La segunda era de Trump, jóvenes, latinos, vanguardias y retaguardias

Mientras empiezo a escribir estas líneas, ya se ha confirmado el triunfo de Donald Trump, convirtiéndose en el presidente n°47 de los Estados Unidos. Claramente, la victoria del candidato republicano era considerada como una posibilidad cierta, pero la contundencia y la superioridad tanto en la cantidad de electores y en voto popular, han sido una sorpresa amarga y mezquina para un Partido Demócrata que, además, fue derrotado en todos los frentes: el Partido Republicano obtuvo la mayoría en el Senado, se está imponiendo en la Cámara de Representantes y se quedó con la mayoría de los Gobernadores. Una debacle para los sectores progresistas norteamericanos, para algunos bastiones de la izquierda americana y, además, para las izquierdas latinoamericanas. Porque, como ha sido la tónica desde el siglo XIX, América Latina suele mirar al norte, consciente de la importancia político cultural norteamericana, y a sabiendas de la obligada dependencia o estrecha relación económica con Estados Unidos. Lo que sucede en la vanguardia —allá— podría repetirse en la retaguardia —acá—.

Todo es muy reciente, pero, si uno revisa los principales periódicos norteamericanos, analistas, periodistas, politólogos y/o sociólogos han comenzado a esbozar explicaciones, sugerencias o iniciales reflexiones a la pregunta: ¿por qué Donald Trump ganó nuevamente la presidencia? Solo como ejemplo, el comité editorial del periódico The New York Times, de forma contundente, señala que “Estados Unidos tomó una decisión arriesgada. (…) lo que pone a la nación en un rumbo precario que nadie puede predecir del todo”. Destacados columnistas sostienen, con una mezcla de espanto y perplejidad, su desazón: “We can fight later. Now is the time to mourn” (Podemos luchar más tarde. Ahora es tiempo para llorar), de Michelle Goldberg; “It´s time to admit America has changed” (Es hora de admitir que América cambió), de Patrick Healy y David French, o “Voters to Elites: Do yo see me now?” (Votantes a las élites: ¿me ves ahora?), de David Brooks. The Washington Post, en el mismo sentir, destaca el ánimo democrático de Kamala Harris para aceptar la derrota y, “con dignidad y gracia”, conceder la victoria a Trump. En este sentido, es interesante detenerse en que todos coinciden en varios factores determinantes en la consolidación del triunfo republicano: la desconexión del Partido Demócrata y los sectores progresistas, que apoyaron primero a Biden y luego a Harris, con la realidad, con los sectores obreros y con los latinos, con los afroamericanos y con las clases medias desplazadas y, señalando con una pluma incisiva y crítica, añaden que los demócratas se acomodaron en una posición de élite. Porque, no es novedad que, mientras estuvieron en el poder, los sectores que apoyaron a Obama y luego a Biden fueron duramente criticados por ser parte de una élite económica, cultural y política. De ahí que los principales dardos del partido republicano y la derecha fue hacia la desconexión de las izquierdas con el norteamericano promedio. En cambio, la apelación republicana fue, constantemente, al votante “blanco enojado y de clase media”, es decir, a trabajadores en su mayoría no universitarios, con empleos de medio rango salarial y que aspiran a tener, al menos, el mismo nivel de vida que sus padres. Trump y sus partidarios constantemente se enfocaron en atacar, caricaturizar y distorsionar a los sectores de las izquierdas que, a ojos de ellos, se preocuparon por pontificar y aleccionar sobre temas que no relevantes, pues lo más importante —y ya lo sabe la derecha latinoamericana en campaña electoral— es la economía y la seguridad, en ese orden. Todo esto es conocido, pero lo que sorprende —tal vez cada vez menos— es que según los datos electorales, el votante joven (entre 20 y 25 años) y la mayoría de los latinos en estados claves, votaron por Trump.

¿Qué podría pasar en América Latina con el triunfo de Trump? Nunca es bueno hacer historia contrafactual, pero sí deberíamos mirar ciertas cuestiones. Volvamos al voto joven y latino que se inclinó por Trump. Según una encuesta realizada este año en España por el diario el País y la Cadena SER, uno de cada cuatro varones entre 18 y 26 años consideran que el autoritarismo puede ser “preferible al sistema democrático”. El Instituto de Políticas y Bienes Públicos del Ministerio de Ciencia e Innovación ibérico, además, señala que los jóvenes  de la generación “Z” tienen una fuerte tendencia a preferir el autoritarismo como forma de gobierno. En América Latina, según un informe de Latinobarómetro del año 2023, existiría una tendencia autoritaria entre los jóvenes latinoamericanos universitarios. Y en Chile, para ir con mayor especificidad, según un estudio de la Universidad Diego Portales y Feedback Research, los chilenos han perdido la fe en la democracia para enfrentar la delincuencia. En Estados Unidos, Donald Trump utilizó la imagen de un líder fuerte, autoritario y que podría solucionar problemas nacionales y globales de forma unilateral, sin los amarres, demoras y contrapesos de la democracia. “Arreglaré América”, repitió, como un mantra, en cada mitin en campaña. Es altamente probable que este patrón se repita en una Latinoamérica tambaleante y algo desorientada frente al problema de seguridad, el aumento del crimen organizado y el evidente estado de descomposición de las instituciones democráticas producto de la corrupción. He ahí un posible factor que agudizará la deriva autoritaria: el hombre fuerte que prometa sacarnos de la crisis. Algo de eso estamos viviendo con el incipiente autoritarismo de Bukele, la irrupción de Milei y la cada vez mayor oferta de candidatos con perfiles autoritarios y outsiders que critican, abierta y bulliciosamente, el sistema democrático.

Sobre el voto latino, los primeros análisis señalan que hay una cuestión más material y detectable: el inmigrante documentado y con residencia en Estados Unidos estaría de acuerdo con la deportación de los no regularizados. ¿Razones? Varias, pero dos se repiten y apelan a lo que el Partido Demócrata y los apoyos de Harris no parecieron entender: un gran sector de los inmigrantes latinos, no la totalidad, ven en peligro sus puestos de trabajo frente la mano de obra indocumentada —más barata y móvil—, por lo que estos supondrían un problema para las comunidades latinas que conviven y compiten con ellos. Como segundo punto, Trump ha hecho eco del problema de seguridad: los carteles de droga, las pandillas y la delincuencia se esconden detrás de los inmigrantes no regulares, lo que incomoda, asusta y estigmatiza a la comunidad latina en general. De ahí, puede ser, que estos sectores apoyen la deportación masiva y el endurecimiento de las fronteras que prometió Trump en campaña. ¿Qué podría implicar esto? Una serie de movimientos migratorios de retorno al sur y el desplazamiento de poblaciones en búsqueda de espacios y mercados de subsistencia. ¿Lo que sucede en la vanguardia podría repetirse en la retaguardia? Hay varias razones que deberíamos revisar y que parecen apuntar a eso. Por ahora, la noticia está en desarrollo.Dr. Fabián Andrés Pérez,

Académico Departamento de Humanidades,

UNAB, Viña del Mar.

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