Además de haber reavivado la polarización cuyas brasas apenas descansaban, la retirada militar acordada por Trump y ejecutada por Biden ha dejado un caos imprevisto por todas las partes, incluyendo a protagonistas y observadores. A la indignación, la empatía y las posiciones políticas, se suma un listado enorme de preguntas que aún no han sido respondidas
Infinitas preguntas: el retiro de las tropas de Afganistán ha dejado al mundo anonadado. No sólo es que nadie se esperaba lo que está pasando, sino que la decisión sobre qué hacer ahora sigue pareciendo flotar en el aire.
En medio de los alaridos que aterrorizados decretan que el liderazgo de Estados Unidos en el mundo se ha acabado, y de los anuncios a recibir refugiados por parte de algunos países europeos y otros estados estadounidenses, la opinión pública mundial está, sobre todo, perpleja.
¿Alguien se figuró acaso que el solo anuncio de retiro de tropas de Estados Unidos haría caer en días, si no horas, la democracia construida por 20 años y respaldada por el poder americano y de la OTAN?
La pregunta es, solamente, la madre de más preguntas. Porque ante el inusitado desenlace de los acontecimientos en Afganistán, las interrogantes no han hecho sino multiplicarse.
El escenario previo al retiro
La corresponsal de El Mundo en Afganistán, Mónica Bernabé, ya lo había advertido en su libro Afganistán, crónica de una ficción. «La democracia afgana no tiene ni remotamente la solidez que se vende»,afirma en sus páginas, en las que también explica que la seguridad del territorio dependía básicamente de las fuerzas extranjeras. «Cuando las fuerzas de la OTAN empezaron su retiro enseguida se vio mermada la seguridad de transporte por el país», dice.
Sin embargo, Kabul y otras ciudades permanecían resguardadas, pues el despliegue militar estadounidense era suficiente. Para Bernabé, la fragilidad del sistema afgano era patente. Si bien muchos líderes valiosos e importantes lograron cambios que prometían germinar en el futuro, también es verdad que muchas figuras de poder no sólo eran acusados de actos de corrupción, sino que ostentaban mansiones y lujos con descaro, en una sociedad con una economía más que pobre, precaria.
Por otra parte, explica Bernabé en un hilo de su cuenta de Twitter, que esa carestía más la disparidad con personajes que lucían enriquecidos a cuenta de las ayudas internacionales, afectaba mucho la moral de los soldados de las fuerzas afganas. «En cuanto se educaban, se iban al extranjero, donde eran contratados en mejores condiciones».
Y eso sin nombrar lo que, por razones culturales, acerca mucho más a cualquier soldado o ciudadano afgano a un talibán, desde el islamismo, que a una democracia occidental sin raíz alguna en su propio historial. Por la cual habría que arriesgar sangre y vida para ser defendida. Visto desde el día de hoy, es obvio que la ecuación no cuadraba. Pero siempre es fácil analizar la faena cuando ha sucedido.
La oscilación del péndulo
Todo le había salido bien al centro político estadounidense desde hace un año para acá. Republicanos y demócratas de centro se atrajeron para repeler los extremos y fueron fortaleciendo un tradicional centro político que estaba perdido, derrotando intentos de golpe de estado, dándole un giro no político al manejo de la pandemia, venciendo incluso en la agenda a la dinámica polarizada que dejó Donald Trump.
Pero, a contravía del refrán, escampa y llueve. Después del sol, viene la noche. El péndulo ha vuelto a girar y lo ha hecho con todo su peso. Sólo habrá que ver cuán graves son sus consecuencias desde el punto de vista del poder.
Convengamos en que la primera responsabilidad política de toda esta calamidad es de Joe Biden, independientemente de la responsabilidad del acuerdo de Trump y la inacción de Obama. Él es el líder de un operativo que ha tenido resultados desastrosos. No parece que Donald Trump, quien ha querido tomar ventaja de la situación, pueda usufructuar demasiado, habiendo sido él mismo su autor intelectual, pero otras consecuencias empiezan a mostrarse: algunos estudios señalan que los estadounidenses, mayoritariamente de acuerdo con el retiro de las tropas, se oponen a la forma en que ocurrió el retiro, y la popularidad del presidente Biden ha bajado sensiblemente por primera vez desde que está en el gobierno.
No podía ser de otra forma.
Biden, que es cualquier cosa menos un recién llegado a la política, ha asumido directamente la responsabilidad (no sin señalar la falta de voluntad afgana o los informes de inteligencia), para que el costo político sea lo más volátil posible. Pero si todo ha salido distinto de lo que esperábamos en Afganistán, tampoco podemos pensar que es muy predecible la política local.
Además del caos y las oprobiosas consecuencias que bajo el régimen integrista talibán podría tener el escenario que está planteado para los afganos -y sobre todo para las mujeres afganas- la opinión pública mundial parece, más allá del clima de polarización que dejó Donald Trump y que intenta volver a revivir, más que sensibilizada e indignada, más que nada, en estado de estupor.
Las preguntas anonadadas van desde por qué esto ha pasado de esta manera, cuál o cuáles cosas no estaban previstas hasta quién no vio venir un escenario como éste.
Cualquiera pensaría que si el gobierno de Estados Unidos hubiese previsto que éste era un marco probable (los talibanes en el poder casi de inmediato, los extranjeros apurados para irse antes de que comience el infierno, la democracia afgana desaparecida de un paro cardíaco), lo habría manejado comunicacionalmente de otra forma, habría previsto y negociado unas medidas. Pero no fue así.
Por el contrario: Biden salió pronto a dar la cara, pero luego ha tenido solo dos apariciones. Y Jen Psaki, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, que había estado a diario con los periodistas desde que comenzó esta administración, esta semana ha brillado por su ausencia.
Por lo que es sencillamente inevitable que nazcan nuevas y nuevas preguntas: ¿nadie previó este escenario o sí se previó y no fue planificada debidamente su atención?
Más y más preguntas
Ahora sabemos que es de conocimiento del mundo militar que, mientras para el resto de los mortales apenas significa el final de un cuento, una retirada es uno de los movimientos más complejos que fuerzas armadas pueden enfrentar.
Es obvio que el escenario que se ha planteado está bajo el paraguas de lo imprevisto, al menos para la mayoría de los mortales. Vale la pena preguntarse, para ver si uno puede entender algo, qué había que prever que no había sido previsto, y quiénes y por qué no lo habían previsto.
¿Tenía Biden conocimiento de algo que no tomó en cuenta? ¿No dieron cuenta los informes militares de que un escenario como éste era posible? ¿Quién es responsable? Las preguntas se reproducen una y otra vez.
Por momentos, el movimiento talibán luce tan eufórico y permisivo que ni siquiera ellos parecen haber previsto entrar con tanta facilidad a retomar el poder que habían conquistado tres décadas atrás.
Después de ver y leer a especialistas, corresponsales y entendedores culturales, religiosos, expertos en terrorismo y en la guerra, pareciera que éste no fue un escenario advertido desde ninguna grada.
Biden dice ahora que «el retiro de las tropas siempre implicó un posible caos», reconociendo en su primer discurso que había ocurrido «antes de lo anticipado». Igual Trump, que declara desmelenado que ésta se trata de la «más grande vergüenza de la historia de Estados Unidos», fue él mismo quien diligenció y firmó el acuerdo que ahora se está llevando a cabo.
¿Por qué nadie vio esta posibilidad? ¿Podría haber sido posible figurar que todo un ejército fuese incapaz de disparar un solo tiro contra los insurgentes? ¿Cómo es que ninguna pieza respondió a su razón de ser? ¿Nadie previó que los afganos serían incapaces de derramar una gota de sangre por la democracia? ¿No hubo un sólo militar que informara que ese cuerpo sin el apoyo estadounidense o de la OTAN sucumbiría, bien por las precariedades económicas o porque su moral republicana y democrática era bastante menor que su sentido de pertenencia islámica? Las preguntas podrían conducirnos a un reconocimiento insólito: nadie lo vio venir. Y al mismo tiempo a una perplejidad: ¿cómo nadie lo vio venir?
Por:
Julio Túpac Cabello