Me levanto y parto a cepillarme los dientes, pero el tubito está vacío – ley de Murphy. Medio dormida lo boto y busco otra pasta de dientes en el estante. ¡Bingo! Arranco la pegatina que cierra la caja, saco el tubo desde dentro del cartón, abro la tapa rosca de plástico, retiro la lámina sellante y, después de esta especie de procesión, retomo mi ritual matutino. Tras ducharme pongo la cafetera –en pocos minutos seguiré revisando los últimos detalles de la próxima sesión del Grupo de Trabajo de Economía Circular junto a mi equipo–, pero me cuesta dejar atrás aquella escena en el baño antes de entrar a la reunión.
Reflexiones casi filosóficas me surgen mientras prendo la pantalla. ¿De dónde viene y hacia dónde va toda mi basura, incluso la que separamos tan minuciosamente en casa para llevar al Punto Limpio? Salvo lo que echamos al compostaje del jardín, la respuesta sincera es que sólo sé que nada sé.
El tubo de la pasta, por ejemplo, hecho de capas de múltiples plásticos mezclados, ¿me consta siquiera que puede reciclarse? O, la cajita de cartón, ¿es realmente de cartón si viene laminada en plástico? Tanto o más inquietante resulta el hecho de pensar en que la mitad de esos elementos que boté a cinco minutos de despertar, pasaron por este mundo sólo para terminar ahí: en el tacho. Incomoda cuestionar el sistema que conocemos y nuestros propios hábitos, pero la interpelación es pertinente.
Por mucho que quizás ya estemos intentando aportar nuestro grano de arena, lo natural es que nos choque la noción de que avanzar más despacio hacia el precipicio no es lo mismo que tomar firmemente el volante para dar un giro y cambiar de rumbo. Se trata, nada más ni nada menos, de cuidar el equilibrio del planeta para resguardar nuestra propia subsistencia.
Respiro profundo: transitar hacia una economía verdaderamente circular es un proceso de largo aliento. El rediseño de los sistemas de producción y de negocios desde lo lineal, donde se produce y se desecha, hacia un nuevo modelo en el que los productos y todo lo necesario para su elaboración conserven su utilidad y valor, es un real cambio de paradigma.
Y si bien como concepto ha estado en la palestra desde hace algún tiempo (y es bueno que así sea), urge que pasemos cuanto antes de hablar sobre economía circular a ponerla en práctica. En este sentido, la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor y Fomento al Reciclaje (REP), que busca establecer una industria que se responsabilice por sus productos a través de la prevención de generación de residuos, su recuperación y reciclaje, es un paso importantísimo que Chile ha dado en la dirección correcta.
La experiencia internacional nos habla de lo central que resulta la implementación de un sistema de gestión de residuos funcional, así como la integración de materias secundarias al proceso productivo.
Con esto en mente, fue que la Cámara Alemana en Chile (AHK Chile), inició el año pasado un Grupo de Trabajo público-privado de Economía Circular enfocado en residuos orgánicos y en envases y embalajes, por representar en conjunto un elevado porcentaje del total de desechos domiciliarios y tener, a la vez, una tasa de reciclaje todavía muy baja al día de hoy.
Tras haber sostenido las primeras tres de cuatro sesiones en que se combinaron exposiciones, tanto de expertos alemanes como chilenos, con dinámicas interactivas para debatir las ideas expuestas y proyectar posibles líneas de acción, estoy convencida de que el país vive un momento crucial.
Recibimos con entusiasmo las ambiciosas metas planteadas por el Ministerio del Medio Ambiente en resoluciones y decretos relacionados a la ley REP, que fijan en 80% los hogares chilenos que contarán con un sistema de recolección puerta a puerta para reciclar el 60% de cartones para líquidos, 55% de metales, 70% de papeles y cartones, 45% del plástico y 65% del vidrio en 2035. Para el 2040, pasaríamos del 1% actual a una valorización del 66% de los residuos orgánicos domésticos.
Retos colosales en cuanto a la ejecución, pero a la vez una oportunidad valiosísima si todos los actores –desde el Estado, pasando por los productores y llegando hasta los consumidores– nos sumamos a esta vital carrera.
La vasta trayectoria alemana en el ámbito de la economía circular puede servirnos tanto para conocer tecnologías e innovaciones a la vanguardia como para inspirarnos en lo que ha dado resultados allá, pero también para detectar de antemano posibles callejones sin salida y pasos que se han tenido que desandar sobre la marcha, por ejemplo por efectos del downcycling. Estamos ante la misión de avanzar en materia de información y en la creación de sistemas de gestión competitivos y transparentes. Creo firmemente en que nutrir el debate local con experiencias de otros países facilitará el camino hacia un Chile Circular. En lo personal, me encantaría producir más ideas que basura innecesaria antes de tomar desayuno y sé que el planeta también lo agradecería.
Annika Schüttler,
Project Leader Energy & Sustainability
Cámara Chileno-Alemana de Comercio e Industria (AHK Chile)