El 11 de agosto de 2020, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunciaba triunfante, en mitad de una pandemia que asolaba ya al mundo entero, que Rusia había desarrollado la primera vacuna contra el coronavirus: la Sputnik V.
Su nombre no era casual: Sputnik es una referencia al satélite que los soviéticos lanzaron al espacio en la Guerra Fría avergonzando a su rival estadounidense, mientras que la V apunta a la victoria. Rusia había conseguido adelantarse de nuevo a EE.UU. y presentar al mundo una vacuna antes que cualquier otro país occidental.
El Estado ruso lo vendió como una gran victoria para la ciencia, la innovación y la diplomacia rusas. Sin embargo, un año después, la opacidad en los datos sobre la propia vacuna, la desconfianza, la escasez de dosis, los problemas de suministro y la corrupción ponen en entredicho el éxito ruso, en mitad de una nueva ola de contagios que azota su territorio.
La población del país que vio nacer esta primera vacuna contra el SARS-CoV-2 está entre la más escéptica del mundo. Actualmente, solo el 19% de los rusos ha recibido la pauta completa contra la covid-19 y poco más del 7% tiene ya al menos una dosis, frente al objetivo de las autoridades de llegar al 60% de la población este verano.
A pesar de toda la propaganda –o precisamente por su exceso– una gran parte de los rusos no confía en la Sputnik V. Buena parte de ellos asumió que la autorización tenía más que ver con que Rusia lanzara una vacuna antes que Estados Unidos, que con cualquier otra cosa. De hecho, cuando Putin aseguró que se había verificado clínicamente su eficacia y seguridad, en realidad no habían comenzado los ensayos de fase III.
Así, un año después del lanzamiento de la inmunización “made in Russia”, el país sufre un fuerte aumento de los contagios acompañado de un elevado número de fallecimientos. Las estadísticas oficiales dicen que 164.000 rusos han muerto por COVID-19 pero, con un exceso de muertes de 531.000 desde que comenzó la pandemia, los expertos estiman que la cifra real de fallecimientos podría triplicar la oficial.
Falta de datos de la vacuna
La desconfianza entre la población empaña la propaganda de Putin pero no es el único factor que afecta a su flamante vacuna. La falta de datos clave en las agencias de vigilancia de medicamentos de medio mundo ha llevado al retraso en su aprobación, y tampoco ha sido aún validados por la OMS.
La Sputnik V se desarrolló con una velocidad excepcional en el Instituto de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya de Moscú y los datos publicados en la revista médica británica The Lancet indican que la vacuna es segura, aumenta las tasas de supervivencia de las personas infectadas y retrasa la transmisión de la enfermedad mortal.
Sin embargo, un grupo internacional de científicos ha cuestionado la inmunización rusa, en una carta abierta en la misma publicación, por la discrepancia de datos y la falta de transparencia.
Además, los rusos han incumplido varias veces los plazos para pasar información de la vacuna a la Agencia Europea del Medicamento e, incluso, países socios de Rusia, como Sudáfrica o Brasil han expresado dudas sobre su seguridad y eficacia.
Ante ello, los científicos rusos no aportan datos adicionales sino que denuncian el acaparamiento del mercado y la competencia desleal de las compañías farmacéuticas occidentales, a las que señalan como responsables de la menor penetración de la vacuna rusa en el mundo.
En cualquier caso, más de 70 países han autorizado el uso y distribución de la Sputnik V, entre ellos Argentina, Hungría, la India o México. En algunos casos, además, se han firmado acuerdos para llevar a cabo su producción en territorio doméstico.
Problemas de suministro internacional
El Gobierno de Putin ha sabido utilizar la Sputnik V como su mejor arma diplomática en mitad de una agresiva pandemia en la que los países occidentales han acaparado un gran número de dosis de las vacunas disponibles en el mercado.
Moscú ha renunciado a hacer contribuciones importantes al programa COVAX, una iniciativa de la OMS para suministrar vacunas a países más pobres y economías emergentes, ya sea a través de contribuciones financieras o de dosis en especie de Sputnik V. En cambio, se ha centrado en acuerdos comerciales bilaterales en varias partes del mundo.
El problema es que en varios casos, Rusia ha tenido problemas para cumplir esos acuerdos bilaterales.Según el think tank Carnegie Endowment for international Peace, en mayo de 2021 Rusia había producido solo 33 millones de dosis de los 800 millones que había prometido.
De este modo, Rusia ha dejado a países receptores dependientes de su vacuna sin dosis suficientes para vacunar a su población vulnerable en África y América Latina. En Argentina, por ejemplo, millones de personas han estado esperando durante más de tres meses su segunda dosis de Sputnik V debido a problemas de suministro; una crisis que provocó el envío de una carta del Gobierno argentino exigiendo las dosis ante la amenaza de cancelación del contrato.
Corrupción y mercado negro de certificados
Así, en medio del creciente escepticismo ante su vacuna, tanto interna como internacionalmente, Rusia ha respondido con varias medidas, entre las que destaca la obligatoriedad de inmunizarse para acceder a ciertos locales de ocio.
Sin embargo, lejos de impulsar la vacunación –como sí ha ocurrido en otros países– esta medida ha creado un próspero mercado negro de certificados de vacunación en territorio ruso. Incluso, se ha hecho viral en Tiktok una tendencia de ciudadanos rusos que evitan pincharse al recibir la inyección en una prótesis.
A nivel internacional, por otro lado, la venta de Sputnik V tampoco parece estar libre de la corrupción, dado que se han denunciado casos en los que las dosis se están vendiendo a mayor precio del anunciado inicialmente (menos de 10 dólares por dosis), con cancelación de contratos en países como Ghana o Kenia.
Los hechos y señales que se suceden desinflan así el triunfalismo de la propaganda de Putin y se multiplican dentro y fuera del país en esta nueva guerra fría.