Por Ricardo Brodsky
Ex-ante
Aunque van en direcciones radicalmente distintas, ambos candidatos presidenciales para cumplir sus propuestas, cualquiera que sea el que acceda a la presidencia de la república, tendrá que echar mano a lo que podríamos llamar la receta de Aylwin, es decir, desde una firme posición de principios, hacer las cosas “en la medida de lo posible”.
Esta frase Aylwin la pronunció para referirse a la justicia que habría de hacerse con relación a las violaciones de los derechos humanos en dictadura. Lo posible, bajo su gobierno, tomando en cuenta la presión que ejercía el comandante en jefe del ejército, un Senado limitado por los senadores designados y una Corte Suprema en la época aún cómplice de la dictadura, digo, lo posible fue el Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación, Comisión Rettig, que estableció una verdad histórica, discutida y negada hasta entonces y aún después.
Dicho Informe ha sido una de las bases más importantes para las políticas de memoria y reparación y sus recomendaciones han sido claves para lograr avances institucionales para la protección de los derechos humanos.
Pero, además, ha sido fundamental para las futuras investigaciones que los tribunales de justicia hicieron años después y que han permitido someter a prisión a los principales perpetradores. O sea, no fue poco avanzar en la medida de lo posible en aquellos años.
Ni Aylwin ni Frei ni Lagos ni Bachelet gobernaron con mayoría en el parlamento. Debieron negociar y buscar acuerdos que permitieran, sino lograr todo, al menos avanzar considerablemente en sus propuestas. 30 años de progreso, muy denostados pero cuya valoración ciudadana crece a medida que la violencia se hace más presente y la incertidumbre más patente, son una meta difícil de desafiar.
De manera que sí, es posible gobernar y avanzar buscando acuerdos. Lo que se requiere es fortaleza, disposición de ánimo y sobre todo no violentar las instituciones de la democracia, entre ellas la autonomía del poder judicial, las atribuciones del Congreso y la deliberación de la Convención Constituyente, aceptando los límites que la realidad impone.
Quien sea que gane la elección del próximo domingo asumirá el gobierno con mucho menos apoyo político y ciudadano que el que tuvo la Concertación en su mejor momento y en un país menos esperanzado después de años de radicalismo, intolerancia y desprestigio de las instituciones, con un parlamento empatado y un economía que está lejos de salir de las consecuencias de la peor crisis sanitaria global en más de un siglo.
Cumplir el programa del triunfador del domingo necesitará mucha convicción, inteligencia política y disposición al diálogo, pues la condición imprescindible para hacer prosperar el programa será construir acuerdos. No queda alternativa. No se gobierna una democracia por decreto.
Ninguno de los candidatos tiene apoyo suficiente para “lo necesario” ni menos para “lo imposible”. Un poco de realismo político le haría bien a nuestra sociedad sometida a ímpetus refundacionales y a una profunda división cultural y social. El programa no necesitará vigilantes atentos a que “no se mueva una coma”, necesitará consensos mayoritarios que justamente permitan avanzar en la medida de lo posible.