Al menos tres personas mueren tiroteadas por los fundamentalistas en una concentración a favor de la bandera afgana en la ciudad de Jalalabad, una de las últimas en sucumbir al yugo integrista
Exactamente lo que han tardado en producirse las primeras protestas contra su regreso al poder veinte años después de ser derrocados por las fuerzas de la Alianza Atlántica. Al menos tres personas murieron este miércoles tras ser tiroteadas –y más de una decena resultaron heridas- en las calles de la ciudad de Jalalabad –en la provincia de Nangarhar, limítrofe con Pakistán-, una de las últimas de Afganistán en sucumbir al avance fundamentalista, en una nutrida concentración a favor de la bandera afgana.
Según los testigos del baño de sangre, los combatientes talibanes de la ciudad abrieron fuego contra un grupo de residentes que se atrevió a colocar la bandera tricolor afgana –sustituida a lo largo y ancho del país por el estandarte de los integristas; blanco con una expresión de lealtad la fe islámica inscrita en negro- en una plaza de Jalalabad.
A los desafiantes vecinos les acompañaba “una parte importante” de la población de la localidad oriental, según informaba un reportero de la cadena Al Yasira. “Había un grupo de personas interesadas en crearnos problemas. Gente que está aprovechándose de lo relajado de nuestras políticas”, aseguró a la agencia Reuters un mando de los talibanes en la ciudad, situada a apenas 150 kilómetros de Kabul.
Tampoco parece que haya durado demasiado la especial sensibilidad mostrada hacia la actividad de los medios de comunicación que, según palabras del portavoz talibán este martes, trabajarán «libres e independientes» en el nuevo califato. Los periodistas de los medios locales que trataron de tomar imágenes de las protestas en Jalalabad fueron víctimas de intimidación y violencia por parte de los propios combatientes talibanes, según recogía la agencia AP.
No fue Jalalabad el único lugar donde se produjeron marchas en favor de la enseña afgana –y, por ende, del Estado nacido en 2001 y desmoronado en cuestión de días-; también se registraron protestas similares en la ciudad de Khost, al sur del país, no lejos de la frontera con Pakistán.
Mientras tanto, a esa hora continuaban las repatriaciones de personal de las distintas embajadas desde Kabul. La Administración estadounidense aseveraba al cierre de esta edición haber evacuado a 3.200 personas, 1.100 de ellas solo este martes. Por el momento, el control del aeropuerto internacional de Kabul sigue en manos de soldados estadounidenses.
Turquía-que mantiene hasta 600 efectivos en la capital afgana- se ha postulado para seguir protegiendo las instalaciones una vez se consume la salida del último remanente de tropas estadounidenses y de la OTAN. Los talibanes no ocultan que quieren a todas las fuerzas de la Alianza Atlántica fuera del país cuanto antes. La comunidad internacional, como advertía ayer el embajador británico en Afganistán, tiene “días y no semanas” para completar las evacuaciones.
Los líderes talibanes negocian en Kabul
Aunque no se conoce aún quién integrará el primer gobierno de los talibanes –“islámico” e “inclusivo”, según los portavoces fundamentalistas-, poco a poco van trascendiendo los nombres de mandos destacados del grupo llegados a Afganistán procedentes de Qatar, donde hasta ahora tenía su centro político de operaciones.
El martes se confirmaba la llegada desde Doha a Kandahar, la segunda ciudad de Afganistán –y cuna del movimiento talibán- del mulá Abdul Ghani Baradar, jefe de la citada oficina política y uno de los fundadores del movimiento, acompañado de otros ocho miembros de la insurgencia fundamentalista.
Asimismo, según el medio local Tolo News, este miércoles varios miembros de la oficina política, de los integristas, entre ellos Anas Haqqani –dirigente de la red Haqqani, una importante facción de los talibanes-, se reunieron en Kabul con el ex presidente Hamid Karzai y el jefe del Alto Consejo para la Reconciliación Abdulá Abdulá, los cuales habían anunciado en las últimas fechas que se encontraban trabajando con los talibanes en la conformación de un ejecutivo para “lograr la paz”.
“Ya no vemos a nadie como enemigo”, aseveraba Mawlawi Khairullah Khairullah, también integrante del consejo político talibán. “La discusión es cómo se puede formar un gobierno inclusivo que sea aceptado por todos y que lleve la prosperidad a la sociedad”, admitía un asesor del ex presidente Karzai en declaraciones recogidas por el citado medio afgano.
Al margen de la crisis estrictamente política, Afganistán atraviesa una dura situación económica y social. El conflicto bélico, el desmoronamiento del Estado, la pandemia del coronavirus y la caída drástica de la ayuda internacional no auguran otra cosa que una catástrofe humanitaria avanzada ya por organizaciones no gubernamentales y la ONU.
Una de las consecuencias de la precipitada partida estadounidense y el triunfo talibán ha sido la congelación por parte de Washington de activos pertenecientes al Banco Central de Afganistán por valor de más de 8.100 millones de euros para evitar que pasen a manos de los integristas islámicos.
La medida amenaza con provocar un aumento de precios en el país de Asia Central. El propio presidente del Banco Central afgano avisaba ayer de las dificultades que encontrarán los nuevos dirigentes: “Los talibanes han gobernado militarmente. Ahora tendrán que gobernar. No será fácil”.