos: seres en constante interacción con nuestro entorno, buscando siempre adaptarnos, aprender y conectar.