Por mucho tiempo, una cruda imagen marcó la visión de toda una generación en torno a las consecuencias de la guerra en el mundo. Lo que para algunos se trataba de un acierto fotográfico, para muchos otros se trataba del reflejo de la tragedia.
La conocida fotografía de la niña del napalm, una imagen frágil y llena de pánico de alguien huyendo del horror de la guerra en Vietnam, se transformaba desde su publicación en algo más que una fotografía. Más bien, un ícono. Nadie podría discutir que esta pieza rápidamente cruzaría todas las fronteras del periodismo para instalarse en el inconsciente colectivo como una denuncia visual contra la guerra y la pobreza humana.
Esta fotografía que habría sido tomada por Nick Ut y posteriormente galardonada con el Pulitzer en 1973, hoy está en duda. Y esto porque el certamen World Press Photo informó recientemente que decidió suspender la autoría de la icónica fotografía. La medida se adoptó tras la aparición de un documental que puso en entredicho la verdadera identidad del autor.
Con lo anterior, se afecta no solo una narrativa, sino también nuestra forma de entender la verdad visual. Desde la perspectiva de la publicidad y la misma creatividad, esta polémica se vuelve aún más sensible en estos tiempos. Porque si bien el escenario creativo y la industria de las comunicaciones de forma histórica se ha alimentado del relato, las emociones y por supuesto el impacto visual, ciertamente deben ser cimentados a partir del principio ético más fundamental: la autenticidad.
Así entonces, cuando una imagen de impacto a nivel mundial se convierte en una bandera que representa ideales profundos y que mueven masas, como ocurrió con la niña del napalm, trasciende también quien la ha presentado al mundo. Pero si posteriormente esa autoría se ve manipulada o usurpada, es el relato original quien corre el riesgo perder todo valor.
Entonces nos preguntamos si en verdad importa de dónde viene la foto, si lo que representa se encumbra en la conversación de todos. Pues claro que importa.
Porque detrás de cada pieza creativa hay una intención y así como una campaña publicitaria que oculta sus verdaderos intereses o manipula sus datos pierde credibilidad, pues también una fotografía que plantea una verdad histórica sin fundamentos se vuelve peligrosa.
La suspensión de la autoría por parte del World Press Photo no es solo un escándalo para el periodismo sino además un recordatorio para el mundo creativo y publicitario de que el poder de la imagen conlleva una responsabilidad que no debemos apartar jamás. En una era donde las fake news y la inteligencia artificial cuestionan la realidad misma, esta controversia nos exige volver a preguntarnos: ¿qué es verdad?
La creatividad no se trata solo de ingenio, sino además como ese ingenio debe abrazar la ética. Y si aspiramos a generar impacto, ya sea vendiendo una idea, una marca o una causa, es importante también sostener ese impacto sobre la base de la verdad.
Hoy, más que nunca, necesitamos creatividad con conciencia. Porque provocar emoción sin verdad, puede verse más bien como manipulación. Y para eso, no hay retoque o edición que pueda justificarlo.
