Para quienes creemos que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, la percepción que tiene la ciudadanía de ésta y el sistema político, según los datos de un reciente estudio de la UAI y Feedback, resultan alarmantes.
En lo grueso, la mayoría de la población piensa que lo que se vive en Chile es una democracia con serios problemas o, de frentón, no es una democracia. Sólo un 7% cree que en Chile vivimos una democracia plena y menos de la mitad (46%) considera que es preferible a cualquier otra forma de gobierno. Como si ello fuera poco, sólo el 5% en el país se declara muy satisfecho con su funcionamiento.
Esta disconformidad con la democracia no es tan distinta a la que otros estudios han mostrado respecto de los ya famosos últimos 30 años. Aquella narrativa de “no son 30 pesos, son 30 años” también ha contribuido a instalar la idea que la democracia post pinochetista no ha sido suficientemente capaz de resolver los problemas cotidianos de las personas y de mejorar la calidad de vida de la población.
Escarbando en el estudio UAI – Feedback para intentar poner algo de luz en el fondo del problema, aparece un dato revelador: el 70% de la población está de acuerdo con que “nuestras autoridades electas (en democracia) sólo están preocupadas de defender los intereses de la clase política, los ricos y los poderosos”. En corto, la mayor parte de la ciudadanía siente que nuestra democracia está más al servicio de los elegidos que de los electores.
Es en ese contexto, y mirado desde la confianza pública en el sistema político, que el episodio protagonizado por el ex Canciller Allamand sí es relevante y sí es grave. Más allá de los alcances jurídicos del caso, es evidente que, al no haber explicitado su postulación como un tema público de relevancia nacional, ni comunicado las acciones que encabezaría el mismo y la cancillería para conseguir el cargo, vulneró la confianza pública. De lo contrario, no se explica la renuncia. Quien nada hace de espaldas a la gente, nada teme de ella.
Para más abundancia, a los ojos de un ciudadano de a pie, el episodio no se acota al ex canciller. La endogamia de la clase política, aquello que refleja el estudio de que “las autoridades electas sólo están preocupadas de defender los intereses de la clase política” quedó, una vez más, al descubierto con la defensa corporativa que hicieran insignes representantes de la democracia de los últimos 30 años sobre la conducta de Allamand. Mientras el ex canciller y actual senador José Miguel Insulza se declaró sorprendido y culpó al clima político por las críticas a Allamand, argumentando que en su caso renunció dos días antes de asumir en la OEA, el senador Pizarro -el mismo que se fue al mundial de rugby cuando su región había sido asolada por un terremoto- se molestó con las críticas a Allamand señalando que éstas sólo se fundaban en mañosas razones políticas.
Probablemente, en la subjetividad de estos tres representantes de la democracia de los últimos 30 años no hubo ni mala intención ni fraude a la fe pública en este episodio. No obstante, volviendo a la preocupación por el imaginario que la ciudadanía tiene de la democracia, ¿con qué se queda el simple ciudadano tras las defensas cerradas de algunos de sus pares a Allamand? Lo más probable es que haya quedado aún más convencido con aquello de “nuestras autoridades electas sólo están preocupadas de defender los intereses de la clase política, los ricos y los poderosos
En síntesis, un episodio que ilustra la manera como en los últimos 30 años se ha ido ampliando la brecha entre la ciudadanía, la política y la democracia.