Por Arturo Volantines
En 1908, se publicó el Parnaso Coquimbano —que aún nos sorprende de forma y fondo—: Literatura Coquimbana; Estudios Bibliográficos y Críticos sobre los literatos que ha producido la Provincia de Coquimbo, por L. Carlos Soto Ayala, obra ilustrada con los retratos de los principales escritores de esta provincia. Este texto sorprendente, que está dedicado a Pedro Pablo Figueroa, se proponía incluir a 31 autores e “ilustrada” —como dice el anuncio en el texto— con los retratos de los principales escritores de la provincia. Infelizmente, sólo se publicó esta primera parte, hasta la página 156, y con únicamente 15 autores. Soto Ayala pide, que se debe ensamblar esa parte con la otra, donde también deben insertar los retratos.
Una década después, en la Selva Lírica (1917), se da cuenta que aún no ha sido publicada la segunda parte, y al revisar las copias que hemos encontrado, incluidas las tres de la Biblioteca Nacional, creemos que el autor, definitivamente, no publicó esa segunda parte, dejando este libro, absolutamente memorable, en irreparable falta. En la misma Selva Lírica, al poeta y abogado, L. Soto Ayala (La Serena, 1886 — Santiago, 21 de noviembre de 1955), se le trata de poeta menor. Soto Ayala pagó un precio altísimo, ya que su obra fue poco considerada. Los colegas de entonces —que son también los de ahora—, no permitieron reconocer tan magnífico aporte. Solo ha sido mencionado en relación a Gabriela Mistral.
Esta obra, que es clave para la literatura chilena, nortina y, particularmente, para la provincia de Coquimbo, consideraba a los siguientes escritores: Juan Nicolás Álvarez, Hortensia Bustamante de B., Clodomiro Concha, Manuel Concha, Ricardo Dávila Boza, Juvenal Díaz Araya, José Ignacio Escobar, Lucila Godoy Alcayaga, Ricardo Gibbs, Pablo Garriga, Manuel Antonio Guerra, Joaquín González González, Federico González G., Francisco Machuca, Saturnino Mery, Alamiro Miranda, Carlos Mondaca, Policarpo Munizaga, Mariano Navarrete, Osvaldo Palominos, Néstor Rojas Villalobos, David Rojas González, Francisco Sainz de la Peña, Víctor Domingo Silva, Narciso Tondreau , Francisco A. Subercaseaux, Sinforoso Ugarte Alcayaga, Adolfo Valderrama, José María Varas Blanche, Julio Vicuña Cifuentes y Benjamín Vicuña Solar. Sin embargo, solo aparecen quince de estos, siguiendo un orden alfabético; pero, tampoco, aparecen: Ricardo Gibbs y Joaquín González.
Casi siempre, cuando se abre un libro, se puede entrar: a un jardín, a una plaza, a una ciudad. Hay libros que mantienen sus misterios; otros, son como una carretera infinita. Hay algunos que al abrirlos se nos acelera el corazón. Hay libros, de los siglos anteriores, que suelen tener olor y rastros de lectores. Muchas veces he sentido una fuerte vibración, especialmente con aquellas primeras ediciones de mis poetas favoritos. Cuando abrí la hermosa primera edición de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo, entre muchos otros, sentí que estaba asistiendo a un hecho místico. Pero, en varios casos de escritores del Norte, he creído que hablo con los autores y, aún más, si los conocí en vida. Ha sido como la continuación de un café o de una tertulia de largo aliento. Entre los libros más emocionante, que me ha tocado abrir, está este; porque me encontré con muchos autores que no había leído y otros que sabía que eran tan contundentes. Sobre todo, la sapiencia de Soto Ayala respecto a incluir a esa muchacha llamada Lucila Godoy. Por eso mismo, fue legendaria su devoción y su heroico amor al territorio poético de Coquimbo.
Esta Literatura coquimbana es un milagro; un lagar. Podríamos asistir, como a muchas antologías, a un cementerio. Pero, no. Esta es una obra mágica. Se puede dialogar —en este libro— con los textos, con los autores o verlos a ellos vivísimos: hablando de la gran literatura de Coquimbo construida con un nosotros y no con un narcisismo de estos tiempos pandémicos. Allí andan cada uno de ellos y sus legados. Cómo no ver a Manuel Concha. Cómo no ver a Pablo Garriga, a Manuel Antonio Guerra, a Saturnino Mery; a Francisco Machuca, profesor del Liceo de La Serena y capitán del Batallón Coquimbo; a mi muy admirado Policarpo Munizaga Varela, autor del Canto a las glorias de Cerro Grande; a el notable primer periodista chileno y héroe del Sitio de La Serena, Juan Nicolás Álvarez; a Hortensia Bustamante, hija el organizador de los inmortales Cazadores de Coquimbo, que decidieron la batalla de Maipú. Y, en esta arboleda, cómo no ver a Lucila Godoy, que indudablemente —y seguramente ni el mismo L. Carlos Soto Ayala se podría haber imaginado— llegaría tan lejos: llevando consigo para siempre este Parnaso a las constelaciones. Esto mismo, vuelve a esta obra canónica no solo de Coquimbo sino de América. Y sumamente icónica; ya que cada antología que se publica —por tantos buenos y malos motivos—, se anhela que ella contenga una “pepita de oro”, como la que contiene milagrosamente esta: un baile de poesía, tal ronda de luces en el cielo.