«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser…». Todas esas rarezas presenció Roy Batty en el famoso monólogo de la película Blade Runner; pero lo que nunca vio el replicante fue un impuesto a los ricos del 91%.
Hubiera sido una buena respuesta del atónito Harrison Ford para contrarrestar tal alarde de eventos impensables.
Y es que esa tasa que existía en Estados Unidos en 1963 para gravar los ingresos que superaran los 400.000 dólares de la época, para el 1% más rico de la población, había caído más de 50 puntos porcentuales en 2019, año en que transcurre la obra de Ridley Scott.
Tal cifra suena hoy ya a verdadera ciencia ficción. Esos impuestos a los ricos se han perdido en el tiempo «como lágrimas en la lluvia».
La tendencia bajista comenzó unos años antes de la llegada al poder de Ronald Reagan (EE.UU.) y Margaret Thatcher (Reino Unido), pero fueron estos dos mitos del liberalismo político quienes apretaron la palanca de los descensos masivos de impuestos para lo más adinerados, con bajadas de más de 40 puntos en el impuesto sobre los ingresos de los más ricos durante sus respectivos mandatos.
No quedó en la historia como algo puntual, pues su liderazgo arrastró al resto de economías avanzadas a través de las décadas.
Bajar impuestos se convirtió en lo que hoy llamaríamos trending topic en las cancillerías del mundo y bajo gobiernos de todo color político. «Bajar impuestos es de izquierdas», dijo ufano el presidente socialdemócrata español José Luis Rodríguez Zapatero en 2003.
Fue la propia Dama de Hierro quien puso el lazo que define la época: «Mi mayor logro es que hemos obligado a nuestros oponentes a cambiar de opinión», reconoció en una gala de los tories (conservadores británicos) relatada por el exministro Conor Burns.
Una promesa teórica iluminó ese camino: si se bajaban impuestos a los ricos, se acabaría beneficiando también al resto de la población, porque ese dinero se invertiría, impulsando así la economía, los puestos de trabajo y los salarios.
Era la llamada teoría del goteo, que prometía revisitar con esa fórmula la parábola de la multiplicación de los panes y los peces.
El debate sobre gravar a los ricos ha vuelto a tomar fuerza con la crisis económica emanada de la covid-19.
En medio de la segunda gran recesión en una década, los gobiernos tratan de paliar sus efectos entre la población mientras buscan ingresos para sanear las maltrechas arcas públicas.
Así, 50 años después: ¿mereció la pena bajar los impuestos a los ricos?
Los economistas británicos David Hope y Julian Limberg han tratado de responder a esa pregunta en un reciente estudio para la London School of Economics (LSE).
Y Limberg da una primera pista sobre sus hallazgos: «Los gobiernos no deberían preocuparse por las consecuencias económicas de subir los impuestos a los ricos».
No mejoró el crecimiento económico
Para responder a la pregunta, los académicos entraron al laboratorio e introdujeron en sus probetas las reformas impositivas que habían realizado casi dos decenas de países entre 1965 y 2015.
El objetivo era valorar sus efectos en la economía y la sociedad.
En un tubo fue cayendo la evolución económica de los países (Francia, EEUU, Japón, Reino Unido, Alemania, etc.). En otro, los impuestos y exenciones: impuestos sobre la renta, los dividendos del capital, sobre herencias y propiedades…
Ahí aparecieron un compendio de cifras como la tasa máxima del impuesto sobrelos ingresos de los más ricos de EE. UU (del 91% al 37%), o la de Reino Unido (que desde cotas similares pasó a menos de un 50%) u otros países europeos y asiáticos con caídas de alrededor de 10 y 15 puntos, que serían incluso mayores de retroceder más en el tiempo hasta sus máximos históricos.
Y lo mismo sucedió con otros impuestos que suelen afectar sobre todo a los más afortunados, como los impuestos sobre las rentas del capital o sobre lo heredado(como muestra otro gráfico, más abajo en este texto).
Con todos esos datos listos, los investigadores agitaron la fórmula para comparar su trayectoria con países homologables que no habían acometido tales reformas impositivas y ver así cómo se habían comportado sus economías.
Y los efectos que detectaron fueron cercanos a cero. Es decir, las economías de los países que bajaban impuestos no habían generado un mayor crecimiento económico añadido ni habían creado más empleo.
«Nuestra investigación muestra que la argumentación económica para mantener bajos los impuestos a los ricos es débil», reflexiona Hope.
Una conclusión con la que concuerda Ignacio González, investigador y profesor de Economía de la American University: «La evidencia de que menores impuestos al capital estimulan la inversión es muy escasa».
«Lo que observamos, más bien, es que el periodo de reducción de impuestos ha sido también un periodo de estancamiento de la inversión», le explica a BBC Mundo desde Washington D.C (EE.UU).
«Esto puede ocurrir por diferentes razones. En primer lugar, si un inversor tiene un objetivo de beneficios que ha visto satisfecho precisamente gracias al hecho de que estos están poco gravados, ¿qué incentivo tiene para invertir más dinero? Es decir, puede que los economistas no hayan entendido el comportamiento de los inversores y que éste no se ajuste a lo que predice la teoría clásica», apunta.
«En segundo lugar, los economistas también han subestimado la cantidad de ingresos del capital que no son fruto de inversión productiva y arriesgada, sino que reflejan una simple extracción de rentas procedentes del resto de la economía y que, como tal, deben ser gravadas a unos tipos mucho más elevados.
«Por ejemplo, los beneficios que una empresa obtiene al ejercer su poder de monopolio, o las elevadas rentas de alquiler que obtienen el propietario de capital inmobiliario en el centro de una gran ciudad. Hay mucha evidencia de que este tipo de rentas han aumentado en las últimas décadas», argumenta el economista.
Parece que los dioses de la economía no respondieron con los dotes esperados al sacrificio ofrecido, según estos expertos.
Porque hubo un sacrificio, un precio a pagar: «Los grandes recortes de impuestos para los ricos, desde los años 80 sobre todo, han aumentado la desigualdad de ingresos, con todos los problemas que eso conlleva», sentencia Hope, coautor del estudio de LSE.
Fortunas que atraviesan siglos
Cualquiera que haya paseado por la ciudad italiana de Florencia habrá anhelado secretamente pasar el resto de su vida allí.
La Piazza del Duomo y la de la Signoria, el puente Vecchio y el David de Miguel Ángel, la cuna del Renacimiento… es difícil alejarse de semejante belleza.
Quizá por eso es un lugar magnífico para estudiar lo que dura la riqueza. Los apellidos que fueron ilustres alguna vez no se desvanecen fácilmente con el paso de los siglos.
Tampoco sus habitantes parecen querer marcharse de allí.
Unos investigadores del Banco de Italia siguieron esos apellidos que fueron ricos a través del tiempo y la historia.
Y encontraron que aquellos cuyos orígenes estaban vinculados con familias ricas en 1.427 habían heredado algo más que los apellidos: 600 años después el efecto no se había desvanecido y, de media, tenían unos ingresos un 5% más altos y un patrimonio un 10% superior que aquellos que descendían de familias pobres.
Una evidencia de que existe «un piso de cristal que protege a los descendientes de la clase alta de caer por la escalera económica», concluyeron los autores.
La riqueza parece, pues, un alquitrán dorado sumamente pegajoso. Una vez que eres rico, es difícil dejar de serlo.
Una tendencia que continúa hoy en día, como refleja una investigación del Instituto Peterson para la Economía Internacional, que rastreó la procedencia de las fortunas de los multimillonarios en más de 70 países.
El mito de la meritocracia moderna habla de emprendedores que se hicieron millonarios comenzando con una idea en un pequeño garaje o taller. Enseguida vienen a la cabeza casos paradigmáticos: Bill Gates (Windows), Steve Jobs (Apple), Amancio Ortega (Zara)… pero en muchos países buena parte de las fortunas no son tan románticas, de acuerdo al estudio.
Así, en grandes economías europeas como Alemania, España o Francia, el 65%, el 54% y el 51% de las fortunas multimillonarias provienen de herencias.
Porcentajes que suben en América Latina hasta el 80% en Argentina o casi un 67% en Chile o Venezuela y equiparable en Colombia (50%).
Y en otros países con porcentaje de herencias más bajas, como EE. UU (29%), Australia (27%) o Canadá (28%), los datos del instituto muestran una procedencia significativa de rentas del sector financiero: 27%, 31% y 25%, respectivamente.
No corregir estos desequilibrios en la circulación de riqueza a través de impuestos y otras medidas redistributivas tiene consecuencias económicas y sociales, según los expertos.
¿Un cambio de paradigma ante la desigualdad?
No solo es la covid-19. El mundo sufre en estos tiempos una epidemia de desigualdad que avanza imparable.
Entre 1980 y 20015, el 1% más rico del mundo recibió una proporción dos veces mayor del crecimiento económico que el 50% de la población con menores ingresos, según el Informe de desigualdad global del WID, coordinado por el economista francés Thomas Piketty, entre otros.
Y ampliando la lupa se ve cómo el 10% más adinerado acapara cada vez más riqueza del total dentro de cada país, cómo muestra el gráfico siguiente.
Esta situación, unida a la concatenación de crisis mundiales en los últimos años parece estar resquebrajando el consenso anterior en relación a los impuestos, la desigualdad y la pobreza.
«La mayoría de los estudiantes de economía han escuchado el argumento de que lo que importa es la pobreza, no la desigualdad. Esta era una visión normativa muy extendida en las facultades de economía, especialmente en la década de los 90 y 2000″, explica González, de la American University.
«Esta idea se basa en la concepción errónea de que las rentas de mercado son las que ‘nos merecemos’, lo que convertiría a los impuestos en sospechosos desde un punto de vista moral. La cuestión distributiva se convierte, por construcción, en un ‘problema menor’, y sólo habría que garantizar lo suficiente a los pobres».
Y advierte sobre algunas apelaciones a la meritocracia: «Esta visión tiene poco sentido por una razón muy obvia: las rentas del mercado están determinadas por una multitud de factores completamente exógenos al esfuerzo individual,incluyendo las políticas, como el propio sistema impositivo. Por lo tanto, más allá de la consideración moral sobre la distribución resultante, la base fáctica de ese tipo de argumentos es completamente falaz».
La ausencia de sistemas impositivos fuertes genera problemas sustanciales para combatir la pobreza.
Y un caso paradigmático es Latinoamérica.
«Unos sistemas tributarios inadecuados, así como la evasión y la elusión de impuestos, cuestan a América Latina miles de millones de dólares en ingresos tributarios perdidos, unas cantidades que podrían y deberían invertirse en luchar contra la pobreza y la desigualdad», advierte en sus informes la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
En la región, el 10% más rico posee el 71% de la riqueza y tributa sólo el 5,4% de su renta, según sus datos.
Es hora de dar un paso adelante en materia de impuestos, apunta González desde Washington, que no niega las dificultades de desandar el camino:
«La conclusión es que debemos perder el miedo a gravar el capital, porque a tipos impositivos razonables, no hay evidencia de que los impuestos tengan efectos negativos sobre el crecimiento. Y en cualquier caso, esto se puede paliar mejorando el diseño del esquema impositivo y aumentando la coordinación internacional».
Porque las consecuencias son incluso más profundas que las que afectan al propio funcionamiento del sistema económico, alertan cada vez más voces.
«Los paraísos fiscales y los abusos en relación con los impuestos […] están destruyendo el contrato social entre el gobierno y el ciudadano, al permitir que los que podrían aportar más a la sociedad no paguen los impuestos que les corresponden en justicia», advierte la Cepal.
Toda una señal de alarma ante los tiempos sociales y económicos convulsos que muestran estos días las noticias.
- Jesús Moreno
- BBC News Mundo