Por Miguel Fortt Zanoni
El hecho de estar ligados a la minería nos hace fuertes, porque aquí todos somos mineros, los hijos, los nietos, los sobrinos…También son mineros nuestros vecinos; nuestros poblados; las pequeñas localidades, como digo, todos somos mineros.
Por lo tanto, somos duros, curtidos por el sol y el viento, acostumbrados a las inclemencias del tiempo, no nos importa ni el frío ni el calor, ni menos los aires contaminados. Como diría un roto cualquiera, tenemos “Cuero´e Chancho”. Somos generosos, compradores, gastadores, vieras cómo llegan los bancos, prestamistas y casas comerciales a ofrecer créditos, cuando está buena la minería.
Vieras como se llenan las botillerías, discotecas y los sitios de vida fácil cuando hay platita. Aparecen los autitos nuevos, se llena de camionetas la ciudad y se acaba la carne en las carnicerías. Y cuando se acaba esta quimera, volvemos a la realidad, volvemos a ser colectiveros, negociantes, emprendedores y microempresarios.
La ciudad sufre un letargo, muchos no se pueden ir, y encuentran que la ciudad es fea, desagradable, inocua y sin identidad. Es una costumbre que tiene desde siempre el minero, o el hijo del minero. Es una costumbre con raigambre.
Los que no conocen nuestra zona, no conocen nuestra realidad.
No saben que los mineros, somos morenitos, que cuando nos martillamos un dedo en la mina no lloramos, si nos herimos la orina nos estancará la sangre. No saben que en cada momento uno de los nuestros se queda abajo en el pique, y debemos sobreponernos.
Nos sonreímos irónicamente, cuando nos dicen que aumentarán nuestros sueldos o cuando nos prometen un hospital broncopulmonar o un centro oncológico o nos van a mejorar la calidad del agua, cuando en realidad lo que hacen es quimificarla y tratar de eliminar el micro plástico que contiene. No saben que tenemos la sangre contaminada, los pulmones con tierra, las manos encallecidas por culpa las herramientas como el combo y la pala.
Se nos platean las sienes, se nos surca el rostro, se nos pone dorada la piel, los brazos cobrizos y los ojos vidriosos como el cuarzo.
EL único que no tiene cambios es nuestro corazón, el que tan solo se hincha, cuando con orgullo confesamos que, somos hijos, nietos, sobrinos, hermanos, parientes o amigos de un minero copiapino.
Mis fraternales saludos a todas y todos los hijos de esta hermosa ciudad que nos vio nacer y de lo cual se está orgulloso de ser de Copiapó capital de la noble región de Atacama.