Sus imágenes conmueven: yacarés refugiados en una pequeña laguna, mientras alrededor las llamas lo consumieron todo; un mono que mira con temor el avance del fuego, y una curiyú (serpiente gigante) que escapa cómo puede de los incendios. Esas son solo algunas de las dramáticas escenas que el fotógrafo de naturaleza Emilio White retrató cuando se enteró de la tragedia ecológica que sufre la región de los Esteros del Iberá, en Corrientes, un gigantesco macroecosistema de unos 12.000 kilómetros cuadrados que alberga humedales únicos por su altísimo grado de biodiversidad. “Quise ir a contar la historia de la fauna, y me encontré con un panorama desgarrador, mucho peor de lo que imaginaba. Pensé que iba a encontrar todo ya quemado, pero me sorprendí al ver que el fuego seguía activo, había olor a humo todo el día, todo el tiempo, en todos lados”, relató sobre su incursión en la reserva Don Luis, al norte del Parque Nacional Esteros del Iberá.
Corrientes atraviesa una crisis de quemas histórica, que por su amplitud territorial y por la velocidad con la que avanza el fuego, es inédita para muchos especialistas. “Se acaban de quemar 1000 hectáreas de monte, en el departamento Ituzaingó, el más importante que teníamos en los Esteros. Era muy difícil que se incendiara por su humedad, pero ya no queda nada”, se lamenta Sofía Heinonen, bióloga y directora ejecutiva de Rewilding Argentina, la fundación que tiene como objetivo reintroducir en la naturaleza especies en extinción. Según el reporte diario del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, las zonas de la provincia más gravemente afectadas son: Santo Tomé, Gobernador Virasoro, Paraje Galarza, Santa Rosa y Mariano I. Loza, Santa Lucía y Bella Vista. Se calcula que se quemaron cerca de 600.000 hectáreas.
Heinonen explica que la fundación pudo salvar a los animales que estaban a punto de ser reintroducidos, antes de que fueran afectados por el fuego. “Los que más sufrieron fueron los carpinchos y los yacarés, que tienden a refugiarse en el agua, pero como está todo tan seco y no hay cañadas, no tuvieron forma de escapar”, explica.
Preocupación
White describe la desesperación que sienten los animales en medio de las llamas: “Pasaban quices corriendo por todos lados, escapando del fuego. Había monos refugiados en los únicos espacios no quemados, y la gente les llevaba agua”.
En la zona, el clima es también un enemigo. De hecho, cuando asciende la temperatura al mediodía, todo el humo y las cenizas se transforman en trombas: espirales de polvo que aparecen en el horizonte y se extienden hasta las nubes. “Es un escenario dantesco, un infierno”, dice el fotógrafo.
Para los especialistas, los incendios se originaron por la costumbre local de hacer quemas cuando los espacios están secos, ya que naturalmente se apagan y luego crece la vegetación nuevamente, que sirve de alimento para el ganado. El problema es que debido a la sequía, los fuegos no se apagan y se expanden de manera incontrolable. “El fuego viene de las ciudades, de los bordes del parque. Tenemos que repensar cómo Corrientes va a manejar el uso de la tierra. Tenemos que tener mejores sistemas de prevención del fuego, equiparse”, explica Heinonen.
La situación es preocupante no solo por la magnitud de los focos, sino porque no hay pronóstico de lluvias lo suficientemente fuertes para apaciguarlos. “Los fuegos van a seguir por mucho más tiempo, y no vamos a saber la magnitud del impacto ambiental hasta que cesen”, afirmó Emilio Spataro, licenciado en Gestión Ambiental y miembro de la Red Nacional de Humedales (Renahu). El mayor temor de los ambientalistas son las áreas que no se encuentran bajo la protección del Parque Nacional, ya que si los productores agropecuarios hacen usos diferentes de esas tierras (para ganado, por ejemplo), no se regenerarán de la misma manera, y la pérdida de diversidad será mayor. “Hay que dejar descansar las zonas quemadas, hay que generar clausuras para que se regenere lo que había antes”, explica.