EL LÍDER RUSO PARECE CONSUMIDO POR LA FURIA REVANCHISTA Y CONVENCIDO DE LA EXISTENCIA DE UN IMPLACABLE COMPLOT OCCIDENTAL CONTRA MOSCÚ.
PARÍS — El presidente Vladimir V. Putin ha ordenado la entrada de tropas rusas en Ucrania, pero ha dejado claro que su verdadero objetivo va más allá de su vecino, y que se trata del “imperio de la mentira” de Estados Unidos. El mandatario ruso amenazó con “consecuencias que nunca han enfrentado en su historia” para “cualquiera que intente interferir con nosotros”.
El jueves, en otro discurso laberíntico, lleno de enconados reclamos históricos y acusaciones de un implacable complot de Occidente contra su país, Putin recordó al mundo que Rusia “sigue siendo uno de los estados nucleares más poderosos” con “cierta ventaja en varias armas de última generación”.
En efecto, el discurso de Putin, destinado a justificar la invasión, pareció acercarse más a la amenaza de guerra nuclear que cualquier otra declaración de un gran líder mundial en las últimas décadas. Su propósito inmediato era obvio: desviar cualquier posible movimiento militar de Occidente, dejando claro que no dudaría en escalar.
Dado el arsenal nuclear de Rusia, dijo, “no debe haber duda de que cualquier agresor potencial se enfrentará a la derrota y a las consecuencias ominosas si ataca directamente a nuestro país”. Y añadió: “Se han tomado todas las decisiones necesarias al respecto”.
La entrada de Putin en Ucrania y su amenaza nuclear apenas velada han hecho añicos las nociones de seguridad de Europa y la presunción de paz con la que el continente ha vivido durante varias generaciones. El proyecto europeo de posguerra, que tanta estabilidad y prosperidad produjo, ha entrado en una nueva etapa incierta y de confrontación.
En el período previo a la invasión de Ucrania por parte de Putin, una fila de líderes occidentales peregrinó a Moscú para intentar persuadir a Putin de que no lo hiciera. Los estadounidenses ofrecieron esencialmente volver al control de armas; el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se mostró dispuesto a buscar una nueva arquitectura de seguridad si Putin no estaba contento con la existente.
La confianza sincera, tal vez ingenua, de Macron y del canciller Olaf Scholz de Alemania en la posibilidad de hacer entrar en razón a Putin deja entrever el abismo que hay entre los mundos que habitan. El líder ruso no está interesado en aplicar un bisturí fino al orden de seguridad de Europa, sino un cuchillo sin filo para tallar, como en la Guerra Fría, lo que es mío y lo que es tuyo.
Europa ha redescubierto su vulnerabilidad. Macron dijo el jueves que Putin había “decidido provocar la más grave violación a la paz y la estabilidad en nuestra Europa desde hace décadas”. De los ucranianos, dijo: “Su libertad es nuestra libertad”.
Pero ningún país europeo, ni tampoco Estados Unidos, se jugará la vida por esa libertad. La cuestión, entonces, es cómo pueden poner un límite a Putin.
Seguidilla de provocaciones
Después de su corta guerra en Georgia en 2008, su anexión de Crimea en 2014, su orquestación en 2014 del conflicto militar en el este de Ucrania que creó dos regiones separatistas, y su intervención militar en Siria en 2015, Putin ha llegado claramente a la conclusión de que la disposición de Rusia a utilizar sus fuerzas armadas para avanzar en sus objetivos estratégicos no tendrá respuesta por parte de Estados Unidos o sus aliados europeos.
“Rusia quiere inseguridad en Europa porque la fuerza es su as bajo la manga”, dijo Michel Duclos, quien fue embajador francés. “Nunca han querido un nuevo orden de seguridad, sean cuales sean las ilusiones europeas. Putin decidió hace tiempo que la confrontación con Occidente era su mejor opción”.
Stephen Walt, profesor de relaciones internacionales en la Escuela Kennedy de Harvard, dijo que hablar de conflicto nuclear era “preocupante”. “Pero me resulta difícil creer que cualquier líder mundial, incluido Putin, contemple seriamente el uso de armas nucleares en cualquiera de los escenarios que tenemos aquí, por la sencilla razón de que entienden las consecuencias”, dijo.
Sin embargo, la historia ha demostrado que las guerras europeas en las que participa una gran potencia mundial pueden salirse de control. Una guerra prolongada en Ucrania podría llegar a afectar a Polonia, Hungría o Eslovaquia.
Amenaza al resto de Europa
Europa Central y los países Bálticos, que son efectivamente la primera línea de la OTAN contra Rusia, vivirán con una sensación de amenaza creíble durante algún tiempo.
Un escenario ominoso —remoto, pero menos que antes de la invasión— es que Putin, que ha exigido que la OTAN se retire de los países anteriormente controlados por la Unión Soviética a su postura anterior a la ampliación de 1997, acabe dirigiendo su atención a Lituania, Estonia y Letonia, los pequeños Estados bálticos que ahora forman la primera línea de los países de la OTAN.
Duclos sugirió que el objetivo de Putin puede ser instalar un gobierno ruso títere en Kiev y que, si lo consigue, “querrá lo mismo en los Estados bálticos”.
Los tres países, subyugados en el imperio soviético tras la Segunda Guerra Mundial, entraron en la OTAN en 2004. El presidente Joe Biden ha prometido que Estados Unidos y sus aliados “defenderán cada centímetro del territorio de la OTAN”, lo que significa que incluso un ataque ruso a la pequeña Estonia podría desencadenar una conflagración.
Inmediatamente después de la invasión rusa, los tres países bálticos y Polonia pusieron en marcha el artículo 4 del tratado fundacional de la alianza, que permite a los miembros celebrar consultas cuando sientan amenazada su integridad territorial. Por ello, la OTAN se reunió de urgencia.
Los temores de estos países fueron una clara señal de cómo la invasión rusa ha trastornado la seguridad europea y los supuestos europeos de un modo que parece seguro que será duradero.
Pero Walt señaló que si, en Ucrania, “Rusia se preocupa más que nadie y tiene más medios para afectar al resultado a corto plazo”, esa ecuación empieza a cambiar en caso de que Putin llegue más lejos. En ese momento, “la resolución y las capacidades empiezan a cambiar a nuestro favor”.Añadió que “mis posibilidades de morir en una guerra nuclear siguen pareciendo infinitesimales, aunque sean mayores que ayer”.
Furia revanchista
Los Estados europeos, en particular Francia, consideraron en general demasiado alarmista la convicción estadounidense de que una invasión rusa era casi inevitable, pero estas diferencias se disimularon en aras de la diplomacia.
Al final, los esfuerzos diplomáticos en los que creían los europeos estaban condenados al fracaso porque un Putin cada vez más aislado se ha puesto a trabajar con furia revanchista. Parece que se percibe enfrentándose solo a Estados Unidos y lo que él describe como “nacionalistas de extrema derecha y neonazis” que “los principales países de la OTAN están apoyando” en Ucrania.
La creciente ira de Putin durante las dos últimas décadas se ha centrado en la humillación que percibe de Occidente hacia Rusia tras la disolución de la Unión Soviética hace 31 años y en la posterior expansión de la OTAN hacia el este para salvaguardar a países como Polonia, que sufrieron durante la Guerra Fría la dominación totalitaria de Moscú.
Pero es evidente que el líder ruso ha convertido su indignación en una apasionada visión del mundo de la iniquidad estadounidense. Queda por ver lo que esto significará en términos militares en los próximos años.
“Casi en todas partes, en muchas regiones del mundo donde Estados Unidos llevó su ley y su orden, esto creó heridas sangrientas que no cicatrizan y la maldición del terrorismo internacional y el extremismo”, dijo Putin. La conducta de Estados Unidos en todo el mundo fue un “comportamiento de estafador”.
«Imperio de la mentira»
Continuó: “Por lo tanto, se puede decir con razón y confianza que todo el llamado bloque occidental formado por Estados Unidos a su imagen y semejanza es, en su totalidad, el mismísimo ‘imperio de la mentira’”.
Putin parecía ignorar que la coreografía de la invasión rusa ha sido un extraordinario, aunque previsible, doble discurso.
Ha incluido acusaciones infundadas de “humillación y genocidio” perpetrados por el “régimen de Kiev”; el reconocimiento ruso de la independencia de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk para que estas “repúblicas populares” pudieran pedir “ayuda a Rusia”; y la afirmación de que, por lo tanto, Rusia estaba en su derecho, según la Carta de las Naciones Unidas, al responder a una petición de ayuda enviando tropas “para desmilitarizar y desnazificar Ucrania”.
Al final, Putin parece no haber dudado en ordenar a Rusia que entre en Ucrania. Acusó a las autoridades de Kiev —todos usurpadores neonazis, en su opinión— de aspirar a “adquirir armas nucleares” para un inevitable “enfrentamiento” con Rusia.
Parecía haber olvidado que Ucrania tuvo una vez un vasto arsenal nuclear antes de renunciar a él en 1994 en virtud de un acuerdo conocido como el Memorando de Budapest. Rusia fue uno de los países que firmó el acuerdo, prometiendo a cambio que nunca utilizaría la fuerza o las amenazas contra Ucrania y que respetaría su soberanía y las fronteras existentes.
Y de qué sirvió.
Por Roger Cohen
The New York Times Company