Por Arturo Volantines
La idealidad de Octavio Paz de sostener que no existen literaturas nacionales sino “temperatura de los pueblos” es proposible y deseable. Cuando más, dice: hay literatura hispanoamericana, y sólo los estilos existen. Sin embargo, los estilos se están apelmazando si es que existieron, están dejando de ser unitarios y monolíticos. Hay cuestionamiento a lo menos sociológico importante. En cuanto a las literaturas nacionales, me basta nombrar a Cuba para contradecir lo pazciano.
Comparto sí, la falacia de las fronteras latinoamericanas, su artificialidad, al decir de Paz. Pero, después de 200 años, por el flujo y el reflujo de estos Estados nacientes, se ha configurado una forma de ser particular, a mata caballo; un espíritu nacional más marcado, en algunos casos con mayor autoestima y, en otros casos, en el saqueo y la usurpación. En lo fundamental, estos Estados se han dedicado a tiranizar a sus provincias.
Pero, ahí está la literatura mexicana, peruana, argentina, uruguaya, etc. Una, pareciéndose más a otra. Por ejemplo, la andina: Chile, Perú, Bolivia y Ecuador; la más caribeña, de Colombia y Venezuela. Matices más, matices menos; pero las políticas de Estado, para fomentar la identidad, para hacerlas visibles y para inventarlas han dado formas y resultados. Hablar de un sólo pueblo latinoamericano me resulta difícil, pero se puede hablar de un deseo profundo de desarrollo e integración. Nos une, además, el etnocidio.
Por lo tanto, resulta aún más difícil hablar de literatura regional o de regiones. Igual que en lo nacional, se está unido; especialmente, en el caso chileno, por la represión del Estado; y, también, por la geopolítica de este Estado y de su cierta forma de pretender uniformidad. La práctica del Estado chileno es claramente centralista. Es de sine qua non que es autoritario y, por ende, antidemocrático y represivo. Se justifica mi disidencia atacameña.
El centralismo agobiante ha sido resistido con varias guerras civiles (1851-1852, 1859); y que, obviamente, ha sido ayudado por la desidia y por sectores serviles de la provincia, que logran con esto ciertas prebendas; ya que, entre otros, es una forma de abonar por la propia falta de méritos.
Resulta imperiosa la búsqueda de la descentralización; y, aún más, para la provincia del norte del Estado de Chile, que ha insistido en su vocación de ser en sí, para lograr mayores formas de autonomía y libertad. El Norte, en esto, ha estado favorecido por su cierta visibilidad dada por el Desierto de Atacama y la denodada vida de su gente y, especialmente, de sus mineros. No hay duda, que esto ha sido una oportunidad de aglutinamiento y, también de rebelión, desde el inicio de la república, a partir de Chañarcillo (1834, 1841, etc.). Estos hechos se han vuelto de alguna forma heroicos y, obviamente, también han hecho tradición.
Podemos afirmar que, Atacama (las provincias del norte de Chile) tienen una tradición y, por tanto, un espíritu. Este ethós marca diferencia no sólo con Chile sino con Hispanoamérica. Atacama es un lugar en sí en el mundo. Además, es tremendamente imaginable y potencial; por lo tanto, como el universo mismo, su identidad está en construcción.
A mediados del siglo XIX hasta la Guerra del Pacífico, Atacama fue protagonista de la cultura latinoamericana. Para romper el cerco centralista, es necesario fortalecer su renacimiento desde la cultura. La nueva revolución atacameña no será con el fusil sino con el entendimiento urbi et orbi de nuestro ser.
De allí que su literatura puede y tiene destino. Nunca un autor del norte ha ganado el Premio Nacional de Literatura desde el norte; al revés, ha sido en cierta forma discriminado, incluida Gabriela Mistral. Está más que claro que no es por falta de mérito.
Tampoco se trata de acentuar un chauvinismo exacerbado y trasnochado sino de crear identidad a través de lo propio, de avanzar desde esa pequeña tradición. Tampoco se trata de ocultar falencias, sino de construir desde las piedras que tenemos. Por cierto: hemos sido piedra en el zapato de los gobiernos centrales y oligárquicos. Pero, lo paradojal, es que también hemos sido salvadores del mismo Estado, a través de dejarnos explotar descarada y animalescamente, incluidos los destripes de nuestros soldados mineros en muchísimas batallas.
Los recuentos de la poesía (y de la literatura) en el norte han sido escasos, pero alumbrativos. De hecho, Gabriela Mistral llega a Antofagasta (1911), con la antología (1908) del copiapino Pedro Pablo Figueroa, que incluye a varios nortinos y, entre ellos, a Manuel Magallanes Moure. La antología: Literatura Coquimbana (1908)” de Luis Carlos Soto Ayala, incluye a la muchacha autollamada Gabriela Mistral, y es demostrativo milagroso de lo inclusivo que puede ser el canon. Y las antologías de cuento y poesía nortina (1966) de Mario Bahamonde, entre otras. Así mismo, algunas revistas como Tebaida (Arica, 1970- 1973) y Paitanás (Vallenar,1967-1970) y varias más. Los aportes a la “nortinidad” y su reconocimiento en el mundo, realizados por la literatura, signan una tradición: encabezadas por Guillermo Matta, Gabriela Mistral, Andrés Sabella, Mario Bahamonde y, recientemente, por Hernán Rivera Letelier y Teresa Calderón.
El territorio atacameño está gestado desde el mundo de Tiwanaku. El descuido de Bolivia en la república y las gestas del pueblo atacameño capitaneados por Chango López, Manco Moreno, Santos Ossa y Diego de Almeyda, construyeron el basamento de su tradición. También, aporta una pequeña tradición cultural, muy influenciada por la inmigración europea y argentina. Incluso, Atacama llegó a ser territorio argentino, gobernado desde Salta. Luego, las rebeliones mineras y las revoluciones, aquilatan formas de tradiciones y autoestima, hasta llegar a levantar la bandera atacameña de azul y oro.
Indudablemente, existe en este norte una pequeña tradición; crea formas de cánones en la literatura, y que dan cuenta a pesar de la obvia ceguera de los circuitos nacionales, de cierta producción en este territorio. Claro, más cercano al noroeste argentino que al sur de Chile, a pesar de las políticas centralistas, como dice tan claramente el sabio Vicente Pérez Rosales en su autobiografía, Recuerdos del Pasado (1875).
Esta producción literaria, poco reconocida y poco aceptada en Chile, como tan bien dice Mario Bahamonde, trata de salir cada vez con más éxito, ayudada por las nuevas plataformas de comunicación social y nuevas tecnologías. Hasta hace poco, el macizo héroe de Coquimbo, Pedro Pablo Muñoz Godoy, era casi desconocido; ahora, el CORE regional lo ha tributado, colocándole este nombre a sus dependencias. Igual pasa con la bandera atacameña, que hasta hace algunos años, era totalmente desconocida, y ahora ondea en muchos edificios y casas de Copiapó. Esto viene a demostrar que se mantienen vigentes los aires de autonomía y de caminar por un territorio cultural propio.
Resulta de cierta indignidad, que algunos escritores de esta zona niegan la existencia de un canon y de esta pequeña tradición; pero para bien, generalmente, esta viene de los activos más yanaconizados. Los prestigiosos especialistas de Chile, como Soledad Bianchi, Naín Nómez, Alcides Jofré y Grínor Rojo coinciden en la falta de información al respecto.
Se ha tratado de dar cuenta, en algunas antologías provinciales de Coquimbo. Han sido incluyentes, los aportes de José Domingo Cortés, Luis Soto Ayala, Pedro Pablo Figueroa y, recientemente, las antologías de Lila y Teresa Calderón y Thomas Harris. Sin embargo, faltan recuentos exhaustivos de la generación Tebaida-Mimbre, Paitanás, Antofagasta del ´80, Coquimbo en el siglo XIX, entre otros. Además, estudios y recopilación de algunos autores emblemáticos del norte, especialmente de los poetas: Pope Julio, Nicolasa Montt, Guillermo Matta, Benjamín Vicuña Solar, Delfina María Hidalgo, Fernando Binvignat, Benigno Avalos, Odette Álvarez, etc.
Los que estamos en el “oficio”, tenemos la responsabilidad de dar testimonio y ser lo más veraz posible; dejar el registro, a lo menos de la producción literaria contemporánea del norte, ya que esto, en sí, también es revisión y aggiornamento. En cada pretensión de canon hay instalación o actualización; se pronuncia implícitamente sobre la escritura del pasado, y tiende a organizar a la tradición.
Cuestionar el centralismo y querer salir directamente al mundo, es una estrategia sólida de visibilizarse. Por eso, el destino de la literatura del norte está en obrar; pero sorteando en esto de ser en sí, porque de lo contrario, seguiremos siendo cola del Estado de Chile.
Es cierto también, que no podemos ser caturras del Estado chileno. Mi confianza está, de todas maneras, en que el norte tiene su norte en esto, y tiene una dirección, aunque sea como el cuento de Augusto Monterroso: cuando los lagartos centralistas despierten, la literatura atacameña estará allí.