Por Carol Calderón, jefa de operación social de Hogar de Cristo en Atacama.
El dueño de un predio se acercó al capellán del Hogar de Cristo con un cheque y le dijo: «Tome, padre, para sus obras». El sacerdote lo miró y le respondió: “Muchas gracias, pero disculpe si antes de recibirlo le hago unas preguntas: en su campo, ¿tiene trabajadores?”, “¿y ellos tienen casa?”, “y en esas casas ¿hay luz eléctrica?”, “¿tienen piso o suelo de tierra?”, “¿y habrá alcantarillado?”.
El hombre no supo qué responder.
«Hagamos una cosa», le respondió el capellán: “Vaya con este cheque y haga todas las cosas que les debe a sus trabajadores. Estas que conversamos y las que falten. Después, si le queda algo para donar me lo trae para el Hogar de Cristo».
El capellán de esta historia era el padre Hurtado. Quien hoy, en el Mes de la Solidaridad y aún más en un 2020 que nos ha demostrado la precariedad de nuestro sistema de protección social, nos inspira más que nunca. Él fue un activista social que supo distinguir entre la conciencia de la justicia y los esmeros de la caridad.
¿Cómo ayudamos a las personas con más hambre que deben recurrir a las ollas comunes? Con todo, habría que responder. Jugándonos por ellos, pero haciendo además todo los esfuerzos necesarios para que resolvamos pronto y en serio la hambruna que está provocando la pandemia con un plan de alimentación que vaya mucho más allá de la repartición de cajas de alimentos o el apoyo a la olla común.
Agosto es el Mes de la Solidaridad y lo es en homenaje a Alberto Hurtado, quien murió el 18 de agosto de 1952, dejando como legado eso que algunos llaman su milagro cotidiano: el Hogar de Cristo.
Lo suyo fue pura organización social y sensibilización solidaria. Lo suyo hoy sería cuidar a esos que por su condición corren peligro de contagiarse y morir; alentar las ollas comunes que son la solución para esa guata vacía que duele de hambre; y levantar la voz para trabajar en respuestas sólidas, multisectoriales para afrontar la pobreza que viene. Lo suyo hoy sería trabajar para que los 4.500 adultos mayores, hombres y mujeres con discapacidad mental y personas en situación de calle que están en cuarentena en residencias, hospederías y casas de acogida del Hogar de Cristo no sucumban al virus, lo mismo que los 30 mil que se atienden de manera ambulatoria. Y para ello pediría, como siempre, dar hasta que duela, porque eso es solidaridad y compromiso.