Por Carlos Vöhringer, director técnico del Hogar de Cristo
Desde que Claudia tiene uso de razón vio a su padre golpeando, insultando y maltratando a su madre. Un día, él fue detenido y condenado por tráfico de drogas. La madre intentó tomar las riendas del negocio, pero fue descubierta y encarcelada. Claudia y su hermana menor, que entonces tenían 9 y 7 años, fueron ingresadas a un hogar del Sename.
A los 14 años, en una salida, Claudia conoció a Mario, de 34. Iniciaron “una relación amorosa”. Ella lo consideraba el hombre de su vida; él le daba regalos, ropa, marihuana. A veces, la golpeaba, pero era porque ella no se portaba bien. Claudia lo ayudaba a repartir encargos de drogas y, cuando les iba bien, hacían fiestas, donde él la dejaba consumir alcohol, drogas y le pedía que tuviera relaciones sexuales con sus amigos.
Hoy, Claudia, de 17, sigue vinculada a la residencia de protección, aunque en la práctica está siempre fuera. El equipo del hogar no sabe cómo enfrentar la situación. Y, pese a las múltiples denuncias, no ha sido posible hacer justicia sobre la evidente explotación sexual comercial de la que es víctima.
Lo peor de todo es que Claudia no es la única adolescente que es usada y abusada por estas mafias que se valen de su pobreza y vulnerabilidad. Por estas redes que se instalan descaradamente frente a las residencias para niñas y jóvenes, ofreciéndoles la falsa ilusión de amor y recursos económicos, aunque de lo que se trata es de perpetuar y profundizar el abuso, la violencia y el daño que, tanto ellas como una cadena de mujeres que las anteceden, padecen.
Grooming se llama el proceso de seducción con que el explotador se acerca a la víctima. La estrategia es infame porque se vale de las múltiples carencias, negligencia e historias de violencia y trauma, en especial de índole sexual, que arrastran estas adolescentes.
Las causas de ingreso dan cuenta de cuánto más complejo es el caso de las mujeres en residencias de protección que el de los hombres. Según datos de ingreso al Sename de 2019, el 93% de ellas había sufrido violación; de ellos, sólo un 7%, y el 85% de ellas, abuso sexual; de ellos, un 15%. Esto revela una gran falencia del sistema de protección: no considerar la mayor vulnerabilidad de las niñas y la falta de una mirada de género para su cuidado, protección y reparación del trauma. Por el contrario, incluso dentro del sistema, se les sigue victimizando desde los estereotipos sexistas, el prejuicio y la estigmatización, propios de una cultura machista que normaliza el abuso.
Esta es una de las grandes deudas que tenemos en Chile. Es una vergüenza nacional que ni las policías, la fiscalía, los sistemas de salud, educación, protección, sean capaces de impedir estos crímenes monstruosos. Por eso pedimos basta de palabras y pasemos del dicho al hecho para proteger los derechos de las más postergadas de todas.