Adiós, querido Mariano

 

Por José Francisco Yuraszeck Krebs, S.J, Capellán General del Hogar de Cristo

Tuve la ocasión de conocerlo hace algunos años, cuando intentábamos promover la formación de comunidades cristianas en campamentos, al alero de Un Techo para Chile, y lo invitamos a que nos compartiera su experiencia. Cuando le preguntamos a Mariano Puga, el cura obrero, por su ideal de sociedad, tomó el libro de los Hechos de los Apóstoles y leyó el relato de la primera comunidad cristiana, reconocida por elementos fundamentales: la oración en común; el partir el pan; el poner a disposición de las necesidades de los demás los bienes propios; el permanecer unidos por la fe y la alabanza a Dios.

En este momento en que lo despedimos, es justo recordarlo como alguien que habiendo nacido en cuna de privilegiado, a lo largo de su vida se fue despojando de esos privilegios, queriendo seguir a Jesús de Nazaret, su Maestro y Señor. Mariano es además hijo de la Iglesia que dio vida al Concilio Vaticano II y a sus concreciones en América Latina, las conferencias de Medellín y Puebla. Desde su compromiso con la renovación litúrgica; como párroco en Pudahuel, La Legua, Villa Francia o Colo en Chiloé; como animador de comunidades cristianas de base Biblia en mano, pintor de brocha gorda, obrero, entusiasta acordionista, su vida ha sido fuente de consuelo e inspiración para muchísimos hombres y mujeres, incluso más allá de los márgenes de la Iglesia Católica.

Junto a su inseparable amigo Pepe Aldunate y a muchas otras personas participó activamente en el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo y muchas otras instancias de defensa y promoción de los derechos humanos.

Todo eso se le devuelve hoy en las miles de expresiones de cariño y admiración que hemos conocido en estos días de su muerte. De acuerdo con ellas y todo lo que hemos visto y oído, es posible reconocer en Mariano Puga a un testigo de Jesús y su Evangelio, predicado y practicado especialmente entre los pobres. Que su testimonio nos inspire en esta crítica hora de nuestro país y de la Iglesia, para que se conviertan nuestros corazones, nuestras vidas y nuestras instituciones a todo aquello que trae vida en abundancia.

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