DW (DZ/CP)
A solo 30 kilómetros de donde los líderes de la UE discuten sobre el futuro de Europa, los gitanos viven en barrios marginales, llenos de barro. La situación de los roma en Rumania es miserable.
Aunque desde Sibiu toma solo media hora llegar en auto hasta el pueblo de Altana, pareciera que uno hace un viaje en el tiempo. Un carro tirado por caballos espera en un cruce, una cigüeña se acomoda en su nido y las antiguas casas de estilo transilvano ofrecen al visitante un espectáculo llamativo. En las afueras, sin embargo, en un terreno fangoso, se encuentra el asentamiento gitano, un lugar que no tiene nada de pintoresco.
Los Prikop construyen una casa
Los caminos no están pavimentados y cuando llueve todo se convierte en un lodazal. Una niña se asoma, curiosa, de una choza. El progreso acá es mudarse de estas construcciones de madera y arcilla a una pequeña casa de ladrillos.
Precisamente así es el nuevo hogar de la familia Prikop. Está casi listo, solo falta algo de dinero para acabar el interior. Cosmin Prikop, su esposa y los seis hijos del matrimonio aún viven en una vieja choza de 4 por 4 metros que se calienta con una estufa de hierro. Allí también hay un mar de lodo, en el cual los niños juegan alegres. Miseria rural que no se esperaría encontrar en la Europa del siglo XXI.
Si bien Rumania tiene un plan de acción nacional para integrar a los gitanos, tal como exige la Unión Europea, lo cierto es que a Altana, como a otras muchas localidades del país, no ha llegado nada. Las ayudas en realidad vienen de una organización privada, la Kinderhilfe Siebenbürgen de la alemana Jenny Rasche, quien llegó acá hace 15 años y se quedó para tratar de cambiar en algo las cosas. Su organización financió la primera fase de la construcción de la casa de Cosmi, pero ahora hay que esperar hasta que se pueda recaudar más dinero.
Cosmin Prikop (gorra roja) y su familia frente a su choza.
Durante un tiempo el padre de familia tuvo un trabajo como obrero no calificado en el comercio de materiales de construcción. El problema es que, en el mejor de los casos, a los gitanos se les paga el salario mínimo, con el que ninguna familia puede vivir. Además, Cosmi necesitaba urgentemente construir una casa nueva. «Intenté con el banco, pero como mi salario era tan bajo, no me dieron nada”, cuenta el hombre. Hasta que el apoyo de Jenny trajo esperanza al asentamiento.
La pobreza como trampa
Esta alemana solidaria también tuvo que aprender a romper el ciclo. Ella había llegado con la ilusión de ayudar a los niños desamparados, pero ahora sabe que si quiere ayudar, debe comenzar con los padres y la familia, porque si los niños llegan embarrados a la escuela, son discriminados y no reciben apoyo. No van a aprender si están mal alimentados y además carecen de ropa, cuadernos y libros. Las donaciones han permitido cubrir esas carencias. Pero también se ha aplicado la táctica de ayudar a las familias a que se ayuden. Por ejemplo, los que buscan trabajo son recompensados con más comida.
Hasta ahora solo uno de cada cinco niños gitanos va a la escuela, pero el sueño de Jenny Rasche es que todos reciban educación, porque solo de esa manera podrán aspirar a un mejor futuro. Pero el camino es largo y complejo. Incluso para los niños que terminan la secundaria y encuentran un lugar para capacitarse siempre habrá complicaciones. Por ejemplo, el camino para salir de la pobreza puede cortarse si a la familia del estudiante le falta dinero para pagar el autobús.
La misión autoimpuesta de Rasche de sacar a los gitanos de la miseria parece enorme. Pero para ella cada nueva casa, cada niña que va a la escuela, es una victoria.
¿Y dónde está Europa?
Los gitanos son la minoría más numerosa de Europa, y cada estado miembro de la UE debe tener un plan de integración. Sin embargo, cada tanto Bruselas debe exigir que se haga más, porque sigue habiendo muchas irregularidades. El principal escollo es que los estados nacionales son responsables de implementar estos planes, por lo que Altana es un problema que debe resolver Bucarest, no Bruselas. Y en la capital rumana tienen otras prioridades.
Y cuando se busca ayuda, las autoridades prefieren mirar hacia un costado. Jenny Rasche ha intentado durante años trabajar codo a codo con la administración local, pero ésta, más que ayudarla, dificulta las cosas. Rasche no ha querido postular a los fondos de la UE, porque no se siente capaz de enfrentar la maraña de trámites burocráticos necesarios.
Dinero para integración
Si bien hay avances –por ejemplo, la Policía ya no puede tratar a los gitanos como antes, cuando desalojaba asentamientos completos, subía a las personas a buses y las abandonaba en sitios remotos–, también es cierto que un tercio de los rumanos vive en la pobreza, y de ellos los gitanos son los más pobres entre los pobres.
Diez mil millones de euros recibe Rumania cada año de los fondos europeos para el desarrollo regional. Allí también se incluyen los dineros para fomentar la integración de los gitanos. El problema sigue siendo la falta de control sobre el destino de esos fondos.
Para la cumbre de la UE Sibiu ha sido remozada, las fachadas arregladas y las calles ornadas con banderas de la Unión. Los jefes de Estado, como siempre, solo ven el lado bello del país anfitrión. ¿Qué espera Jenny Rasche de los que quieren discutir sobre la «Europa social”? «Deberían salir de sus salones y ver cómo es realmente la vida”, dice. Una visita a las chozas de Altana seguramente sería un shock para muchos.