Iván Muñoz, director de Paréntesis en Asesorías y Servicios Clínicos del Hogar de Cristo.
“Tu computador puede que tenga un virus”. “¿Tienes un buen antivirus?”. “El video se hizo viral; millones lo han visto”. Lo viral ha sido parte de nuestro lenguaje casi desde que nace la informática y crece aún más desde que las redes sociales han globalizado nuestro interactuar.
Sin embargo, nada de eso nos había complicado tanto como ahora, cuando el concepto virus se hace real. Esa realidad que acecha y que no podemos detectar a simple vista es la que más angustia a las personas. Cuando tu peor enemigo puede ser tu vecino que tose en el ascensor o el compañero de asiento en la micro, el temor es distinto.
Lo que acecha al otro lado de la puerta, en el trayecto cotidiano al colegio o al trabajo, es tan mínimo como gigante. La invitación para protegernos es encerrarnos para que eso que no vemos, no entre o para no pasarlo a otro. Esto implica confinarnos en un espacio que parecía natural y que en la situación actual se vuelve un estresor más.
¿Sentir temor a contagiarnos podría hacernos más propensos a que ocurra? No lo sabemos. Pero sí sabemos que el miedo es una herramienta básica para movilizar a las personas: acaparando víveres, consumiendo noticias minuto a minuto, pagando precios inflados por alcohol gel. En el extremo, se hipotetiza que el miedo es una herramienta del poder: el poder político, el poder mediático, el poder de la industria farmacéutica.
Estamos viviendo en una post modernidad basada en la tecnología y cuando pensábamos que lo remoto era parte principal de nuestra vida, donde las redes satelitales y de fibra óptica nos permitían estar sin estar, surge un invisible virus que nos debe hacer pensar las cosas de manera distinta.
Se ve algo de esperanza en esto, ya que hoy se pone en cuestionamiento esa conexión que lográbamos a través de un computador o un teléfono inteligente, al darnos cuenta que el cara a cara, el estar con otros, es lo que tiene al mundo en alerta. Parece que no habíamos cambiado nuestra forma de contacto, sólo vivíamos en la ilusión de lo remoto y ahora que se nos impide tocarnos, le comenzamos a devolver el valor. Quizás el miedo a ese pequeño y mortal virus nos ayude a valorar algo que parecía perdido, la posibilidad de estar realmente conectados.