El 25 de marzo de 2015, diversos aluviones azotaron el Norte Chico de nuestro país. Atacama fue la región más afectada con 31 víctimas fatales, 16 desaparecidos y más de 16 mil damnificados. En San Antonio, un pequeño poblado al interior del Valle de Copiapó, dos temporeras murieron en el desastre: Sandy Karina Bernal Nieto y Jennifer Cecilia Novoa Novoa, mientras que en Diego de Almagro, el joven bombero era arrastrado por las aguas y de su cuerpo nunca más se supo, por más que su padre dejó todo su esfuerzo.
El barro arrastrado por las aguas y condensado días después por efecto del sol inclemente de la zona, hizo todo más difícil para recuperar la normalidad en la vida de los atacameños. Muchas casas por los suelos, otras desaparecidas, gente durmiendo a la intemperie, otras tantas en albergues. No había agua potable, tampoco alimentación, se suspendieron las jornadas laborales en las faenas mineras de Tierra Amarilla y Diego de Almagro, porque los caminos estaban cortados.
Mientras tanto, los canales de televisión comenzaron a mostrar dantescas imágenes de enormes crecidas de los ríos El Salado y Copiapó, que arrasaban con todo lo que encontraban a su paso en Diego de Almagro, Chañaral, Tierra Amarilla y Copiapó, respectivamente. “Es el fin del mundo”, se escucha en la televisión que grita una espantada vecina que solo atina a correr con su niño en brazos.
Los alcaldes comienzan a pedir ayuda, pero nadie los escucha en los primeros momentos, porque estaban cortados los servicios de energía eléctrica y telefonía y, además, deben afrontar los primeros momentos desde sus casas, porque tampoco pueden llegar a los recintos consistoriales, porque el agua y el barro lo inundan todo; además, en el caso de Diego de Almagro y Chañaral, el aluvión destruyó por completo los edificios municipales; no quedaba nada.
La Dirección Meteorológica de Chile explicó que el fenómeno “circula en torno a un punto y va generando a distintas horas un impacto mayor en cobertura espacial geográfica, de lo que suele ocurrir habitualmente. Por lo tanto, es un evento raro, infrecuente para la época del año, para la intensidad, y para la cobertura. Es comparable a un trompo que no se sabe dónde va a caer, que no se sabe hacia qué lado rematará su caída”.
En el edificio “Pedro León Gallo” comienzan las reuniones de emergencia; cómo pueden empiezan a llegar los alcaldes; al día siguiente arriba el ministro del Interior Nicolás Peñailillo y el subsecretario de Desarrollo Regional; horas después lo hizo la presidente Bachelet; sin embargo, nada se solucionaba de inmediato. “No me han mandado ni una aspirina y acá necesito viviendas de emergencia y máquinas para sacar el barro de las casas”, fue lo primero que dijo el alcalde de Tierra Amarilla, Osvaldo Delgado Quevedo. Ante la ineficacia del Gobierno, la ayuda tuvo que venir de los propios chilenos que, desde todos los puntos del país, empezaron a enviar ayuda solidaria para las distintas comunas de la región.
Los atacameños recuerdan que hacía 10 años que no llovía en la región y todos querían que San Pedro se acordara de ellos ese año, pero, tal como quedó en evidencia, “se le pasó la mano”.
Hoy se cumplen 6 años de aquella desgracia y, aunque parezca increíble, todavía permanecen las promesas incumplidas de vivienda para quienes lo perdieron todo. No son pocas las autoridades de aquella época que, olvidando su compromiso adquirido con la gente, hoy se pasean por distintos puntos de la región o comunas haciéndose campaña para un futuro cargo de elección popular, como que si la gente tuviera mala memoria. El dolor y el engaño son golpes que llegan a lo más profundo del alma, por eso no se curan ni con el paso del tiempo.