El viernes, desde su casa en Alexandria, en el estado de Virginia pero a las afueras de la ciudad de Washington, Javier García supervisó la entrega de alimentos a 34.000 personas en Madrid, Cataluña, País Vasco, Andalucía, Galicia y Valencia. Hoy, domingo, serán, probablemente, 38.000 quienes reciban comida. Mañana, lunes, 40.000. Porque el número de españoles hambrientos a los que este onubense de 49 años facilita el acceso a los alimentos crece en unos 2.000 al día.
Ésos son los números del hambre que ha traído el coronavirus. Los números de nuestros vecinos que pasan hambre. Los números a los que, entre los positivos y los fallecidos, entre los de las fases de la desescalada y los datos de la hecatombe económica, no hemos tenido tiempo de prestar atención.
García trabaja contra esa catástrofe como director de la operación en España de la ONG World Central Kitchen (Cocina Central del Mundo), fundada por el cocinero de Mieres José Andrés y presidida por su socio en varias de sus aventuras empresariales, Rob Wilder. WCK – como se la conoce por sus iniciales – está especializada en ayuda humanitaria en desastres naturales. Unos desastres que, por definición, pasaban en países pobres. Nunca en España. Hasta que la Covid-19, como una plaga bíblica, primero trajo la enfermedad y la muerte. Y, después, la miseria y el hambre.
El miércoles, varios de los colaboradores de WCK en España estimaban que el número de personas que necesitan comida ha subido desde marzo entre un 25% y un 70%, dependiendo de las ciudades. «En Madrid, que es de donde tengo una estimación más fiable, yo diría que es un 40% más», explicaba García el viernes. Pero el problema va a más. «Los canales de distribución [fundamentalmente los comedores sociales] tienen a sus habituales. Ahora está llegando gente de fuera de ese grupo, y que no sabe cómo pedir ayudas, ni a dónde ir, así que la cantidad real puede ser bastante mayor».
Ver un día de trabajo de García, como hizo EL MUNDO el miércoles de esta semana con la condición de mantener anónimas las identidades de sus interlocutores, es como hacer un viaje por el mapa del hambre de España. Su jornada consiste en 50 o 60 llamadas de teléfono y teleconferencias y decenas de correos. Empieza a las seis y media de la mañana de Washington -las doce y media del mediodía de la Península – y concluye 19 o 20 horas más tarde. Habla con gente de todo tipo: alcaldes, cocineros, empresarios, concejales, consejeros autonómicos, directivos, actores, directores de cine, futbolistas, expertos en datos, miembros de fundaciones.
Es como asistir a la intendencia de un ejército en marcha. En España, WCK colabora con 14 cocinas. «En las más pequeñas trabajan 60 personas, si se suma a los cocineros, a los que empaquetan, y a los transportistas, que, además, no pueden estar juntas para evitar el contagio», explica García. En Washington hay 80 personas más -78 de ellas en régimen de teletrabajo para evitar el peligro de contagios- y 300 empleados eventuales.
García envía a cada cocina un email con las órdenes por la noche de Washington [madrugada de España]. Al día siguiente, se cocina siguiendo esas pautas. Al otro, esa comida se reparte. La escala de la operación es abrumadora. Hay que tener en cuenta que, debido a la pandemia, 34.000 comidas diariasnecesitan 34.000 cajas de plástico o de cartón desechables diarias. En los primeros momentos de la distribución de alimentos, WCK agotó las existencias de esos envases en España. Hubo que traerlos en contenedores desde Turquía.
A medida que el brote del Covid-19 va pasando, llega la pobreza. En una de las conversaciones con García con una concejalía de Asuntos Sociales sale una cifra: en la provincia, el número de personas que solicitan alimentos ha crecido en un 85% desde marzo. El mensaje al otro lado del teléfono llega con una voz que, acaso por cansancio o desesperanza, se antoja cargada de tristeza.
«El dato no puede ser definitivo, porque nos están llegando familias nuevas y no tenemos datos de ellas», dice la persona. «Además, las Administraciones no están trabajando todavía, así que es imposible saber bien qué pasa. Son gente que llega muy desorientada, porque nunca habían tenido que pedir comida, pero es que han agotado todos sus ahorros. No saben de las ayudas de las parroquias, ni de las ONG. Las ONG tardan dos o tres días en gestionar las nuevas peticiones, pero las Administraciones necesitamos 15 días», concluye.
En sus conversaciones, García emplea un tono cordial, pero va al grano. No eleva la voz, a pesar de la tendencia de algunas contrapartes a divagar, a lamentarse, o a criticar ayuntamientos que, dicen, «lo único que de verdad les importa es que no se vea a la gente en la calle pidiendo comida«, o a partidos políticos que «están usando el problema del hambre para pelearse en el ayuntamiento con sus socios de coalición».
El responsable de WCK en España es muy práctico. Así que, cuando oye el lamento de la concejalía de Asuntos Sociales, pregunta rápidamente: «¿Qué podemos hacer?». Pero la voz triste parece no haberle oído: «El Ayuntamiento no tiene comedores, solo están los comedores sociales de ONG y los estamos redirigiendo a ellos, pero muchos han tenido que cerrar porque los voluntarios son muy mayores y son población de riesgo del coronavirus. Tenemos a 120 familias van a tener que esperar dos o tres días, y solo les vamos a poder dar comida sin preparar».
Todos coinciden en que esto va a peor. «Ayer nos llegó a pedir ella comida una señora que daba comida a Cruz Roja y trabajaba como voluntaria. Ha quedado en el paro y tiene tres hijos». «Hoy entra una parroquia con 450 comidas diarias, y mañana otra con 198». «Aquí ya sabes que había subido mucho la hostelería, y que con ella había crecido también la economía sumergida, y ahora no queda nada. Y luego está lo que ahora se llama freelance, que no es más que el autónomo de toda la vida, que lleva dos meses sin cobrar». «El problema aquí son los inmigrantes, porque son, cómo te diré, como deben de ser los mexicanos en Estados Unidos. Les hacen contratos de 20 horas y trabajan 40, llevan dos meses de ERTE y no han visto un euro, y estamos tratando de colaborar con ellos a ver si nos cuentan qué necesidades tienen».
Así, gota a gota, frase a frase, se va llenando un océano de tragedias que añadir, como un dos por uno, a la matanza del coronavirus. El hambre golpea con ferocidad a los más débiles. Los datos de la ONG fundada por José Andrés revelan que en España, igual que en Estados Unidos, las zonas con menos renta por habitante son también las que más muertes han sufrido, y las que tienen más necesidad de alimentos.
Pero el ejército de WCK contra el hambre tiene que sortear una infinidad de problemas antes de entrar en combate con su enemigo. Las dificultades están emboscadas por toda la ruta de las ayudas. El miércoles a las 11 de la mañana una de las mayores cocinas que coopera con la organización avisa de que «estamos un poco nerviosos, porque se ha ido la luz y tenemos 6.500 comidas en las cámaras frigoríficas. Encima tengo 150 kilos de ragú a media cocción y si no lo arreglan no sé qué vamos a hacer. Las cámaras están cerradas, pero la temperatura sube un grado cada hora». .
«¿Se lo puede llevar alguien?», pregunta García. «Los chóferes se han ido ya», responden. «Vale, vamos a decirle a Ana que hable con otra empresa». Entonces, García lanza un mensaje de optimismo: «Los hoteles medicalizados [es decir, los que ocupa el personal sanitario] son cada vez menos. He localizado a los dos que más gente tienen y querría llevarles un camión con comida a cada uno con algo especial. Voy a hablar con Diego, Juan, y Pepa y nos ponemos a ello». «Vale, yo les cocino también algo de mi país, alguna receta de mi abuela».
WCK empezó a operar en España el 26 de marzo. El principal problema era obtener la comida, porque todos los restaurantes habían cerrado. Finalmente, WCK llegó a un acuerdo con Macro, un mayorista que provee de alimentos a restaurantes. Pero había más problemas. En todo Madrid solo funcionaba una imprenta para hacer etiquetas para las comidas, y, aun así, lo hacía con un nivel de actividad muy bajo. Había que fumigar las cocinas todas las noches, pero no había apenas empresas para ello.
Muchas de esas dificultades se han superado. Pero, al crecer el hambre, también lo han hecho las necesidades. Ahora, además, se trata de hacer una transición de la fase de ayuda de emergencia a otra, en la que los sistemas de apoyo institucionales deberían ir haciéndose cargo progresivamente de la situación.
Así es como WCK ha llegado a España, el país del que Andrés salió con 19 años, como marinero del Juan Sebastián Elcano, en 1988. Nadie podía pensar que aquel chaval de Mieres fuera a convertirse en tres décadas en el chef de las celebrities en Estados Unidos, ni menos aún en el primer cocinero nominado al Nobel de la Paz, precisamente por su trabajo con WCK. Ni, por supuesto, que un candidato a la presidencia hiciera lo que el demócrata Joe Biden el martes: prometerle públicamente un puesto de consejero -se rumorea que acaso responsable de seguridad alimentaria en el Consejo de Seguridad Nacional- si gana las elecciones.
Claro que en febrero nadie pensaba que la misma España que, según el Foro de Davos, es el país con la mejor sanidad del mundo, empatada con Singapur, Hong Kong y Japón, fuera a convertirse en el segundo país del mundo con más muertos por coronavirus en relación a su población, solo por detrás de Bélgica. En sus diez años de existencia, WCK ha operado en el terremoto de Haití de 2010, en el que murieron un cuarto millón de personas, en los huracanes en Texas y en Carolina del Sur, en el tsunami de Indonesia de 2018… En febrero, con el coronavirus, llegó a Yokohama, en Japón, a auxiliar al crucero Diamond Princess. Un mes más tarde, a San Francisco, para hacer lo mismo con el Gran Princess. Allí, sirviendo comida a la tripulación y a los pasajeros del barco, García contrajo el coronavirus. O eso supone, porque le perdieron los resultados del análisis.
Hoy, WCK ayuda a que cientos de miles de personas coman cada día en Estados Unidos. Y, también, a decenas de miles de españoles. Países ricos y pobres, amigos y enemigos, el coronavirus nos ha recordado que, al final, somos todos iguales, en la muerte y, ahora, también, en el hambre.
EL MUNDO
- Pablo Pardo
- Ángel Navarrete (Reportaje Gráfico)