Gerardo Wijnant San Martín
Subgerente de Impacto en Doble Impacto/ Banca Ética
Tal como dice el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), es un hecho que el calentamiento global ha sido provocado por la actividad humana. A partir de aquello, sería importante reflexionar sobre qué ámbitos del modelo de desarrollo nos trajeron hasta este punto, lo que permitiría poner el foco en las transformaciones necesarias para mitigar los efectos.
A modo de ejemplo, mientras cerca del 40% de la comida producida va a la basura (Wiskerke, 2015), la hambruna sigue siendo uno de los principales desafíos a resolver. Por supuesto que no es un problema sólo de producción o desecho de alimentos, sino más bien de una carencia de sustentabilidad en los sistemas alimentarios. Entonces, urge implementar estrategias de adaptación y mitigación. Una de ellas es el desarrollo de una agricultura agroecológica, que ofrece una dieta saludable y preserva los ecosistemas.
En ese escenario, el sistema financiero es fundamental para potenciar las posibilidades de una transformación, pues articula la canalización de recursos hacia actividades que propicien la mejora en las condiciones medioambientales y la protección de los ecosistemas, de manera tal de revertir la situación por la que atravesamos como humanidad.
Tanto en Chile como en América Latina, la Banca Ética potencia iniciativas de empresas y organizaciones que trabajan bajo una mirada de protección al medio ambiente. En esa lógica, sólo impulsa proyectos que favorecen los ecosistemas, evitando así prácticas como la agricultura intensiva o actividades con demasiada generación de dióxido de carbono. El afán entonces es orientarse hacia una agricultura agroecológica, orgánica, biodinámica o regenerativa, para precisamente preocuparse por la salud de las personas y cuidar el planeta.
También resultan interesantes las soluciones basadas en la naturaleza. En palabras simples, iniciativas que protegen y restauran ecosistemas naturales, mientras abordan desafíos sociales tales como la inseguridad alimentaria, escasez hídrica y el cambio climático (IUCN, 2016). Dentro de este marco, se encuentran proyectos de restauración de ríos y humedales, techos verdes, sistemas de drenaje sustentable, entre otros más.
Podemos decir que hay una mayor conciencia de parte de los productores agrícolas de tender hacia una actividad mucho más sustentable. Sin embargo, todavía se requiere mucha más conciencia de los productores y también de los consumidores para seguir optando por una alimentación que sea saludable y que, en consecuencia, esté ligada a una agricultura que resguarda el ecosistema y el medio ambiente.
Dado que está todo interrelacionado, no podemos pensar en el medio sin el ser humano, en ese sentido, definitivamente hay un consumidor mucho más consciente. En un estudio que desarrollamos hace cuatro años, con la consultora Proqualitas, constatamos que el 53% de las personas entre 35 y 45 años, siempre o casi siempre están dispuestos a adquirir aquellos productos de los que se tiene claridad de su origen.
Desde Banca Ética, y es lo que nos inspira día a día, creemos firmemente en que es posible generar una agricultura mucho más sostenible, con compromiso con una sociedad mejor, un medio ambiente más saludable y que además responda a la necesidad de satisfacer los requerimientos de las futuras generaciones.