Los teóricos de la conspiración le sitúan como el gran ingeniero social del ‘nuevo orden mundial’. 2020 le ha coronado como el gran villano.
Tiempo ha, para espantar a los niños se invocaba al Hombre del Saco. Pero hoy ese señor mitológico no asusta a nadie, a diferencia de George Soros, que es real y a sus 90 años ostenta la aureola de mayor felón del siglo XXI. La villanía especuladora de Soros ha dado pie a todo tipo de teorías enrevesadas -la lista de sus urdimbres atribuidas se haya en foros de internet y vídeos de YouTube- y funciona a la perfección, hasta el punto de que en esta piraña de la Bolsa, filántropo y «financiador del proyecto globalista», se concentran los miedos de una sociedad en transformación. La historia oficial de Soros cuenta que nació en Budapest en 1930, en una familia judía de clase media.
En 1944, los nazis ocuparon Hungría y la familia Soros se salvó del exterminio al falsificar su identidad: se hicieron pasar por cristianos practicantes y ayudaron a otros judíos a lograr salvoconductos, aunque la teoría de la conspiración sugiere que la clave de su seguridad residía en una colaboración con el Reich.
En 1947, tras la ocupación soviética, Soros se trasladó a Londres, donde estudió economía tras reunir el dinero trabajando de camarero y mozo de carga. Se trasladó a Nueva York en 1957 y ahí comenzó su fulgurante carrera como especulador financiero, trabajando primero para F.M. Mayer en la bolsa, y, a partir de 1973, fundando su propio fondo de inversión, Quantum. Había anticipado el futuro del dinero: la riqueza ya no se obtendría con la producción, sino apostando en el parqué, y Quantum se especializó en aprovechar las distorsiones y los fallos detectables del mercado financiero tras obtener información privilegiada o analizando tendencias. Así dio su golpe más memorable, en el miércoles negro del 16 de septiembre de 1992, al detectar una inflación del tipo de cambio de la libra esterlina. Su fortuna supera los 8.300 millones.
Desde entonces, a Soros se le identifica como un ogro que se alimenta del caviar bursátil del neoliberalismo. A medida que acumulaba dinero, también generaba aversión. Ahí se formó la teoría de la conspiración que le atribuye el manejo de la palanca en la construcción de un Nuevo Orden Mundial. La tendencia a identificarle como el rostro de la amenaza invisible se incrementó a partir de 1979, cuando puso en marcha la fundación Open Society y comenzó un programa de financiación de causas liberales como el libre comercio -incluido el de las drogas-, los derechos humanos y, en los últimos años, la defensa de minorías e identidades, que sus detractores señalan como ingeniería social.
JOVEN ESPOSA
En la superficie visible de su actividad, Soros es un tiburón financiero que modera sus escrúpulos -no siempre resulta cómodo ser tan rico- con filantropía. Su fomento del mercado global se apoya en la creencia de que es lo mejor para sus negocios.
Casado por tercera vez en 2013 con Tamiko Bolton, una empresaria farmacéutica 40 años más joven, Soros lleva años retirado de la gestión del fondo, aunque supervisa las actividades de Open Society. Tiene cinco hijos de sus dos matrimonios con Annaliese Witschak y Susan Weber. Son sus cachorros los que manejan realmente el cotarro, los que acarician el gato tras el escritorio.
Soros es lo que se conoce como una realidad daimónica, según Jung: la representación creíble de un miedo atávico instalado en la psicología colectiva, que en este caso sería el poder invisible que controla el mundo.
Soros, que suena a Sauron o a saurio -lo que llevaría a sospechar que es un líder reptiliano-, lo tiene todo para alimentar la sospecha: un pasado opaco, una riqueza inabordable, una agenda personal con enemigos y, por si fuera poco, un apellido palíndromo tan sonoro, tan de persona mala, que ya no suena a torero y parece inventado por Dan Brown. Y, qué demonios, seguro que no es trigo limpio. Algo trama.
Por Javier Blánquez
LA RAZÓN