Introducción a Historia del Huasco de Luis Joaquín Morales.

 

Por Jorge Eduardo Zambra

Aunque presentada por su autor, con auténtica sencillez, como “una obrita… modesto tributo que pagamos a nuestro suelo natal” y por eso mismo, estar lejos de toda pretensión erudita, la Historia del Huasco de Luis Joaquín Morales Ocaranza, ha llegado a ser, sin embargo, un libro señero e imprescindible para conocer el devenir del Huasco.

El autor es un hombre nacido en Huasco Bajo, en 1861, médico de profesión, que frisa la medianía de la treintena y que ya ha ganado una significativa experiencia vital, sobre todo por su contacto con el ambiente minero, con nuestro medio urbano finisecular y con gente de toda condición social.

Publicada con recursos propios, por la imprenta de la “Librería del Mercurio” de R. S. Tornero, de Valparaíso, mediante cuadernillos, desde enero de 1896 hasta febrero de 1897, recibió el reconocimiento de periódicos de la prensa local de la época y expresiones de adhesión de los numerosos amigos que se había ganado en los distintos estratos de la sociedad de su tiempo, por su simpatía personal y espíritu de servicio. Hoy, al cabo de más de cien años, la publicación del texto importa un verdadero acontecimiento para la tradición cultural de Vallenar y de Atacama, y el volumen original ya es una costosa pieza de biblioteca de primicias bibliográficas de Chile.

La historiografía del Huasco tenía para entonces, como único precedente la Memoria del Curato de Vallenar del sacerdote Manuel García Macuada, título acomodaticio del verdadero, pero extenso “Memoria presentada por el cura y vicario de Vallenar D. Manuel García al Ilustrísimo señor Obispo de La Serena Dr. Don José Manuel Orrego en la visita que practicó en junio, 1° de 1872”. Incluso el sacerdote la hizo pública editándola en Valparaíso aquel mismo año, en la ya mítica “Imprenta del Mercurio” de Tornero y Letelier.

La idea de dar publicidad impresa a un documento manuscrito interno, en este caso de un servicio religioso, no era excepcional entonces. Constituía el reflejo del respeto casi reverente hacia el personaje destinatario y la prueba documentada del trabajo diligente cumplido por el subalterno remitente, en el ámbito de la iglesia católica. Otro ejemplo similar que nos toca de cerca, aunque en el ámbito civil, es la “Memoria que el Intendente de la Provincia de Atacama presenta al señor Ministro de Estado en el Departamento del Interior dando cuenta de todos los ramos de la Administración” de Antonio de la Fuente, publicado en Copiapó en 1854. Larguísimo título que ahora resumimos simplemente como la Memoria del Intendente De la Fuente.

El padre García (La Serena, 1833 – La Serena, 1893) había asumido la conducción de la parroquia en 1869, después de don Diego Miller, y marca su período con su “Memoria…”. Si bien es de hecho un informe sobre la situación de la iglesia de Vallenar, incluye el historial del curato hasta mediados de 1872. En su enfoque retrospectivo alcanza, en general, hasta los orígenes históricos del Huasco, y en su visión resalta por medio de distintos hitos, el rol protagónico del catolicismo.

Morales acudió a la “Memoria…” del sacerdote García, breve, aunque sustancial como fuente bibliográfica, sobre todo por el conocimiento que tenía el sacerdote de los libros del archivo del templo parroquial de San Ambrosio y, por tanto, de los acontecimientos ocurridos dentro del extenso territorio parroquial. Si bien se restringe a los hechos locales de la iglesia católica, ese registro refleja valiosa luz sobre los largos años coloniales del Huasco, época escasa en documentos civiles relacionados con nuestra tierra. Al referirse al surgimiento de devociones, erección de templos y capillas y celebraciones patronales, anota varios datos geográficos y alude, dentro del contexto religioso, a varones y señoras de alto nivel social, pero también a indígenas, de todos quienes tal vez nunca hubiéramos tenido noticia por otro medio. Morales, como decimos, tomó datos esenciales del padre García, y de seguro porque aquél lo hizo de manera inmejorable, optó por no abordar el desarrollo eclesiástico.

Hay en Vallenar otro cultor de la historia, coetáneo de Morales, el agricultor Jacobo Degeyter (Vallenar, 1864 – Vallenar, 1949). Habría escrito un texto que no publicó. De muy buena gana hubiéramos querido conocer sus originales manuscritos, pero no tuve esa suerte. Se ha hablado de ese libro, sin embargo, a ciencia cierta, nadie parece haberlo visto. Con todo, sus sonetos, producto de su comprobado cultivo de la poesía, prueban en la temática, un evidente interés por la historia de esta ciudad. Puesto que fueron de la misma época, y ambos gustaban de la historia, ¿hubo contacto entre Degeyter y Morales? ¿Intercambiaron datos históricos?

También le sirvió de base otro indispensable antecedente bibliográfico del ámbito regional de la época. Es la Historia de Copiapó del ex intendente de Atacama Carlos María Sayago (Imprenta de El Atacama), de publicación en la capital atacameña, en un temprano 1874. El elogio para ella de Diego Barros Arana y de otros, habla del reconocimiento a un consistente logro historiográfico de provincias. El reconocimiento de Morales sin duda fue coincidente.

Don Joaquín, como prefería que se le llamara, es el primero entre los huaquinos en enfrentar los acontecimientos del Huasco como un historiador, a pesar de nunca tenerse como tal, y en organizar su libro como un verdadero relato histórico.

¿Cómo se gestó en él esta obra? ¿Qué lo llevó a volcar sus apuntes y a dar los pasos de planificarla y escribirla, y luego llevarla a la imprenta? Movido por la simpatía que me inspira, he reunido sobre él una cantidad no menor de antecedentes, algunos quizá secundarios, que, no obstante, en suma, permiten configurar el perfil de un personaje sobresaliente del Vallenar del siglo XIX, pero desafortunadamente no he logrado conseguir siquiera una carta suya que pudiera aproximarme al hombre íntimo, o al de sus proyectos que lo retratarían como una figura diferente. Tampoco una misiva de alguno de sus amigos, o mejor, de algún pariente querido, dirigida a él, que pudiese encaminarnos a conocerlo más personalmente, puesto que la carta se presta, en tales casos, a entablar una fluida comunicación privada y a revelar, en este especial en casos como éste, a una persona a todas luces interesante.

Con la Geografía Física de la República de Chile de Amado Pissis como referente y con sus propias observaciones, resultado de múltiples viajes locales, aborda de partida el escenario natural del Huasco, en sus características generales. Constituye el primero de los veintidós capítulos en que estructura su obra. Incluye una nota sobre el significado del nombre indígena de nuestra tierra, tema emblemático, después de la cual no se ha dicho nada nuevo al respecto.

Luego, al continuar el entramado de su libro, con el título “Los aborígenes del Huasco”, quizá sin proponérselo de modo manifiesto, Morales valida a nuestros antepasados indígenas de la época prehispánica como los iniciadores de la historia huasquina.

El interés del imperio español por Chile y su inserción militar en la tierra chilena ancestral, los trata el autor en tres capítulos sucesivos bajo los nombres de los generales que marcaron la época de contacto, de cortos, pero violentos años. Comienza con el paso de Diego de Almagro. Refiere que fue precedido por tres de sus soldados con la misión de que le “quitasen a los indios” el tributo en oro que éstos enviaban al Perú. No consiguieron cumplir con ese objetivo. A su paso por los valles anticiparon la proximidad de su jefe, hasta llegar ante el representante incaico que gobernaba Coquimbo. La sombría noticia que también portaban del sometimiento del inca y la demora de Almagro en arribar, movieron a los indígenas a dar muerte a los tres españoles adelantados. “…y de esta manera los indios del Huasco fueron los primeros en hacer derramar sangre española y conquistadora!”, expresa el historiador. Al fin llegó Almagro y mediante los apremios de la tortura terminó de enterarse de lo ocurrido con los suyos. Y tras hacer “reunir al gobernador inca de Coquimbo, al cacique Maricande del Huasco y a treinta caciques más de inferior categoría… dio orden…que fuesen quemados…”.

El capítulo es revelador no sólo de una encrucijada histórica, sino también del carácter humanitario del mismo Morales. Si en otro pasaje se muestra crítico de los naturales, frente a este episodio deplora que Almagro haya actuado “sin comprender la justicia de la acción de los pobres indios” y enjuicia lo obrado por los hispanos como un “acto de crueldad” y “lección atroz a esos infelices indios”. El hecho lo conmueve de tal manera que más tarde inspirará su drama en verso Marican, dedicado a la poetisa Nicolasa Montt, esposa de Nicolás Marambio Varas, industrial minero de Freirina, obra en que sumados sus dones para la historia y la poesía, le valdrá el primer premio en los Juegos Florales de Copiapó, en 1912.

El historiador refiere otros horrores similares de Almagro al llevar su muy esforzada expedición al sur hasta el Maule, obsesionado por hallar las riquezas con que en el Perú le habían pintado el país y al retornar al Cuzco, donde su fracaso terminaría entre los suyos en fatalidad.

Tanto en ese capítulo como en el siguiente, dedicado a Pedro de Valdivia resalta el rasgo distintivo de nuestro autor, de narrar, en el marco de la historia nacional, los hechos que atañen al Huasco con una voz diferente a la de su admirado modelo Diego Barros Arana. Por ejemplo, cuando alude con precisión a nombres geográficos y a la interrelación del futuro primer gobernador de Chile con Coluba, el nuevo cacique del Huasco.

Las otras páginas relativas a este período tratan sobre Francisco de Aguirre y Francisco de Villagra, que registran también el naufragio “en las costas del Huasco”, del buque despachado al Perú por el cabildo de Santiago, con un pedido de auxilio de hombres, caballos y armas para los españoles que afrontaban el trance más angustioso desde que entraron en suelo chileno.

A partir del segmento “Cesión de tierras” la narración toma franco rumbo local. A pesar de que la segunda mitad del siglo XVI se completa sin noticias documentadas, Morales sugiere la existencia de un mundo latente en este rincón marginal, sobre el que posa por primera vez la mirada un historiador oriundo. Al paso hacia el nuevo siglo la luz de un acontecimiento destella sobre el oscuro vacío informativo. El marino Oliver van Noort, corsario para los españoles, pero gran navegante para sus compatriotas los holandeses, recala en aguas del mínimo Victoria, que entonces identificaba a Huasco como puerto. Su navío trae capturados a dos barcos mercantes españoles, uno de los cuales hace incendiar y del otro libera a su capitán y tripulantes. A la vez el historiador destaca otro hecho, en apariencia irrelevante. Van Noort se ha detenido también para “embarcar algunos víveres”. De regreso a Holanda publicó el libro sobre su navegación alrededor del mundo (1602), en el cual incorporó el recuerdo de su paso por la costa del Huasco y de lo que consiguió aquí para abastecerse, unos pocos kilómetros valle adentro. Es notable cómo el holandés pondera las frutas huasquinas, sobre todo los melones, “más hermosos y de mejor gusto que los que produce cualquier país de Europa”.

Morales también apunta la recalada en Huasco, en plan de rapiña, del corsario inglés Bartolomé Sharp, en 1681, y el paso de Davis, otro corsario británico, cinco años después.

Ya iniciada la Colonia, la entrega de terrenos por la autoridad española como reconocimiento a súbditos de la corona, es un tema cuya trascendencia alcanza hasta nuestros días. La propiedad de la tierra aún hoy importa casos de sospechas, controversia y hasta contienda judicial. Nuestro historiador anota como el primer otorgamiento en el Huasco, el que hizo el capitán general Alonso García, en 1607, al encomendero de La Serena, Diego de Morales, consistente en 200 cuadras, desde el límite poniente del que iba a ser Vallenar hasta Tatara.

Otras concesiones territoriales, siempre en el siglo XVII y todas de enorme extensión, son la estancia de Chañaral (de Aceitunas, más tarde) que otorgó el Gobernador Diego González a Juan Cisternas Escobar, ex alcalde ordinario de La Serena y ex corregidor de Copiapó, y la del Gobernador Juan Henríquez al capitán Gonzalo de Burgos Carmona, que alcanzaban a 600 cuadras “con sus demasías en el valle de Huasco Alto”. Asimismo, la del mismo Gobernador Henríquez al capitán Pedro Luis Ulloa, que llegaban a 4.500 cuadras, en distintas áreas del Huasco.

Receptor final de esas sesiones será Jerónimo Ramos de Torres, todo un personaje por concurrir en él los títulos superlativos de “regidor perpetuo” de La Serena y de mayor poseedor de tierras en el Huasco, pues a las anteriormente mencionadas, sumará las 600 cuadras donadas a Gonzalo de Burgos Carmona y otras 1.000 de que le había hecho merced el ya citado Gobernador Henríquez. La ultima cesión territorial del siglo, correspondiente a 500 cuadras, la asignará el capitán general Tomás Marín de Poveda a Antonio Niño de Zepeda.

Uno de los méritos de don Joaquín es fijar el curso de su obra mediante la elección de los temas importantes y presentar documentos que permitan apreciar vívidamente los acontecimientos pretéritos. Así, del siglo XVIII elige enfocar la creación del departamento de Huasco, hito en el desarrollo político administrativo de una población creciente, sustentada por una economía minero-agrícola. Señala a Capote, que empezaba a deslumbrar con sus ricas vetas de oro, como símbolo de la época. Con Santa Catalina y Camarones, en las inmediaciones de Paitanas, y otras minas, cobra vida el Huasco, sobre todo la placilla de Santa Rosa.

Todo ello es reflejo de un empuje productivo gradualmente en ascenso, que mueve al gobierno colonial, primero de José Manso de Velasco, a fundar la villa de San Francisco de la Selva (1744), y luego de Domingo Ortiz de Rosas, a una sucesión de medidas “modernas”, como la creación del partido del Huasco en 1745, dentro de la jurisdicción de Copiapó y con el capitán de ejército Juan José Varas en calidad de alcalde de ese territorio; el reconocimiento del Huasco como departamento en 1752; y la disposición un año más tarde, puesta en ejecución por el general Gregorio Mandiola, de dar simétrico ordenamiento a las modestas viviendas de Santa Rosa, con la delineación de calles y entrega de sitios. En 1756 Antonio Martín de Apeolaza, nuevo corregidor de Copiapó, agregó otras mejoras como la fundación de una escuela y la reconstrucción de una capilla. Era en la práctica la verdadera fundación del asiento, en un período cuando se descubren nuevas minas de cobre, que convertían a Santa Rosa en la localidad huasquina más importante, la futura Freirina.

Morales consigna otros datos significativos, como el censo ordenado por el Gobernador Jáuregui, en 1778, que reveló una población de 3.000 habitantes en el valle del Huasco, y la mención del río del Carmen como “de los españoles” y de El Tránsito como de “los naturales”, por vivir en el primero “muchos españoles, a quienes se había concedido lotes de terreno”, y el segundo porque en él “existían algunas tolderías de indios”. Vuelve a citar a Jerónimo Ramos de Torres, como juez territorial del valle del Carmen, “hacendado y vecino”, y como encomendero de un indígena que llevaba el segundo apellido de aquel personaje y que era padre de otro, de nombre Joaquín Torres, que había sido apir en Capote y a quien el historiador conoció cuando niño.

Esta experiencia personal, a la que alude solo de paso, y respecto de la cual hubiéramos querido que se extendiera, nos mueve a observar otro mérito del texto. Las referencias a los indígenas, pese a figurar dispersas, son tan frecuentes y numerosas que el autor, de habérselo propuesto, hubiera podido dar forma a un capítulo mayor que el que ha dedicado a los aborígenes huasquinos. Nombra más de una vez a los changos, pero no cita a los diaguitas, cuando alude a los indígenas de tierra adentro, pero tampoco los asocia con alguna otra etnia.  Aún así, esas notas, muy anteriores al nacimiento de la arqueología de Chile, resultan un aporte muy apreciable en nuestros días, cuando en el Huasco el tema de los pueblos originarios interesa como nunca antes y, al revés de lo que sucedía hasta pocos años atrás, muchos lucen con indisimulado orgullo sus apellidos autóctonos, pero se advierte una línea de sumergimiento en la marginalidad social, una discontinuidad cultural, reflejo de causas que apuntan a la extinción de un pueblo.

Su visión del siglo XVIII la hace culminar con un suceso para nosotros, los del Huasco, extraordinario, aunque carente de pompa, tal como le era preferible al sobrio mandatario. Como parte de su también excepcional viaje al norte del reino, que tan útil había de serle para conocer la realidad de este territorio, a fines de 1788, de regreso de Copiapó, se presenta en el Huasco el mismísimo Gobernador de Chile, Ambrosio O´Higgins y en este valle determina fundar una villa con la categoría de cabecera del entonces “partido del Guasco”, equivalente en términos generales a la actual provincia de este nombre. Para ello opta por emplazarla en el asiento indígena de Paitanas, decide ratificar la planificación que había encargado a Pedro Rico, ingeniero integrante de su comitiva y le da el nombre de Vallenar, ya empleado por él de segundo apellido, según consta en el acta fundacional. El valioso documento, firmado por el gobernante, lo hace levantar en Santa Rosa, más tarde Freirina, el 5 de enero de 1789.

Sin ser el primero en publicarla, el historiador al incluir in extenso esta verdadera partida de nacimiento de Vallenar, contribuye como ningún otro a su difusión y conocimiento, y cobra particular relevancia porque inserta el vital escrito dentro de la correspondiente secuencia de hechos históricos.

Morales enfrenta el tratamiento de su siglo, el XIX, con una suma impresionante de documentos. Hacer esto hoy parecería irrelevante, por haber acceso a esos papeles por el sistema digitalizado. ¿Pero en la época del autor? ¿Tuvo que hacer el para ese tiempo largo viaje a Santiago, a fin de conseguirlos o podían hallarse esos testimonios en Vallenar? Todo indicaría lo último y en esta posibilidad le corresponde un rol providencial a un coetáneo, al que no podemos menos que citar con reconocimiento: Pedro Velis, el vecino Pedro Velis, a quien hemos encontrado como propietario de uno de los fundos del barrio La Frontera, la antigua sección oriente de calle Prat, quien tuvo la luminosa idea de copiar añosos documentos de la historia local, originales que habrían de perderse, pero que él al reproducirlos los salvó, sin saber que tanto iban a servir a don Joaquín. Para la aparición de la Historia del Huasco, el señor Velis ya había fallecido.

Bajo el título “Gobierno de la Colonia” el relato histórico informa de las principales noticias sobre el acontecer local en los que serán los últimos años coloniales, no sin retroceder al terremoto del 30 de marzo de 1797, no sólo para resaltar su enorme poder destructivo, sino también por su impacto social al motivar el traslado de familias entre Copiapó, Vallenar, Santa Rosa y Huasco Alto. La sucesión de subdelegados y de otras autoridades, el ajuste de la subdivisión territorial y, sobre todo, la actividad minera, con la creación de la diputación de minas y sucesos como el descubrimiento del portentoso centro cuprífero de Carrizal Alto, ponen la impronta a la realidad huasquina de comienzos de siglo, en años del Gobernador Luis Muñoz de Guzmán. El historiador por otra parte destaca los ecos en el pequeño Vallenar de las novedades venidas desde Santiago, como las instrucciones de la Real Audiencia de considerar a los ingleses como enemigos, el deceso del Gobernador Muñoz de Guzmán y la asunción de su sucesor Antonio García Carrasco, y también las inquietantes nuevas ocurridas en Europa, como la guerra de España con Inglaterra y luego la invasión por el ejército de Napoleón de la España regida por Fernando VII, que será depuesto, las cuales repercutirán en la villa con donativos y colectas para ayudar a la corona.

El crucial 1810, del que sabíamos por versiones centralistas, lo conocemos ahora, gracias a este libro, desde el ámbito lugareño en la forma de ecos de los hechos ocurridos en Santiago: renuncia del Gobernador García Carrasco, asunción de Mateo de Toro y Zambrano, instalación de la Junta de Gobierno, medidas acordadas por esa primera expresión de auto conducción nacional. Pero también en nuestro terruño hay novedades, algunas de verdadera importancia para Chile, como el descubrimiento, el 11 de octubre de 1811, de “Agua Amarga”, el mayor mineral de plata del país hasta entonces. Por su cercanía, Vallenar va a recibir de lleno los beneficios de su explotación. Dice Morales: “…vino como consecuencia inmediata una inmensa afluencia de gente de todas condiciones, que en poco tiempo cuatriplicaron la población de Vallenar y dieron principio a la construcción de buenos y suntuosos edificios. De aquí nacieron también las solemnes fiestas de que hasta ahora se conserva tradición, tales como la festividad de Corpus…”. El historiador agrega que Agua Amarga “…tanto había de influir en la consecución de nuestra independencia…”.

Asimismo, el autor enfatiza que el desarrollo de las faenas extractivas trajo otro acontecimiento resultante, en julio de 1812: “la fundación de un banco de rescate de plata, el primero creado en Chile”. Aún la villa dio otro significativo paso de progreso, como reflejo de la prosperidad traída por “Agua Amarga”, con la creación del Cabildo de Vallenar, en octubre de 1812.

Sin embargo, como trasfondo de estos aires de bonanza, soplaban los vientos de la revolución de la independencia. Nos dice el historiador que en Vallenar se formó una junta cívica, proyección de la junta central revolucionaria y la población se enteró de los triunfos de las tropas al mando de José Miguel Carrera sobre fuerzas españolas comandadas por Antonio Pareja, y presenta el antecedente de que la guerra que se libraba en el sur, llegó, como inesperada intimidación, a las costas de Huasco, a mediados de 1813. Narra que, a bordo de una fragata española, supuestamente el coronel Mariano Osorio pretendió extorsionar a las autoridades huasquinas, exigiéndoles caballos y mulas para su ejército, bajo amenaza de saqueo de las poblaciones locales y degüello de sus pobladores.

Pese al ambiente de tensión, sabemos por nuestro guía que el Cabildo dio pruebas de trabajo efectivo a favor de los vecinos, como “la completa liberación de los derechos de introducción de animales y pescado”, para facilitar el “desarrollo de la ganadería y la industria de los changos…”. Igualmente acordó “fundar el primer establecimiento de educación que funcionó en Vallenar”.

El nacido Chile independiente se aprestaba a sumar otro paso hacia su consolidación republicana, con la instalación del Congreso Nacional, para el cual ya se había elegido a los representantes del Huasco, cuando sobrevino la malhadada acción de Rancagua, al empezar octubre de 1814. El desastre militar chileno dio por tierra con cuanto se había conseguido avanzar en procura de la patria libre. La ola de venganza de los españoles llegó también con sus excesos hasta el Huasco, abarcando la remoción de las autoridades, la confiscación de bienes de los vecinos pudientes, la imposición de contribuciones forzosas y la persecución de las figuras patriotas huasquinas. Siguiendo a nuestro historiador, sabemos que el subdelegado realista de Vallenar Ramón María Moxó y el alcalde español Juan Manuel Pico, dejaron los peores recuerdos y se ganaron el odio de la comunidad por el cúmulo de sus abusos.

Las oscuridades de la opresión colonial se tornaron conmoción luminosa con el triunfo del Ejército Libertador, el 12 de febrero de 1817. Por don Joaquín sabemos hasta pormenores de lo ocurrido en Vallenar a raíz de aquel acontecimiento. La reacción del pueblo fue como las aguas que rompen un dique y arrasan con todo a su alcance. El furor popular llevó al pillaje y al saqueo contra los residentes españoles. En la contención de las depredaciones brilla Martín Antonio Andueza y en la organización de la ciudadanía vallenarina en ese momento, José María Quevedo y Arias.

Venido de Coquimbo se presentó en Vallenar el jefe militar patriota Patricio Zeballos y “convocó al vecindario con el objeto de elegir al primer teniente gobernador”. Por aclamación la asamblea se pronunció por Gregorio Aracena, toda una figura pública en esa época, pero al declinar el nombramiento, la ciudadanía optó espontáneamente por José M. Quevedo, otro vecino prestigioso, quien días después renunció y fue elegido diputado de minas. El mismo Quevedo, poco más adelante, será elegido primer alcalde de Vallenar, en el nombramiento de autoridades del partido del Huasco, dentro de la nueva realidad política del país y según instrucciones del propio Bernardo O´Higgins. Don Joaquín abunda en otros antecedentes locales al respecto.

De la abundante documentación expuesta es indispensable citar el acta de “juramento solemne de nuestra emancipación política”, de que fueron parte, el 3 de marzo de 1818, el vecindario de Vallenar y las instituciones existentes en la villa. Pasado algo más de un mes se sabía de “la victoria de Maipo”, en que le cupo decisiva intervención al batallón Nº 1 de Coquimbo, “compuesto exclusivamente por huasquinos”, en su mayoría de apellido Campillay.

Todavía no se enfriaban los cañones y mucho menos el ánimo de la nación triunfante, cuando al llamado de O´Higgins se convocaba a los patriotas a continuar en pie de guerra, esta vez para ir a liberar al Perú del dominio español. Y entonces nos enteramos que para tal propósito el Huasco suscribió con creces la parte que le correspondía del empréstito que el Libertador exigió a la provincia de Coquimbo, de que éramos parte, una de tantas contribuciones de la tierra huasquina a la causa de la independencia. Dentro de lo que restaba del año se juró en la iglesia parroquial, la constitución provisoria que el país ya se daba como república.

En una alternancia de alusiones al acontecer nacional y a los hechos locales, el historiador hace notar que a fines de 1819 y de 1821 se presenta el problema de la falta de agua para riego, que va a ser recurrente en el futuro, en los años de sequía, con la secuela de conflictos entre los vecinos agricultores, y que se tratará de atenuar mediante el nombramiento de celadores en los ríos de Huasco Alto. Mientras tanto, el Cabildo, en pleno funcionamiento, con voluntad decidida, colabora al comenzar 1820 para financiar la campaña que se emprendería hacia el Perú, con un considerable donativo en dinero y armas. El propio gobierno vecinal, por esos mismos días, al informar de las victorias patriotas sobre los reductos españoles de Concepción y Valdivia, revelaba la captura de desalmados guerrilleros de quienes se habían valido los realistas para sostenerse a cualquier precio en el poder, entre ellos Vicente Benavides y su segundo, Juan Manuel Pico, que fuera alcalde de Vallenar. Nuestro informante refiere que al saberse en Vallenar el fin de las tropelías del bandido, el indignado vecindario local y de otros puntos del Huasco, quiso remitir un donativo al gobierno, para la persecución de otros malhechores como ésos, correspondiendo el mayor aporte particular a Gregorio Aracena, minero de éxito en Agua Amarga, y connotado y sufrido patriota, que aparecerá en la escena pública por varios años más adelante.

El relato histórico registra la primera de las disensiones entre los chilenos que juntos se habían jugado por la independencia, a causa de haberse sancionado en Santiago una nueva constitución, hasta jurada por O´Higgins, pero que, rechazada por Concepción, por considerarla ilegal, generó contra el gobierno central un levantamiento revolucionario, con el general Ramón Freire a la cabeza, movimiento que arrastró a La Serena y a la totalidad de la provincia de Coquimbo, y al Huasco con ella. La situación política cobró tal gravedad que al comenzar 1823 se procedía en Vallenar al reclutamiento de hombres para la fuerza que debía marchar contra el gobierno en Santiago. La crisis implicó la dramática abdicación de O´Higgins, que los más ecuánimes entendieron como un sacrificio del prócer, para evitar el enfrentamiento armado entre chilenos.

Ese tenso año terminó con Freire como director supremo y con una nueva constitución, también jurada en Vallenar y celebrada con fiestas, embanderamiento de calles, repique de campanas, misa de gracias y otras expresiones de regocijo ciudadano. El autor narra que el entusiasmo de autoridades y pueblo fue tal que quisieron dejar memoria del suceso dándole a la calle Larga, la principal de la villa, el nuevo nombre de “La Constitución”.

Para que fuese verdaderamente la Historia del Huasco, Morales debía escribir también sobre Santa Rosa y lo hizo con entero conocimiento de causa. Había nacido en Huasco Bajo y vivido una intensa experiencia laboral con base en Labrar y Carrizal Alto.

Parte especificando que fue por acuerdo de la Municipalidad de La Serena que, ante la importancia que adquiría Santa Rosa, por la próspera actividad minera de su entorno, acordó dar a ese asiento el título de villa, con el nombre de Freirina, en homenaje al Director Supremo del país, Ramón Freire. Esa decisión, que incluía la creación de un cabildo, la aprobó el gobierno, por decreto del 8 de abril de 1824.

Pero es en Vallenar donde ocurrían los hechos que marcaban el rumbo inquietante de esos días. Un signo de la inestabilidad del país, fue la abolición de la constitución de 1823. En el plano local un foco de sublevación detonó el 23 de diciembre de ese año, cuando parte de la tropa acuartelada se alzó en armas, dispuesta hasta perpetrar el saqueo de la villa. El riesgo fue salvado imprevistamente por prisioneros españoles que respaldaron a las autoridades. El motín terminó drásticamente con la aplicación de la ley marcial a los cabecillas y otros implicados.

1825 trajo las noticias “del triunfo definitivo” de la expedición libertadora del Perú, a la cual tanto contribuyó el Huasco con hombres y dinero, y el emprendimiento de La Serena para generar por medio de su asamblea provincial, una gestión política con miras al reordenamiento administrativo de un país otra vez en estado de desasosiego. Es su aspiración predominante la redacción de una nueva carta constitucional. Entonces se presenta en ese marco, como diputado por Vallenar, otro nítido personaje local de toda esta época, José Agustín Cabezas, a quien Morales muestra en la escena pública, ya a partir de 1808, como procurador de la villa.

Fue causa de tirantez entre la Municipalidad de Vallenar y la Asamblea de Coquimbo una supuesta condición de dependencia y participación de sus entradas que reclamó aquélla respecto del nuevo Cabildo de Freirina, pero a pesar del subido tono a que llegaron las notas de la controversia, el diferendo se resolvió al quedar del todo deslindados los territorios de cada uno de estos municipios, en noviembre de 1829. Sostiene don Joaquín que desde la separación del territorio de Freirina comenzó la rivalidad entre el gobierno de esa villa y el de Vallenar. Irregularidades o diferencias de criterio en diversas elecciones comunes a los dos departamentos, tensaron las relaciones entre ambos, y esa discordia se acentuó con ocasión de los turnos de agua del río. “Eterna manzana de la discordia”, llama a este asunto el historiador.

Morales es ecuánime y justo en este tema. Freirina y Vallenar han compartido el río y el valle. Inicialmente presentaban condiciones similares, como asientos de población, sobre todo mineros, con precedencia de Freirina, cuando ésta tenía el antiguo nombre de Santa Rosa. La prueba más notoria de ello es el levantamiento, en el asiento de Santa Rosa, del acta de fundación de la villa de Vallenar, en 1789. Y en este mismo expediente también se establece la diferencia. Santa Rosa es asiento y Vallenar villa, y, además, cabecera de partido. Desde esta diferenciación empieza igualmente la oposición y hasta la resistencia, cuando por voluntad de la autoridad superior se dispone que la población deba ser concentrada en Vallenar. La gente de Santa Rosa fue obligada, es más, forzada al traslado. Por atendibles que fueran las razones en que se basó esa medida, significaba en la práctica, para los habitantes de Santa Rosa, el desarraigo.

Las dos poblaciones volvieron a condiciones similares cuando a Freirina, en 1824, se le otorgó el carácter de villa, pero volvieron a ser distintas cuando a Vallenar se le otorgó el título de ciudad, en 1834, para tornar a la similitud en 1874, cuando Freirina también fue reconocida como ciudad.

Por los múltiples antecedentes que presenta el investigador, entendemos que hay amplio interés de la ciudadanía por la política, en instancias esenciales, como la elección de Presidente y la definición de Chile como país inclinado por el sistema unitario o por la opción federalista. Morales anota el funcionamiento periódico de los mecanismos que reglaban la vida política, ya la elección de diputados a los congresos constituyentes, ya de diputados a la Asamblea de Coquimbo, bien a la elección de gobernador departamental, bien a la elección anual de los integrantes del Cabildo. No obstante, don Joaquín nos informa de otros aspectos de la vida en la villa. Así, en el plano religioso alude a las solemnidades de la fiesta de Corpus Christi, muy importante para el católico Vallenar de entonces.

El sostenido interés por la cosa pública, de autoridad a simple vecino, volvió a expresarse con motivo del juramento de la Constitución de 1828, con toda suerte de manifestaciones de regocijado espíritu patriótico. El nuevo cuerpo legal ya trajo un cambio local: la elección de un solo diputado para representar a los departamentos de Vallenar y Freirina en la Asamblea Provincial. Y una vez más Morales no descuida las informaciones fuera de la política. Este año de solemnidades y fiestas, los vallenarinos también participaron de “la bendición de la iglesia matriz, que después de muchos años de trabajo y de cuantiosos gastos venía a ser una realidad para sus religiosos habitantes”.

Serias divergencias en torno a la elección de Presidente y Vicepresidente marcaron a 1829 y culminaron en un estado de revolución, que se definió en abril de 1830 con la batalla de Lircay. El general Joaquín Prieto, que apoyó a la disconforme Concepción, había de terminar derrotando a Freire, quien terminó preso y desterrado al Perú, pese a todos sus méritos de servidor de la patria.

La paz se recuperó al año siguiente. En el acontecer provincial, en el cual el Huasco estaba inserto, gana relieve el diputado huasquino José Agustín Cabezas, con varias propuestas ante la Asamblea, entre ellas dos muy notables por su significación. Por una parte, propone el funcionamiento en La Serena de una casa de amonedación, para resolver la falta de moneda sencilla en “las pequeñas transacciones mercantiles y los pagos de los operarios en las minas”. Por otra, presenta una moción por la que pide elevar a Vallenar al rango de ciudad, mediante informe al Congreso Nacional.

El libro contiene el interesante texto de la moción, que es un retrato de los rasgos generales del progresista Vallenar de 1831, con una población de sobre 3.000 personas, según censo de tres años antes. Don Joaquín lo complementa con pinceladas como ésta: “Vallenar seguía su vida tranquila y sin grandes acontecimientos que pudieran alterar la calma de sus pacíficos habitantes”.

Aun antes de esa época, Vallenar sabía de tales calmas, que podían romperse abruptamente con un desastre. Eso ocurrió en 1832, con una epidemia de escarlatina. Es la primera referencia de Morales a un masivo problema de salud en el Huasco. El mal fue temible, por la mortandad que ocasionó como secuela. Algunos pensaron que influyeron en la propagación de la enfermedad las descuidadas sepultaciones en el cementerio de la villa y se resolvió clausurarlo. En su reemplazo se habilitó otro que varias veces ampliado y modificado, llaman hoy “antiguo” o “municipal”.

Otras causas para quebrar la tranquilidad fueron los bandoleros del valle, los muchos presos en la cárcel que era insegura, y los temblores. Uno de ellos, violento como terremoto y con maremoto en Huasco, se dejó sentir el 28 de abril de 1833. Hizo caer murallas y dañó edificios, entre ellos, lamentablemente, la iglesia matriz.

La tarea de arbitrar fondos para refaccionarlos, no desvió al Cabildo de preocuparse también de “dar desarrollo a la instrucción del pueblo”. Como “preceptor” nombró “al ciudadano de La Serena don Pedro Antonio Peñaloza” y se destinó como local escolar una dependencia del reparado edificio Los Portales, por el lado de la calle llamada con toda propiedad Escuela, ahora José Joaquín Vallejos, pero luego fue remplazado por José Santos Herrera, a condición de una conducta y resultados escolares satisfactorios para el Cabildo. El trabajo docente del nuevo preceptor fue tan meritorio que llegó a la matrícula a más de cien niños y hubo, en justicia, de mejorársele su remuneración.

Volvió al primer plano público el tema de la constitución. La de 1828 había sido modificada en varios artículos, en una amplia convención a fines de 1832. De modo que empezaba a regir la carta fundamental de 1833, jurada y festejada en Vallenar como había ocurrido con la anterior, y que aún estaba vigente en los días de don Joaquín Morales. Sólo que durante las celebraciones la naturaleza volvió a marcar a ese año con un rigor que se recordaría por mucho tiempo después. El 15 de agosto, segundo día de los tres destinados a las fiestas, se desató un temporal que llegaría a alcanzar enormes proporciones. Llovió literalmente a cántaros. La precipitación se prolongó por tres días. Al cabo hubo de verse su impresionante efecto residual, en la forma de una crecida del río Huasco como no se recordaba del pasado. Autoridades y pueblo vieron impotentes cómo las aguas destruían el admirable puente de cuatro ojos, prueba del progreso alcanzado por la villa, y cómo al desaparecer esa obra, Vallenar quedaba aislado de su parte sur, de Freirina y de Huasco, y hasta se temió que la población se viera inundada en su lado norte, por el cauce de la ahora calle Marañón, “que en años anteriores era un brazo del río que se desprendía un poco más abajo de la chacra llamada el Arenal”.

A todo esto la moción del diputado Cabezas, presentada en la Asamblea Provincial, terminaba exitosamente su tramitación cuando el Congreso Nacional, por acuerdo de 24 de octubre de 1834, concedía a la villa de Vallenar el titulo de ciudad. La satisfacción por este logro movió al Cabildo a interesarse por solucionar el estado de obstrucción de las calles en el área poniente de la localidad y acordó, dice el historiador, “que las calles largas y atravesadas que tenía cerradas el presbítero don Bruno Zavala, desde la chácara de la testamentaría del finado don José Antonio Zavala, su padre, como tres cuadras más arriba, desde la calle de la Merced y el Río, debían abrirse para remediar tan notable falta en el plazo de noventa días…”.

Agrega Morales que se procedió según el acuerdo del Cabildo. Sólo no pudo abrirse la calle del Laberinto, después Serrano, “por la presencia de las vegas, demasiado húmedas y extensas, que existen en esta parte de la población”. El cura Zavala, además de dar las facilidades necesarias, hizo regalo “del terreno que ocupó la Alameda vieja o de Prado”, más tarde avenida Matta, y “en mucha parte fue arreglada por el mismo…”. En suma, fue el mayor trabajo de adelanto urbano desde la fundación de Vallenar.

A propósito de este episodio, cabe destacar el hecho notable de que, como complemento del tema, don Joaquín Morales traza toda una semblanza del admirable cura Zavala, la única nota biográfica de un personaje que contiene el libro. ¿Ve encarnados en él los méritos ciudadanos más acrisolados como para esta excepcional forma de homenaje?

En 1835 se suma otro paso de progreso, muy concordante con el nuevo rango de Vallenar. El gobernador José Urquieta propone la creación de una recova y sugiere como local para ese establecimiento el desaprovechado patio de la casa consistorial. Su idea es acogida por el Cabildo.

Al año siguiente, primera referencia en el libro de varias apariciones de la epidemia de viruela en el Huasco que habrá en el futuro.

En 1837 volvemos a saber de dos figuras públicas relevantes en la primera mitad del siglo: José Agustín Cabezas, quien resulta elegido alguacil mayor en la renovación del Municipio de ese año, que introdujo las loterías públicas que aportaban una fracción del resultado a los fondos municipales, y el presbítero Bruno Zavala, nombrado de seguro por sus conocimientos en instrucción popular, en la comisión, a cuyos integrantes se les encomendó “prescribieran mejores métodos de enseñanza y se salvaran las dificultades en la marcha de la escuela”.

La noticia que descolló en 1839 fue el triunfo decisivo de las armas de Chile, al mando del general Manuel Bulnes, en Yungay, Perú, sobre las fuerzas de la Confederación Perú-Boliviana. En el ámbito huasquino y como para dejarlo señalado, por tratarse de un hecho sin precedentes, reflejo de los requerimientos de la vida económica local, el Municipio, en sesión del 22 de octubre, “autorizó bajo fianza, a la casa minera de Walter Hermanos, para que emitiera tres mil pesos billetes y los diera a circulación…”.

El capítulo “Las costumbres coloniales en el Huasco” es una amena narración de hechos vecinales del Vallenar más temprano. Algunos hoy parecen increíbles, como la realización de las corridas de toros en una plaza de aspecto muy diferente al actual. Lo más impresionante es el impacto económico que trajo sobre la pequeña villa la explotación del mineral de plata de “Agua Amarga” y cómo la afluencia de recursos, en un volumen desconocido hasta entonces, influyó en el desarrollo de la población y en la evolución de las prácticas sociales.

En las páginas dedicadas a la agricultura, nuestro conductor despliega un amplio caudal informativo sobre la explotación de la tierra huasquina, desde sus comienzos con los indígenas. Destaca la introducción de las viñas y con ellas, la producción de vinos y aguardientes, y más tarde de piscos. Aparece el poderoso encomendero Jerónimo Ramos de Torres casi como una institución en el Huasco agrícola de la colonia. Un importante antecedente es la entrega para agricultores de terrenos próximos al río, ya en tiempos de Paisanas y Santa Rosa y del Huasco Bajo indígena. Sabemos que de antiguos años se cosechaba en el valle trigo, alfalfa, y también maíz, porotos y papas. Las pasas y los higos, en el rubro de las frutas secas, son muy solicitados. Se nos presenta un Vallenar verde de árboles, hortalizas y plantas de jardín.

Muy destacable es el nexo y complementariedad de la agricultura y la minería, aquélla como proveedora de ésta de productos para los “minerales vecinos”, tanto para los mineros como para los animales empleados en “el carguío de minerales” y de “leñas para los ingenios”.

Se hace evidente la falta de más terrenos cultivables. Se viene la época de la apertura de canales en las áreas de Vallenar y Freirina, para el regadío de fundos que se crean en tierras vírgenes. Apunta el historiador una serie de acueductos: el Marañón, el Quebrada Honda, el Dos Amigos, el Perales, el Castañón, el Campusano, el Gallo, el Buena Esperanza, y otros, todos de vital importancia para la agricultura de la época. Don Joaquín también resalta el avance agrícola con una completa nómina de chacras y hay en ello un tácito elogio al espíritu empresarial de quienes las llevaron a su concreción. Asimismo, señala el aporte de los agricultores de los valles del Carmen y de El Tránsito. Cita a Freirina y Huasco con cultivos solo de subsistencia. Menciona los olivos primero como “plantíos” y más adelante expresa visionariamente: “Sólo el cultivo del olivo, manifestado por grandes olivares que se mantienen con cuidado y atención, está indicando que en lo futuro puede ser la base de importantes industrias”. Los empresarios más pujantes ya entonces ponen su interés en las altiplanicies inmediatas al norte de Vallenar, con el liderazgo del interesante José María Quevedo, y sus miras alcanzan hasta la aguada de Marañón, lo que ni aún hoy se ha logrado.

El capítulo concluye con un prolijo tratamiento de la disponibilidad de agua del río y de la implantación de turnos, bajo la autoridad de un juez y la vigilancia de celadores, a fin de allanar el agudo y tensional problema de escasez en los períodos de sequía, todo ello para hacer equitativa su distribución, sin dejar por eso de considerar otras medidas como los tranques de cordillera.

De valor sustancial en la obra son los segmentos sobre la minería. El investigador expone nuestro historial minero, iniciándolo con los indígenas, en la época prehispánica, con testimonio de estos últimos en las minas Santa Catalina, El Zapallo y Camarones, con alusión al maray como instrumento de molienda. Se extiende a la etapa de expansión de la actividad con los españoles, y a la importancia que le dieron al oro y al cobre. Observa el difundido empleo en el Huasco, del horno de manga como dispositivo para la fundición del cobre en los tipos de “los óxidos y los carbonatos”. Incluye antecedentes, tocantes al Huasco, sobre minas en trabajo, del informe del Real Tribunal de Minería, de Juan Egaña (1803). Además, se vale de datos conseguidos personalmente y otros tomados del intendente De la Fuente, para enumerar los más importantes yacimientos de oro de Vallenar y Freirina, también los más afamados de cobre, de ambos ahora ex departamentos. Igualmente acude al informe Díaz – San Roque, y por cierto a Vicuña Mackenna.

Morales dispone un vasto panorama de multitud de minas, grandes o pequeñas, distantes o cercanas, que abarcan los cuatro puntos cardinales de la tierra huasquina; convoca a la dinastía, de oscura suerte, de los descubridores de yacimientos; cita a numerosas figuras de la industria y valora a los que fueron más allá de los afanes de la empresa, a Gregorio Aracena y su estrella de la independencia patria, al cura Zavala y su estrella de la educación popular, a Nicolás Naranjo y su estrella de la filantropía; da espacio en el entramado de su visión a las casas comerciales de alto poder económico, incluidas las que representaban al Imperio Británico, y tácitamente a la masa trabajadora anónima, que él conoció de cerca en su humanísimo trato de médico; en fin, con su conocimiento de estudioso del tema y también con el aval de minero de Barranconcitos, Ramadilla, y Grandones, compone el magno friso de la minería del Huasco.

A veces pienso que don Joaquín pudo tener el proyecto de un segundo tomo de su “Historia…”, que arrancara tal vez de temas de los que fue testigo cercano, como la Guerra del Pacífico, el centenario de la fundación de Vallenar, la Revolución del 91, el paso del siglo XIX al XX, quizás hasta la creación del Instituto Industrial y Comercial, puesto que él era decidido defensor de la educación del pueblo. Contaba con el estímulo de la excelente acogida que tuvo su obra, en expresiones como las vertidas por el poeta Enrique Ruiz Tagle. La comunidad le tenía gran aprecio y su prestigio era indiscutible. Por lo demás, era hombre estudioso y bien informado.

En todo caso, hizo más de algún alcance a temas de su tiempo inmediato o proyectado hacia el futuro. Uno de ellos alude a las vegas que hasta hace pocos años hubo al naciente de la avenida Matta: “Es increíble, sin embargo, que hasta nuestros tiempos existan todavía estas vegas, cuyas emanaciones infestan perjudicialmente la población, contribuyendo a viciar la atmósfera y a producir enfermedades infecciosas, y que ningún municipio o autoridad administrativa haya tomado bastante empeño para hacer desaparecer este foco de enfermedades y de miasmas en una ciudad que puede llamarse culta”. Otro se refiere al peligro de las crecidas del río para Vallenar: “A pesar de que se han hecho obras de canalización, que no han pasado de un simple simulacro, creemos que, si alguna vez no llega a verificarse el trabajo de los tranques de la cordillera, a que el gobierno debiera prestar especial atención, la ciudad de Vallenar tendrá que lamentar perjuicios de consideración, y que la buena voluntad del gobierno podría fácilmente evitar”. Uno más, en relación a la falta de un liceo: “…y, sin embargo, en el año 1896 no se ha podido conseguir la fundación de un liceo, aunque fuera de segundo orden, o una escuela de minería en la ciudad principal de este valle, tan aislado y tan distante de los principales centros de educación”. Quizás, en parte, escribió ese otro tomo, como un eventual capítulo, en el que pudieran haberse reunido sus observaciones críticas, sus cuestionamientos y aspiraciones, en suma, su debate hacia el futuro.

Don Joaquín Morales, un espíritu nobilísimo, alerta y adelantado; una honda sensibilidad por la gente, demostrada con la publicación de su “Higiene práctica de los mineros”, en 1893, libro que siendo él un joven, lo convirtió, a nuestro juicio en un pionero de la medicina social de Chile; un hombre que, sin nunca caer en pose de académico, es un maestro.

Nadie antes de Morales Ocaranza nos había mostrado el Huasco como una unidad geográfica e histórica, como un mundo coherente y de vida propia, sin dejar por eso de considerarlo inserto en la realidad nacional. Nos ha hecho conscientes de un pasado del que no conocíamos nada o sabíamos apenas jirones inconexos de él.  La Historia del Huasco, escrita tan sin pretensiones intelectuales, ha llegado a ser una obra de consulta y de estudio. Con este libro comienza la historiografía del Huasco; de sus páginas provienen Juan Ramos Álvarez, Oriel Álvarez Gómez, Francisco Ríos Cortés, Kadur Flores, Oriel Álvarez Hidalgo y otros. Esta obra podría tener el título alternativo de “La historia narrada desde el Huasco”. Es decir, con este texto la cultura local asume importancia prioritaria, ya no nos absorbe el centro capitalino. La provincia la miramos hacia dentro. Nos enseña, como lo hicieron los indígenas, que el terruño es nuestro centro. Ningún otro instrumento cultural ha resultado más consistente y calado más hondo en los huasquinos para darnos una identidad, y a medida que el tiempo transcurre, se consolida como la gran piedra basal de nuestro patrimonio.

 

 

 

Síguenos en facebook

Comparte

Facebook
Twitter
WhatsApp
error: Contenido protegido!!!