A nadie vamos a negar que resultan preocupantes y escandalosas las imágenes de un solo fin de semana que conjuntó el espectáculo de luz y sonido en el Zócalo de la Ciudad de México sobre una réplica del Templo Mayor y el festival Baja Beachen Rosarito, Baja California.
Y así resultan porque el común entre esos eventos fueron masas de personas pegadas unas a otras como en muy remotos tiempos, en los años a.C., es decir, antes del Covid, con escenas que sirvieron más para que saltaran acusaciones y justificaciones en medio de una tercera ola pandémica que a juzgar por los hechos nos volvió inmunes, pero al asombro.
Sin embargo, ya va siendo hora de que aceptemos que la responsabilidad de cuidarnos es algo personal. Que de nada sirve la histeria al ver las imágenes de aglomeraciones gigantes en lugares públicos, toleradas e incluso auspiciadas por las autoridades, si a la primera oportunidad olvidamos nuestra propia seguridad usando de manera incorrecta un cubrebocas.
Atrás quedaron los tiempos en que se apelaba a la solidaridad, porque el sentido común era insuficiente, para contener una pandemia insólita para los tiempos modernos donde a los enfermos se les confinaba mientras los sanos inundaban las calles. Hoy es justo lo contrario. Existe más certeza de que afuera está el riesgo de contagio mientras encerrado se vive más seguro. Ironías de la vida, el espacio público es ahora prohibitivo para quien no se quiere arriesgar.
«Entre todos nos cuidamos», solíamos ver, leer, escuchar hace más de un año, ignorando que la naturaleza humana nos ha demostrado una y otra vez que egoísta es el otro nombre con el que se conoce a esta especie, a cuyos miembros la empatía les dura menos que una serie completa en servicio de video bajo demanda. Prevalece mientras la tragedia impacta, duele y conmueve. Pero no lo suficiente para conservarla meses. Porque a la vuelta de la esquina, lo que nos espera es nuestra realidad personal.
Mucho se habló en su momento de cómo no todos podían quedarse en casa y tomar el privilegio del confinamiento, por una paradoja de sobrevivir exponiendo la vida. No todos contaban con esa gracia de hacer su vida y trabajo a control remoto. De forma alevosa nos engañábamos bajo la creencia de que a resguardo el mundo podía girar, omitiendo que si continuaba era justo porque afuera había gente haciendo entregas, transportando gente, preparando alimentos, recogiendo la basura, siempre exponiéndose y muchas veces, por desgracia, sin evitar el virus.
Por eso ha llegado el momento de que aceptemos que enfrentarnos o no a la estupidez humana se ha vuelto algo personal. Podrán abrir cines, teatros, restaurantes, centros comerciales, parques de diversiones, mercados sobre ruedas, boutiques y hasta museos. Podrán incluso haber festejos de grandes magnitudes que emulen sacrificios humanos y la evidencia que resaltará por sobre todas las cosas será una sola: la mayoría de los que están ahí, está porque quiere.
Y lo anterior no es una expiación de culpas a quien debía, si no eliminar, sí minimizar en lo posible los riesgos de contagio. Ya vendrá alguien en 500 años a pedir perdón por lo que se hace hoy, jurando que algo así no se volverá a repetir. Pero hemos visto y comprobado que no hay restricción que valga. Si cierran toda actividad económica, hay quien buscará donde acudir a una fiesta clandestina, a dónde ir a meterse sin ventilación y junto a cientos de personas.
Es decir, a estas alturas, quien está en medio de una multitud sin una necesidad, por puro goce, deberá asumir que lo que venga fue su decisión y también que todos aquellos que no comulguen con su afán de salir por convivir están en su derecho de limitar cualquier tipo de contacto, por mera sobrevivencia.
También debemos aceptar que perdemos todo derecho de reclamo hacia el personal médico y los científicos que incansablemente han atendido y alertado a una sociedad distinguida por su necedad e ingratitud.
La estupidez humana es algo personal y como tal hay que dejar de esperar que alguien más nos va a cuidar.Si no lo hacen los que alguna vez consideramos cercanos, menos lo harán quienes ni nos conocen y nuestra histeria e indignación solo serán aprovechadas por los vivales de siempre en el campo político. Lo que viene, lo que ya está aquí en medio de todo este caos, es asumir que debemos tomar decisiones. De cómo queremos vivir en adelante. Y con quien queremos hacerlo.
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