- “No pueden entrar. No pueden salir”, dijo Amireh. “Si alguno de sus hijos tiene algún tipo de problema… y tiene que ir a un hospital en Egipto o incluso ir a Cisjordania, es casi imposible”.
- ¿Quién sigue vivo? ¿Han perecido sus cónyuges o hijos? ¿Dónde se esconde la gente de los continuos bombardeos? ¿Hay agua? ¿hay comida? ¿Electricidad?
- El martes, un ataque aéreo israelí alcanzó el hospital Al Ahli de Gaza, matando a más de 500 personas, según informó el Ministerio de Salud a Associated Press.
Cuando Anas Amireh llega al trabajo, sintoniza inmediatamente las noticias para enterarse de los últimos acontecimientos en el Medio Oriente.
Al cabo de una o dos horas lo deja. Las escenas de Gaza lo deprimen.
Pero este hombre del área de Fort Lauderdale no puede distanciarse de las noticias durante mucho tiempo porque a lo largo del día recibe mensajes de sus familiares en Gaza y Cisjordania.
“Cuando recibimos cualquier tipo de noticia, empezamos a compartirla de inmediato porque todos están preocupados”, dijo.
Mientras el mundo se centra en los ataques de Hamas y la toma de rehenes en Israel, las familias en Gaza, que ya sufrían, lo hacen aún más, dicen sus parientes en el sur de la Florida. Hora tras hora, los familiares en los territorios palestinos comparten reportes sobre el incierto destino de sus seres queridos, vecinos y amigos.
Amireh no ha visto a sus tíos y primos desde su último viaje a Gaza, años antes del bloqueo impuesto por Israel y Egipto, que limita la circulación de personas y mercancías desde 2005. Pero la familia de Amireh sigue conectada a través de WhatsApp, donde las actualizaciones solo llegan cuando alguien tiene la suerte de tener suficiente batería en el teléfono.
“Solo esperamos y confiamos en Dios”, dijo Amireh, de 51 años.
Los continuos bombardeos de Israel sobre Gaza, en respuesta al letal ataque del grupo militante palestino Hamas contra Israel, han reducido muchas viviendas a montones de escombros. Ellos, junto con sus vecinos, huyen a zonas que no han sido bombardeadas.
Al menos 2,700 palestinos han muerto en Gaza desde que empezaron las represalias de Israel, según Associated Press. Más de 1,400 israelíes murieron en el ataque de Hamas del 7 de octubre.
“Es solo cuestión de tiempo”, dijo Amireh. “O la gente va a seguir muriendo o van a … hacer que la gente negocie y detenerlo unos meses más”.
Muchos de los familiares de Amireh que viven en Gaza eran refugiados de zonas cercanas que fueron expulsados tras las guerras de 1948 y 1967. En la actualidad, forman parte de los 2.2 millones de palestinos —la mitad de ellos niños— atrapados en lo que Amireh y grupos defensores de los derechos humanos consideran la mayor prisión al aire libre del mundo.
La Franja de Gaza, que tiene aproximadamente el doble de tamaño de Washington DC, está gobernada por Hamas desde que el grupo terrorista ganó unas elecciones en 2006. Pero la zona no es totalmente autónoma. No hay aeropuertos activos porque Israel controla el espacio aéreo. Los palestinos deben obtener permisos, que a menudo les niegan, para viajar al extranjero o a otras partes de los territorios palestinos.
Para Amireh, sin embargo, el derramamiento de sangre y el sufrimiento de Gaza no empezaron la semana pasada. Han formado parte de la experiencia palestina durante más de 75 años, en Gaza pero también en Cisjordania, donde ahora vive la mayor parte de su familia.
Dice que sus parientes en Cisjordania pueden recibir agua solo una o dos veces por semana. En Gaza, pueden tardar más. Las necesidades básicas, como la electricidad, son mucho más limitadas en Gaza. Tras el ataque de Hamas, Israel cortó el agua, el combustible y la electricidad, lo que por extensión afectó a las plantas de agua y alcantarillado, suscitando preocupación por la salud pública.
Las autoridades estadounidenses están intentando convencer a Israel de que permita la entrega de ayuda a los civiles, grupos humanitarios y hospitales de Gaza.
No es inusual, dijo Amireh, escuchar historias de palestinos asesinados por las fuerzas o los colonos israelíes. Según datos de Naciones Unidas desde 2008 hasta septiembre de 2023, antes del ataque de Hamas y las represalias de Israel, han muerto más de 6,000 civiles palestinos , la gran mayoría en la Franja de Gaza. Más de 300 civiles israelíes murieron durante ese tiempo.
“Los que están pagando y han estado pagando el precio son los civiles palestinos”, dijo.
Muchas de las malas condiciones en las que viven los palestinos, dijo Amireh, están directamente relacionadas conque las potencias mundiales no responsabilizan a Israel, a diferencia de lo que ocurre con Rusia, condenada al ostracismo por su violencia contra Ucrania. Se cree que Shireen Abu Akleh, veterana reportera palestinoamericana de Al Jazeera, fue ultimada por un soldado israelí en 2022. Rachel Corrie, estadounidense de 23 años, murió aplastada por una excavadora israelí en 2003 mientras protestaba por la demolición de la casa de una familia palestina.
“¿Se imagina entonces lo que les están haciendo a los palestinos?”, dijo Amireh.
Y está a punto de empeorar mucho más, dijo Amireh.
“Ahora [Israel] recibe luz verde, un pase libre para seguir adelante y bombardear todo lo que quiera, destruir y matar”, dijo. “Todos tienen derecho a enfadarse cuando matan a sus civiles. Pero la respuesta no es matar a otros civiles”.
Mientras los ataques aéreos azotan Gaza, Cisjordania, que está ocupada por Israel, ha comenzado a ser testigo de oleadas de violencia, dijo Ovieda, habitante de West Broward que pidió no ser identificada plenamente porque le preocupa su seguridad y la de su familia. Aunque es de Cisjordania, también tiene familiares en Gaza.
Oveida dijo que el esposo de una de sus primas lleva 18 años atrapado en Gaza. La pareja y sus hijos vivían en la Franja de Gaza cuando la prima de Oveida hizo un viaje para visitar a su familia en Cisjordania.
No ha podido reunirse con su esposo. Oveida dice que ella ni siquiera sabe si su esposo –y sus suegros– han sobrevivido a los bombardeos israelíes.
Los familiares de Oveida en Cisjordania comparten la preocupación por el aumento de las tensiones tras el ataque de Hamas. Al menos 50 palestinos han muerto en Cisjordania desde que comenzó la guerra en Gaza.
Una de las primas de Oveida, que está embarazada, vio cómo un colono israelí mataba a tiros a su hijo de cinco años. Su prima se dirigía a una cita con el médico para una revisión rutinaria.
“Estos incidentes ocurren a diario, pero no se denuncian porque son muchos”, dijo. “Pero, por desgracia, se convierte en el día a día de los palestinos”.
Oveida dijo que su familia, y muchas otras, se han refugiado en casa por miedo. La vida en Cisjordania está paralizada. La gente no sale de sus casas a menos que tengan que ir corriendo a un hospital o se queden sin comida.
Sus familiares, dice, se preocupan constantemente por si sus cónyuges, hijos e hijas llegarán vivos a casa. La vida cotidiana de los palestinos va más allá del trastorno de estrés postraumático.
“Es un trauma constante”, dijo. “No hay descanso. No se tiene un respiro como palestino”.
Y así ha sido durante 75 años. Durante la Nakba, que significa catástrofe en árabe, los palestinos fueron desplazados y abandonaron sus hogares con la esperanza de regresar algún día. Pero eso, dijo Oveida, no ocurrió. Unos 700,000 palestinos fueron expulsados durante la Nakba.
La mayoría de los palestinos, dijo, aprendieron la lección de la Nakba y han decidido que no se irán, incluso en circunstancias extremas, porque terminarán como refugiados por el resto de sus vidas. Han aceptado que pueden morir, ya sea por un misil, por el derrumbe de su casa, por un infarto inducido por el estrés o inanición.
“La gente de Gaza no se va”, dijo. “Los habitantes de Cisjordania saben: ‘Muy bien, ahora nos toca a nosotros. Van a arrasar Gaza, y la comunidad internacional no va a intervenir’”.
Para Oveida, los palestinos anhelan vivir. Quieren criar a sus hijos y verlos crecer, no llorar su muerte antes incluso de que tengan la oportunidad de caminar.
“Los palestinos son una de las personas más amables y compasivas, más generosas, cariñosas y atentas que jamás conocerás”, dijo. “Pero se han criado en las condiciones más brutales y despiadadas, que convierten a cualquiera en una piedra”.
La mayoría de los palestinos de la diáspora comparten diferentes variaciones del mismo sueño, dijo Oveida mientras se le quebraba la voz.
Ojalá pudiera ver a mi abuela.
Ojalá pudiera visitar la tumba de mi tío.
Ojalá pudiera volver a casa.
Fuente: EL NUEVO HERALD