«Fui violado por médicos de la CIA».
Eso afirmó en un estremecedor relato de 39 páginas Majid Khan, un miembro de al Qaeda detenido desde hace casi dos décadas en la base naval de EE.UU. en Guantánamo.
El hombre nacido en Arabia Saudita y criado en Pakistán fue sentenciado el viernes a 26 años de prisión tras declararse culpable de ayudar al grupo fundamentalista islámico.
Pero, como parte del acuerdo de culpabilidad, se le permitió leer una narración de sus vivencias, en lo que constituyó el primer testimonio público de abusos cometidos contra un detenido tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y el Pentágono.
«Los estadounidenses me forzaron a un enema. No sé por qué hicieron esto y el dolor fue terrible. Revisaron mi cuerpo con sus manos y me tomaron fotos desnudo. (…) Alguien me puso un pañal y me lo sujetó con cinta adhesiva de plomería», recordó en su narración, escrita a mano.
Khan, quien vivía en Baltimore (EE.UU.) antes de ser reclutado por al Qaeda, aseguró ante el tribunal que pasó días encadenado, a veces colgando, sin comida ni ropa, en celdas oscuras, con música a todo volumen, sin acceso a un baño o electricidad.
«No tenía acceso a un baño, ni siquiera a un cubo, por lo que estaba obligado a hacer mis necesidades en una esquina», contó.
Khan leyó su testimonio ante un jurado de ocho oficiales militares estadounidenses que al día siguiente deliberaron durante menos de tres horas y lo sentenciaron a 26 años a contar desde su declaración de culpabilidad en febrero de 2012.
Sin embargo, la sentencia es en gran parte simbólica, ya que Khan y sus abogados alcanzaron un acuerdo secreto con un alto funcionario del Pentágono por el cual el hombre puede quedar libre tan pronto como febrero de 2022 y no más tarde de febrero de 2025, dada su colaboración con el gobierno estadounidense.
Khan admitió trabajar como mensajero de al Qaeda y está detenido desde que fue capturado en Pakistán en 2003.
Los abusos
Según su relato, fue tanta la violencia en su contra que comenzó a decirles a los interrogadores lo que querían escuchar «para que acabaran los abusos».
Pero «cuanto más cooperaba y les contaba, más me torturaban», expresó.
En su narración, asegura haber sido metido en una tina de agua con hielo, haber pasado días encadenado y recibido amenazas de posibles represalias contra su familia en EE.UU., todo lo cual lo llevó a estados de irrealidad.
«Después de dos días de ser colgado, privado de sueño y sujeto a temperaturas heladas, perdí mi noción de la realidad. Recuerdo alucinar, ver una vaca, una lagartija gigantesca», dijo.
De acuerdo con su testimonio, fueron los reiterados enemas y la alimentación anal forzada los que dejaron huellas más profundas en él.
Khan creció en Pakistán y se mudó a Estados Unidos a los 16 años de edad.
Según dijo, era un «niño joven, impresionable y vulnerable» cuando fue reclutado para la organización; ahora con 41 años, afirma que rechaza tanto a al Qaeda como al terrorismo.
Reacciones
Tras la sentencia de Khan, siete de los oficiales de alto rango que formaron parte del jurado militar criticaron la supuesta tortura a la que hizo alusión.
En una carta obtenida por el diario The New York Times en la que la mayor parte del panel pedía clemencia para Khan, los militares calificaron las acciones contra el preso como «una mancha en la fibra moral de Estados Unidos«.
«Khan fue sometido a abusos físicos y psicológicos mucho más allá de las técnicas mejoradas de interrogatorio aprobadas, que están más cerca de la tortura realizada por los regímenes más abusivos de la historia moderna», indicó el panel.
Los oficiales también consideraron que los abusos practicados contra el reo no tuvieron «ningún valor práctico en términos de inteligencia, o cualquier otro beneficio tangible para los intereses de Estados Unidos».
Condenaron también que Khan estuviera preso sin cargos durante nueve años y que se le negara el acceso a un abogado durante los primeros cuatro años y medio, algo que calificaron como «total desprecio por los conceptos fundamentales sobre los que se fundó la Constitución» y «una afrenta a valores estadounidenses y al concepto de justicia».
La «guerra contra el terrorismo»
Los ataques de septiembre de 2001 llevaron a EE.UU. a la campaña más larga y costosa de su historia: la llamada «guerra contra el terrorismo».
Las operaciones internacionales, apoyadas por países aliados y la OTAN, conllevaron no solo a abrir frentes de batalla en varias naciones de Medio Oriente, sino también a una cacería de los principales líderes y miembros de lo que EE.UU. consideraba «organizaciones terroristas».
Desde inicios de la década de 2000, las cabezas de supuestos miembros de al Qaeda, el Talibán y otros grupos extremistas comenzaron a figurar en la lista de los más buscados del mundo.
Desde enero de 2002, comenzaron a llegar a Guantánamo los primeros presos y poco a poco la cárcel improvisada en una base militar en el oriente de la isla de Cuba se llenó con algunos de los hombres considerados los más peligrosos del mundo.
Pero no fue la única: Estados Unidos comenzó a crear centros de detención secretos en numerosos países del mundo, donde los prisioneros eran interrogados para obtener información sobre al Qaeda y potenciales «ataques terroristas».
Fue entonces cuando dos psicólogos que habían hecho carrera en las fuerzas armadas, James E. Mitchell y Bruce Jessen, comenzaron a colaborar con la Agencia Central de Inteligencia para diseñar «técnicas de interrogatorio mejorado».
Entre otras técnicas, además del ahogamiento simulado, los reos eran encerrados en pequeñas cajas, sometidos a condiciones de aislamiento extremo, privación del sueño, manipulación de la dieta, desnudez forzada o abuso rectal.