¿Por qué Vladimir Putin amenaza con darle otra mordida a Ucrania, después de devorar Crimea en 2014? No es una pregunta fácil de responder porque Putin es un drama psicológico andante, con un gigantesco complejo de inferioridad hacia Estados Unidos que lo deja siempre al acecho del mundo con un rencor tan grande que es increíble que pueda entrar por cualquier puerta.
Veamos: Putin es un Pedro el Grande moderno que quiere restaurar la gloria de la Madre Rusia. Es un agente retirado de la KGB que sencillamente se niega a salir del frío y sigue viendo a la CIA bajo cada piedra y detrás de cada opositor. Es el exnovio infernal de Estados Unidos que se niega a dejar que lo ignoremos y salgamos con otros países, como China, porque siempre mide su estatus en el mundo en relación con nosotros. Y es un político que intenta asegurarse de ganar (o amañar) las elecciones rusas de 2024 —y volverse presidente vitalicio— porque cuando has desviado tantos rublos como Putin, nunca puedes estar seguro de que tu sucesor no te encierre y se los lleve todos. Para él, es gobernar o morir.
En algún punto de equilibrio entre todas esas identidades y neurosis está la respuesta a lo que Putin pretende hacer con Ucrania.
Si yo fuera un cínico, le diría que prosiguiera y tomara Kiev porque se convertiría en su Kabul, su Afganistán, pero el costo humano sería intolerable. Por lo demás, sería muy claro: si quiere bajarse del árbol en el que se ha alojado, tendrá que saltar o construir su propia escalera. Él ha sido el único artífice de esta crisis, así que no debería haber ninguna concesión de nuestra parte. China observa (y Taiwán sufre) todo lo que hacemos en respuesta a Vlad en este momento.
Lo que nos lleva de nuevo a la pregunta central: Vlad, ¿por qué estás en ese árbol?
Para empezar, no hay que buscar la respuesta en Ucrania. Si Putin decide en la práctica darle otra mordida a Ucrania, será ante todo porque piensa que reforzará sus posibilidades de permanecer en el poder en Rusia, lo cual siempre ha sido primordial para él.
Para entender cómo es que invadir de nuevo a Ucrania podría contribuir a ese propósito, hay que recordar el giro que hizo Putin en la última década: pasó de presentarse ante el pueblo ruso como el líder que les permitiría superar su pobreza de riqueza en la era posterior a la Guerra Fría a promoverse como el líder que les permitiría superar su pobreza de dignidad en la era posterior a la Guerra Fría.
Lo aprendí de Leon Aron, experto en Rusia del American Enterprise Institute y autor de “Yeltsin: A Revolutionary Life”, que ahora está escribiendo un libro sobre el futuro de la Rusia de Putin. Según Aron, cuando Putin llegó al poder a finales de 1999, pudo beneficiarse de la reestructuración de la economía rusa llevada a cabo por Boris Yeltsin; de una importante inversión extranjera; del aumento de los precios del petróleo, el gas y los minerales; y de una mayor estabilidad política.
Según Aron, los rusos asociaron los dos primeros mandatos de Putin, de 2000 a 2008, “con una acumulación de riqueza sin precedentes en la historia moderna de Rusia”.
Pero a partir de 2011 y hasta 2019, la economía rusa se estancó debido al descenso de los precios de la energía y, sobre todo, a los impedimentos institucionales al crecimiento: la preferencia de Putin por aprovechar los recursos naturales de Rusia, no sus recursos humanos. En lugar de Silicon Valleys, tenía ciberpiratas. Eso requeriría un verdadero Estado de derecho, asegurar los derechos de propiedad y dar rienda suelta a la gente con talento, que hace demasiadas preguntas como: “Vlad, ¿de dónde salió tudinero?”.
“La respuesta de Putin a este estancamiento económico y al peligro político que representaba fue cambiar la base de la legitimidad de su régimen del progreso económico, que lo hizo tan popular en sus primeros dos mandatos, a Putin como el defensor de una patria asediada por Occidente”, me comentó Aron. Y agregó: “Putin llegó a la conclusión de que si iba a ser presidente vitalicio, tenía que ser un presidente siempre en guerra”.
En un artículo para The Hill, Aron citó al columnista de la oposición rusa Sergei Medvedev, quien hace poco mencionó que: “Putin ha forjado una nación de guerra que ha cerrado las escotillas y mira el mundo a través de la rendija de un tanque. … El grado de histeria militar-patriótica [en] Rusia hoy en día recuerda a la URSS de los años treinta, la época de los desfiles de atletas, los simulacros de tanques y dirigibles”.
Se trata de la clásica política de la cortina de humo. Putin es un acosador, pero es un acosador con una auténtica alma cultural rusa que reverbera en su pueblo. Su obsesión con la Unión Soviética y su nostalgia por el poder, la gloria y la dignidad que le dio a él y a su generación de rusos son profundas. No exageraba cuando declaró en 2005 que la desintegración de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolítica” del siglo XX.
Y como hace tantos años, Ucrania y su capital, Kiev, tuvieron un lugar tan importante en la historia rusa, y como Ucrania fue el baluarte y el granero de la Unión Soviética en su época de esplendor, y como quizás 8 millones de rusos de grupos étnicos siguen viviendo en Ucrania (de los 43 millones), Putin afirma que es su “deber” reunir a Rusia y Ucrania. Ignora con total desparpajo el hecho de que Ucrania tiene su propia lengua, historia y una generación postsoviética que cree que su deber es ser independiente.
Para Putin, perder Ucrania “es como una amputación”, señaló el politólogo Ivan Kratsev, presidente del Centro de Estrategias Liberales de Sofía, Bulgaria. “Putin considera que Ucrania y Bielorrusia forman parte del espacio civilizatorio y cultural de Rusia. Cree que el Estado ucraniano es enteramente artificial y que el nacionalismo ucraniano no es auténtico”.
La razón por la que Putin ha acelerado su amenaza contra Ucrania —que yo resumiría como “cásate conmigo o te mato”— es que sabe que con el actual presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, el proceso de ucranización se ha acelerado y el idioma ruso se está eliminando de las escuelas y la televisión rusa de los espacios mediáticos.
Según Kratsev: “Putin sabe que en 10 años la generación joven de Ucrania no hablará ruso en absoluto ni se identificará con la cultura rusa”. Putin piensa que tal vez sea mejor actuar ahora, antes de que el Ejército ucraniano se haga más grande y esté mejor entrenado y mejor armado, y mientras Europa y Estados Unidos están sumidos en el caos por la COVID-19 y no están de humor para la guerra.
Luego vienen los motivos meramente geopolíticos. Al crear la crisis en torno a Ucrania, “Putin está invitando a Occidente al funeral del orden pos Guerra Fría”, comenta Kratsev.
Para Putin, el orden posterior a la Guerra Fría fue algo impuesto a Rusia y a Boris Yeltsin cuando Rusia era débil. No solo implicaba introducir a la OTAN en los países de Europa del Este que alguna vez formaron parte de la OTAN soviética (el Pacto de Varsovia) sino también introducir la influencia de la OTAN y de la Unión Europea en el antiguo imperio soviético, en lugares como Ucrania y Georgia.
El fortalecimiento del Ejército de Putin le dice a Occidente: o negociamos un nuevo orden posterior a la Guerra Fría o iniciaré una confrontación pos-pos-Guerra Fría.
Como saben los lectores de esta columna desde hace tiempo, me opuse enérgicamente a la expansión de la OTAN después de la Guerra Fría. Es una de las cosas más estúpidas que hemos hecho: centrarnos en “OTANizar” Polonia y Hungría en lugar de aprovechar una increíble revolución democrática, en gran medida no violenta, en Rusia y asegurarla en Occidente. Cultivar esa revolución rusa no habría sido sencillo, pero al seguir adelante con la expansión de la OTAN facilitamos que un nacionalista autocrático como Putin se atrincherara en el poder con el mensaje para el pueblo ruso de que solo él podía evitar que la OTAN y Occidente destruyeran al Ejército, la cultura y la religión de Rusia.
Dicho esto, no lloro por Putin. Es la encarnación humana de una de las fábulas rusas más antiguas: un campesino ruso suplica a Dios que le ayude después de ver que su vecino más acomodado acaba de hacerse de una vaca. Cuando Dios le pregunta al campesino cómo puede ayudarle, este le responde: “Mata a la vaca de mi vecino”.
Lo último que quiere Putin es una Ucrania próspera que se una a la Unión Europea y desarrolle a su pueblo y su economía más allá de la Rusia autócrata y de bajo rendimiento de Putin. Quiere que Ucrania fracase, que la UE se fracture y que Estados Unidos tenga a Donald Trump como presidente de por vida para que estemos en un caos permanente.
Putin prefiere ver morir a nuestra vaca que hacer lo necesario para criar una vaca sana propia. Siempre busca la dignidad en los lugares equivocados. Es bastante patético, pero también está armado y es peligroso.
Thomas L. Friedman
The New York Times Company